Con ocasión del Día del Maestro, este Diario mostró una vez más su interés
por la educación superior de nuestro país: el día 13 de abril, con unos
datos sobre la remuneración de los profesores en varias universidades
quiteñas, y al día siguiente con un editorial cargado de sensatez y también
de preocupación. En el breve informe titulado "Universidades: a más
preparación, más sueldo" (13 de abril, p. 2-A) se mencionan como criterios
para la remuneración los niveles y grados académicos obtenidos por los
profesores y los años de trabajo docente.
Significativamente, nada se dice sobre libros y artículos científicos
publicados, investigaciones realizadas, descubrimientos patentados,
productos y servicios puestos a disposición de la sociedad, etc., etc.
El editorial aludido (14 de abril, p. 1-A) subraya la relación entre la
magra remuneración que reciben los docentes universitarios y la miserable
valoración que tal retribución significa: no se paga mejor a los maestros
porque no se valora debidamente su vocación y su trabajo.
El leitmotiv de este editorial se centra en el tema de la retribución
económica. Por eso al final lanza esta lapidaria frase: "El país tiene la
calidad de educación que está decidido a financiar".
Y es verdad. ¿Pero es toda la verdad? ¿No se habrá operado en esta fórmula
una simplificación del problema? Dicho en otros términos: ¿Tenemos mala
educación superior solamente porque pagamos mal a los profesores? ¿O hay
otros factores tan determinantes o más que el económico de tan catastrófica
situación?
Se alude en el editorial que comentamos a "la escasa eficiencia y
creatividad en la administración de aquellas (de las universidades,
naturalmente)".
Sin duda, la administración universitaria puede caer también en la inercia
burocrática, en la atrofia de la imaginación creadora, en el anquilosamiento
del espíritu emprendedor siempre listo para aceptar desafíos. Y si los
fondos presupuestarios provienen en su mayor parte del Estado, olvidémonos
...
¿Qué hacer para que la precaria vida de nuestras universidades no dependa
del hilillo alimentador del Estado? ¿Qué hacer -en las universidades
privadas- para que todo el peso de los costos no cargue exclusivamente sobre
las espaldas de los estudiantes? Como el mismo editorial reconoce, no es
fácil el problema del financiamiento de la educación superior. Yo deseo
vivamente que nuestros economistas dediquen algún rato (largo y sosegado) a
meditar el problema y a proponernos soluciones. Soluciones que encaren con
decisión y valentía el problema de las reales "condiciones de posibilidad"
de una radical reforma en este punto.
Propuestas que puedan manejar sin tropiezos los administradores de la cosa
universitaria. Todo lo demás solo será repetir el mismo discurso abstracto e
ideologizante cuya completa esterilidad ya conocemos.
Entretanto, hay un esfuerzo esperanzador en algunas de nuestras
instituciones de educación superior: se plantean, por ejemplo, el nada
trivial desafío de esbozar escalafones con criterios nuevos e innovadores,
para seleccionar al personal académico por sus reales cualidades (una
criba...), y proponer pautas cuantificables de estímulo para el crecimiento
humano, científico y profesional de nuestros maestros universitarios (que
cueste más el que más valga, si es que queremos seguir usando detestables
términos mercantilistas ...). Ojalá estos esfuerzos produzcan pronto
palpables frutos.

*Vicerrector de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador
EXPLORED
en Ciudad QUITO

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