Quito. 27.09.93. (Editorial) En los corrillos del Palacio Legislativo dicen
que el actual presidente del Congreso, Samuel Belletini Zedeño,
es un hombre sin criterio y con poco conocimiento de las leyes,
la Constitución y los reglamentarios. Dicen, además, que es
intolerante. Y dicen que no termina de asumir que es el
presidente del Parlamento, el que lo representa, y sigue actuando
y hablando como un diputado más. En su descargo, señalan la
afabilidad de su carácter, sus suaves maneras y su cordialidad.

Cuando me hace pasar a su despacho, se cruza el embajador de
Italia que va de salida, luego de haber presentado su saludo
protocolario. No, la charla no fue en italiano, porque Belletini
no habla ese idioma a pesar de que su padre fue un emigrante que
nació en el puerto de la Specie, muy cerca de Génova. Como
técnico de electricidad que era, fue llamado para dirigir la
instalación de una empresa eléctrica privada en Bahía de
Caráquez. Allí no solo que instaló los focos, sino también su
hogar. Y nunca más regresó a su patria.

Grandote, fuerte, atlético, de pelo entrecano y piel curtida por
el aire salino, Samuel Belletini se sienta tras su escritorio,
alza el teléfono y pide a su secretaria que no le interrumpa
porque está en una entrevista. Mientras él da esa orden, yo doy
una ojeada a su mesa de trabajo y me encuentro con un pequeño
busto de Eloy Alfaro puesto allí como pisapapeles; más allá,
sobre la pared recubierta de madera, veo un óleo del Viejo
Luchador. "Chuta, pienso, ahorita que me acuerdo, Belletini es
liberal".

-¿Desde cuándo es liberal?, le pregunto.

Desde que tengo uso de razón. Mi familia es una familia
política. La conversación diaria siempre giró en torno a la
política. Y el liberalismo lo llevo en la sangre.

-Pero eso le viene por Zedeño, ¿no?

Mi tatarabuelo materno y su hermano fueron a estudiar a Francia y
cuando regresaron estaban imbuidos de la ideas de la revolución.
Abrazaron la causa liberal y fueron auspiciadores de la
revolución de Alfaro quien, en sus derrotas, se refugiaba en la
casa de mis familiares. Mi abuelo fue ministro del Tesoro de
Alfaro. A Héctor, un hermano de mi abuelo, Alfaro le envió a
Chile con otros 20 jóvenes para estudiar en academias militares.
Ese fue el grupo con el que Alfaro fundó el Colegio Militar.

Yo saco mi Full. El saca su Lark.

-¿Cuánto fuma?

Una cajetilla y media al día.
-¿Desde cuándo?

Desde muy joven.

-Por Zedeño le viene el liberalismo. Y por Belletini, ¿qué?

El amor a la cultura y al arte italianos.

-¿Y a los spagethis, a los ravioli y a la lasagna?

Me gusta cocinar, aunque no soy un experto. Podría sobrevivir
solo, sin morirme de hambre.

-Pero, ¿qué es lo que mejor hace?

Como plato de dulce, la torta de plátano; como plato de sal, la
paella.

Cuando en eso ­ring, ring, ring!, suena el teléfono. Y yo pienso
que las secretarias no son de fiar. Pero después me doy cuenta
que el que suena es otro aparato que está por ahí, que debe tener
un número secreto y directo. Mientras habla, me pongo a pensar
en el pobre Fellini que está paralítico, lo cual me impide oír la
conversación de tono familiar.

-¿Cuántos hijos tiene?

-Siete. Mis tres hijas mayores me han dado ocho nietos. Uno de
mis hijos estudia economía en Boston y otro recibió diferentes
cursos también en Estados Unidos.

-Y usted, ¿dónde estudió?

Me gradué en el colegio Eloy Alfaro, de Bahía.

-¿Fue buen alumno?

No era meticuloso y no tuve una rutina para estudiar, pero mi
rendimiento siempre fue excelente.

-Y con ese tamañazo, ¿hacía deporte?

Fui un deportista consumado. Por la mañana practicaba natación.
La bahía, que tiene cuatro kilómetros de ida y vuelta, me la
crucé varias veces. También hacía atletismo: pértiga, salto
triple y lanzamiento de disco. En las tardes jugaba fútbol.

-¿Centro delantero?

No, arquero. Llegué a ser titular en el equipo de Bahía.

-¿Y básquet?

Básquet jugaba por las noches: desde las ocho y media hasta las
once. Tenía una resistencia física increíble y una agilidad
extraordinaria.

-¿Y siempre fue así, tan macuco?

-En mi juventud pesaba solo 150 libras.

-¿Y ahora?

215.

-¿Y medía también menos?

(No se ríe de mi gag, que a mí, francamente, me pareció buenísimo
dentro de esa conversación tan seria como la que estábamos
teniendo).

-1 metro 86.

(Como no se rió antes, no me atrevo a preguntarle desde cuándo.
Tal vez desde que nació, pienso para mis adentros. Tampoco me
atrevo a preguntarle cuánto mide ahora. Y peor su edad.
Entonces, cambio de tema, así, súbitamente).

-¿Cuánto calza?

44.

(Si mide 186 y calza 44, debe tener más o menos cincuenta y seis
años, calculo, con temor a equivocarme).

-Su juventud, entonces, fue muy sana?

-Sí. Los sábados y domingos salía de cacería y de pesca. Me
internaba solo en la montaña y sobrevivía de las presas que
cobraba. Me fascinaba esa soledad y el contacto con la
naturaleza, el ruido de los árboles, de los animales y del
viento. Eso ejerció en mí una magia.

-¿Y leía?

Era un asiduo lector. El primer libro que me impactó, cuando
tenía ocho años, fue "Corazón", de Edmundo de Amicis; me lo
obsequió Gustavo Buendía Núñez, marido de mi hermana. El tenía
una biblioteca enorme. "Corazón" fue un detonante. Desde
entonces no abandoné la lectura. Después de graduarme de
bachiller además de lector me hice bibliógrafo, conseguí ciertos
libros antiguos y ciertas rarezas bibliográficas también.

-¿Y qué leía?

Fundamentalmente biografías. La de Pedro el Grande, en varios
tomos, me mantuvo insomne por varias noches, hasta terminarla.
La lectura me cautivaba.


-¿Hasta ahora?

No, hasta los 30 años. Ya no soy un buen lector. A partir de
los 30 años los negocios, la política y mis hijos me absorbieron.

-¿Esas cacerías, por dónde eran?

Mi familia tenía muchas tierras. Mi abuelo materno era dueño de
extensísimas propiedades y de una vasta ganadería. Además,
incursionaba en la importación y en la exportación. Recolectaba
todos los productos de la zona (tagua, caucho, higuerilla) y los
mandaba a Europa. E importaba cemento, papel, que almacenaba en
enormes bodegas.

-¿Por qué usted no siguió universidad?

Cuando me gradué de bachiller sembré algodón con la idea de
mejorar mis haciendas y venir a Quito a estudiar leyes con las
suficientes posibilidades económicas que me permitieran dedicarme
solo al estudio y no tener que trabajar para pagar mi carrera.
Pero en el primer año perdí en el algodón. Entonces volví a
sembrar el segundo año, para recuperar. Volví a perder. Y el
tercer año también perdí. Cuando me dí cuenta, en esos tres años
ya estaba casado y con dos hijos. Por eso se truncó mi
aspiración de ser abogado.

-¿Cuándo entró a la política?

En el año 56, como presidente de las Juventudes Liberales del
cantón Sucre. Luego, en el 60, trabajé por Galo Plaza. En el 62
estuve en la asamblea liberal que presidió Andrés F. Córdova.
Después me vinculé indirectamente al Congreso porque en la
Constituyente del 68 actuó mi hermano César como diputado.
Oficialmente intervine en el Congreso en el 90, como asesor de la
Comisión de Presupuesto y coordinador del bloque de la dignidad
parlamentaria. En el 92 fui electo diputado y aquí me tiene como
presidente del Congreso.

-¿Un político nada camarón, a pesar de ser camaronero?

Me dediqué a la agricultura desde temprano. Luego vino este
negocio nuevo del camarón en cautiverio e incursioné en esa
actividad con mucho éxito. Tengo laboratorios, que producen la
larva; piscinas, donde se engorda el camarón; empacadora y
mercados extranjeros. También incursioné en el transporte
marítimo de carga con barcos de cabotaje. Y en urbanizaciones.
Y en el comercio.

(Con razón, en los corrillos parlamentarios le dicen Billetini,
pienso, pero no se le digo porque, como calza 44...).

-A usted le tachan de imprudente.

-La polémica la han causado aquellos que se sienten descubiertos
por mis frases. Ejerzo el derecho de defensa. Si el Ejecutivo
quiere desprestigiar al Parlamento, yo salgo por sus fueros.

-¿Le duelen las críticas?

Sigo atentamente las opiniones de la prensa y valoro las
críticas, porque la crítica es el cincel que nos acerca a la
perfección.

-Dicen que le falta formación jurídica.

Yo he dirigido las sesiones de manera correcta. No todo está
escrito en las leyes: también se necesita tener dotes de
constructor. Mi larga vida de político (porque he sido concejal,
consejero y diputado) me permite tener la capacidad suficiente
para dirigir las sesiones.

-O sea que usted es perfecto.

No. Es obvio que cometo errores y por eso valoro las críticas.
No persisto en el error, eso sería peligroso, negativo. Lo que
pasa es que mi voz molesta porque es la voz del pueblo. Yo me
convierto en bandera de ese pueblo como presidente del Congreso.

-Y mientras flamea, ¿a cargo de quién están sus negocios ahora?

Estoy dedicado exclusivamente a mi labor de diputado y mis
actividades están en manos de mis familiares y de un equipo de
personas a quienes nombré con tiempo. Lamentablemente el
goleador del equipo soy yo y por bueno que sea el cuadro, sin su
goleador se perjudica en cifras extraordinarias.

Entonces entiendo que ya no es arquero como en su juventud. Y
cuando íbamos a seguir con el fútbol de la vida, la secretaria,
sin poder más, timbra el teléfono y Samuel Belletini dice ya
terminamos, dígale que no se me vaya, que enseguida le atiendo.
Como soy inteligentísimo, ante esas palabras me levanto y me voy,
con el ofrecimiento de que queda pendiente seguir con el fútbol,
que es de lo que a mí más me gusta hablar. (6A)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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