Manila. 30.04.95. (Editorial) La reciente decisión estadounidense
de dar marcha atrás en su política de retiro de tropas de Asia,
vigente desde hacia cinco años, equivale a desechar una
excepcional oportunidad para crear, en esta era de la Post-Guerra
Fría, un nuevo orden de paz y seguridad en el Sudeste Asiático.

La culpa por esta gran ocasión desperdiciada no puede atribuirse
solo a la política y de visión de los gobiernos de la región.

Durante los 40 años de la Guerra Fría la estabilidad y la
seguridad de los gobiernos pro-occidentales de la región
descansaban en el ejercicio unilateral por parte de Estados
Unidos del poder militar.

Entre esos focos de tensión estaban la continuación por parte de
Indonesia de la ocupación armada de Timor Oriental, la disputa
entre seis naciones de la región sobre las islas Spratly, el
conflicto cristiano-musulman en Filipinas, las tensiones entre
budistas y musulmanes en el sur de Tailandia, el antagonismo
malayo-chino en Malasia y Singapur y numerosas discusiones sobre
límites.

Sin embargo, al comprobar que enfrentaban escasas presiones para
modificar sus posiciones en el Pacífico asiático, los militares
de Estados Unidos no vieron la necesidad de abandonar el marco del
unilateralismo norteamericano típico de la Guerra Fría.

Por cierto, el Pentágono temía que todo intento de innovación
estratégica pudiera resultar en una reducción radical de la
influencia militar estadounidense en la región del Pacífico y
fomentar exigencias de profundos cortes en el presupuesto
militar.

De este modo, mientras la clausura de bases y la reducción del
número de tropas de EE.UU. estacionadas en Europa procedía
rápidamente, no se registraban retiros perceptibles de fuerzas
del Pacífico asiático.

Para conseguir que Washington mantuviera un elevado presupuesto
bélico de la región, así como para neutralizar los sentimientos
populares existentes tanto en EE.UU. como en el Sudeste de Asia
en favor del retiro de tropas, se reformularon viejos argumentos
para hacer creíble la existencia de nuevos enemigos.

Asimismo, el Pentágono utilizó hábilmente los temores de los
países de la ASEAN ante la modernización de las fuerzas armadas
chinas y el resurgimiento del militarismo japonés.

Cuando en 1993 Bill Clinton reemplazó al frente de la Casa Blanca
al ex oficial naval Goerge Bush, los militares norteamericanos se
mostraron explicablemente cautos.

En efecto, el programa del nuevo presidente incluía la reducción
de los gastos militares como consecuencia del fin de la Guerra
Fría.

En ese entonces, sin embargo, el Comando del Pacífico ya había
elegido el país al que consideraba un seguro ganador en la
"competencia" para ser designado "la mayor amenaza" para Asia y
los intereses norteamericanos en ese continente: Corea del Norte.

Inseguro en sus relaciones con el Pentágono debido a las
acusaciones de que había eludido en servicio militar, Clinton
permitió que la cuestión del reactor nuclear de Corea del Norte
dominara la política exterior de Washington en Asia y que los
militares se hicieran cargo casi por completo del tema de la
política estadounidense de seguridad de esa región.

Los gobiernos de los países se dieron cuenta con retraso de los
problemas que presenta el revitalizado unilateralismo
estadounidense y convocaron en julio de 1994 a un Foro Regional
al que invitaron a Estados Unidos y a todos los gobiernos del
Pacífico Asiático.

Sin embargo, la no participación del Secretario de Estado Warren
Christopher en esa reunión indicó que EE.UU. no está dispuesto a
subordinar su política unilateral en Asia a ningún esquema
multilateral en el cual otros gobiernos estén en condiciones de
oponerse a las decisiones militares norteamericanas.

Tal situación se legitimaba con tratados bilaterales "de defensa
mutua" que Estados Unidos suscribió con Japón, Corea del Sur,
Filipinas, Australia y Nueva Zelandia.

No existía, en cambio, ningún mecanismo multilateral de seguridad
colectiva del tipo de la Organización del Tratado del Atlántico
Norte (OTAN), en el que la primacía militar norteamericana se
viera en cierto modo equilibrada por el poderío militar de sus
aliados.

Con la finalización de la Guerra Fría a fines de la década del
80, sin embargo, surgió la oportunidad de forjar una nueva
estructura regional de seguridad que no descansara
fundamentalmente en el poder militar de Estados Unidos.

Cuando el Senado filipino puso fin en 1991 al arriendo de 44 años
de la base naval de Subic, muchos interpretaron esta decisión
como una manifestación del espíritu de creciente independencia y
de innovación en cuestiones de seguridad entre los gobiernos de
la región.

Sin embargo esa actitud de Filipinas fue la excepción y no la
regla: Tailandia, Indonesia, Brunei y Singapur exploraron la
posibilidad de otorgar "facilidades de acceso" a las fuerzas
navales de Estados Unidos, a fin de que Washington pudiera
rehacerse de la pérdida de Subic.

Los gobiernos de los países integrantes de la ASEAN (Tailandia,
Malasia, Indonesia, Filipinas, Singapour y Brunei) de hecho
comenzaron a insistir en la importancia del poder militar
estadounidense como fuerza estabilizadora en la región.

Y pronto resultó evidente que su estrategia era la de crear un
equilibrio de poder, mediante el uso del "águila" norteamericana
para contrapesar el "tigre" chino y el "samurai" japonés.

Pero, al mismo tiempo, los países de la ASEAN comenzaron una
campana de compra de armas, haciendo del este asiático uno de los
más "calientes" escenarios de la carrera armamentista en curso en
varias regiones del mundo.

La urgente necesidad de un nuevo sistema de seguridad
multilateral fue subrayada en la primera mitad de esta década por
el surgimiento de una miríada de focos de tensión que, no siendo
de tipo ideológico, no podían ser enfrentados con la vieja
fórmula de una alianza anticomunista encabezada por Estados
Unidos.

De tal manera la región del Pacífico asiático se encuentra ahora
con un mecanismo híbrido de seguridad regional basado en una
política de equilibrio de poder, en una múltiple carrera
armamentista y en el unilateralismo militar norteamericano.

La pregunta es si este volátil e informal sistema será capaz de
contener la miríada de puntos de tensión latente o efectiva
existentes en la región.

Este habitual sistema de manejar los conflictos haciendo jugar
las relaciones de poder en lugar de buscar acuerdos
multilaterales negociados no difiere del utilizado en Europa
durante el siglo XIX, que contuvo durante un tiempo bastante
largo los conflictos, pero que llevó finalmente al estallido de
la Primera Guerra Mundial. (5A)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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