Quito. 16.06.93. (Editorial) Como si este país hubiera sido un
dechado de conductores, en estos días se nos remacha en todos los
tonos que falta liderazgo. Pero ¿quién es el líder y cómo ha de
serlo?

Hay siempre algo enigmático y seductor en esa personalidad
directora y motriz que se encuentra llamada a regir el destino de
los hombres. Para que un grupo humano encuentre existencia y
cohesión hace falta un principio de unidad, una especie de poder
creador, porque sin este lazo, no se tiene un pueblo sino una
"polvareda de hombres". Nunca se alabará suficientemente la
belleza y calidad encerradas en la condición del líder. Del
joven Saúl dice la Escritura que nadie entre los israelitas le
superaba en gallardía; de los hombros arriba aventajaba a todos;
no había nadie como él en todo el pueblo y marchaba delante de
todos.

El jefe es el hombre que por excelencia reina sobre la naturaleza
y sobre él mismo. Es el guía que está llamado a pensar mejor que
los otros y a pensar activamente por los otros. Es el ejemplo
que impulsa y persigue los fines anhelados por el grupo. Para
esto, debe saber lo que se espera de él, conocer a fondo los
asuntos que maneja y también a sus gentes, a fin de darse cuenta
de sus recursos, sus defectos, sus trampas y orientarlos a pesar
de sus vicios y a pesar de ellos mismos. "Hay personas que son
en el mundo como el alma de los otros y mueven al género humano a
su voluntad", decía Leibniz.

Un jefe no tiene valor sino por la irradiación que despide su
autoridad. Esta irradiación y esta autoridad con, por una parte,
innatas. Por otro lado, provienen de una selección o elección.
El líder superar a la vulgaridad antes de que se le llame a su
mandato y se le reconozca mayoritariamente sus atributos. Se
revela e impone su jerarquía por sus iniciativas, por la manera
como cumple una misión, ejecuta una orden y despunta por sus
talentos y virtudes. No se resigna con el estado comatoso en que
vulgarmente se vive sino trata de infundir movimiento y
radioactividad. ­Qué difícil saber mandar y obedecer; saber
controlar y controlarse; saber cumplir su deber y hacer que otros
lo cumplan; saber provocar a la acción con su sola presencia y
luego con su palabra!

Pero el jefe debe también su prestigio a la competencia técnica y
profesional, cuyo fundamento es el valor adquirido por el
trabajo, la maestría en su especialidad y el buen gobierno que ha
sabido hacer de sí mismo. Quien no ha sabido manejar su propio
ser, su familia y sus cosas personales, ¿cómo puede ser el
conductor exquisito en una colectividad? No se trata solo de
poseer diplomas académicos o títulos honoríficos, sino ante todo
de poseer adjetivos, apegados a los hechos, que apoyen su
supremacía y convenzan a los subordinados, obteniendo de ellos
lealtad y obediencia. "Ser leal con él, es ser leal consigo
mismo; obedecerle es en realidad ser libre", comentaba
Sertillanges.

Además, de ver en largo y profundidad, el jefe busca el interés
común y la dignidad del país. Es un administrador, con
cualidades de orden, decisión, negociación, diligencia y
disciplina. No obstante, su éxito empresarial es marcadamente
insuficiente si no es apto para suscitar ideales superiores y
llevar a los hombres hacia ellos. Se le pide que no se fíe de la
abundancia de aduladores. Necesita, es verdad, de la admiración
de los otros, pero más que nada de su confianza y atención.
Escucha a todo el mundo, pero decide solo. Sabe servirse de los
hombres, pero, sin ostentación ni extrañeza, es el primer
servidor de sus necesidades. Un jefe está a la altura de su
condición si procura cambiar al hombre y obligarle a repensar o
recomponerse a sí mismo y al mundo. (4A)

EXPLORED
en Autor: Jaime Acosta - [email protected] Ciudad N/D

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