Quito 25.12.94. No son ni las cinco de la mañana cuando las
luces de las pequeñas casitas empiezan a prenderse. Uno a uno,
como en un pesebre gigante, los focos se encienden y la gente del
barrio Camilo Ponce se aventura a las calles, desafiando al frío
y a la oscuridad.

Es que en este pequeño rincón de Quito (ubicado a la altura de
Chillogallo, al occidente de la ciudad), la vida amanece más
temprano.

Hombres y mujeres; jóvenes y niños pequeños; todos empiezan allí
su jornada antes que el sol.

Tienen que hacerlo porque para ellos, todo queda más lejos. La
escuela, el trabajo, el mercado y el médico. Hasta la parada de
bus más cercana (la del barrio La Libertad) se encuentra, para
muchos, a más media hora de camino a pie.

Pero ellos no se quejan. Se han acostumbrado a bajar por las
calles de tierra, evitando pisar el lodo o tropezar con las
piedras. O a subir por la empinada cuesta para comprar agua a los
dueños de las "casas de arriba", o a lavar la ropa en los charcos
de agua que se forman en las calles... En fin, a vivir entre
grandes carencias y pequeñas soluciones.

Una antigua hacienda

Sí. La gente de la cooperativa Camilo Ponce, y de la Buenaventura
(ubicada justo al frente) se ha habituado a convivir con muchas
necesidades y problemas. Todo, a cambio de cumplir el sueño de
tener un lugar propio para vivir.

Y la mayoría lo ha logrado, según cuenta Sergio Olaya, presidente
de la Camilo Ponce. "Al principio no teníamos nada, solo los
terrenos que algunos compraron a menos de 100 mil sucres, cuando
se formó la cooperativa en 1984", dice este hombre que vive allí
desde el 89.

El barrio nació de la lotización de una extensión de tierra que,
hasta hace pocos años, fue una enorme hacienda. La tierra se
dividió y los primeros socios de la cooperativa subieron a vivir
en el monte.

Pero de la vieja vida de hacienda aún quedan señales. Una es la
enorme casa, que un día debió haber sido imponente y señorial, y
que ahora sirve de vivienda para varias familias, mientras
levantan sus propias casitas. Otra: las caballerizas, también
convertidas en vivienda de muchos migrantes. Y una más: ese
pequeño altar, en el que habita la Virgen del Cisne (aprobada
como patrona de las fiestas por la cantidad de lojanos que han
venido a vivir a este lugar) y que antes debió pertenecer a
cualquier santo menos conocido y querido para ellos.

Una población heterogénea

Y es que toda población debe tener su fiesta. Pero también su
memoria: "Llegamos en 1984 -recuerda Olaya- lo único que
teníamos era un viejo transformador de luz que pertenecía a la
hacienda", comenta. Y cuyo servicio les alquilaba una mujer.
"Pero no era suficiente para todos y el barrio seguía creciendo",
dice el el presidente.

Así que, la cooperativa realizó las gestiones necesarias y
-gracias a ciertas "palancas" al interior del Congreso,
obtuvieron la luz, el único servicio con el que cuentan
actualmente.

De agua y alcantarillado, ni hablar. Tampoco de pavimento, si lo
máximo que se ha conseguido es empedrar una que otra calle.
Transporte, dispensario médico o teléfonos no son más que un
sueño lejano.

Pero en este pedazo de monte, en cambio, sobra la vida.

Ahora habitan allí más de 500 familias (sumadas las de
Buenaventura y Camilo Ponce). Son 2 mil lotes en total, pero aún
faltan muchos por ocupar.

Sin embargo, no tardarán en hacerlo. Un solo vistazo basta para
saber que, dentro de pocos años, quedarán muy pocos espacios
vacíos en este lugar.

Entre el campo y la ciudad

La mayoría de hombres trabajan afuera (en el centro o en el norte
de la ciudad) como albañiles, obreros, artesanos o choferes. Las
mujeres, en cambio se han empleado como domésticas, también en
otros sectores de Quito. Pero además, casi todos tienen en su
casas pequeñas parcelas en las que cultivan productos para su
subsistencia.

A ellos se suma el grupo indígena que vive en la parte alta de
Buenaventura y que está conformado por gente de Cotopaxi y
Tungurahua, especialmente. Se trata de una urbanización
independiente que participa parcialmente con las otras dos. Son
entre 50 y 60 familias que se dedican especialmente a la
agricultura (ellos sí para el comercio) y que pertenecen -en un
porcentaje considerable- a la religión evangélica.

Pero hay alguien más... Se trata de una joven muchacha originaria
de Barbados que -gracias a un intercambio estudiantil- vino a dar
en este olvidado rincón del mundo. Y se quedó. Lo hizo, aunque al
principio le aterró la idea de vivir casi en una isla. Aunque le
asustó tener que caminar tanto para conseguir un vehículo. O
tener que saltar los charcos y evitar las piedras del camino para
salir a la ciudad.

La joven es ahora parte de la vida de la Camilo Ponce. Se integró
a este singular grupo humano y, junto con ellos, aprendió a
sacarle vida a la vida. Todos los días, desde antes que salga el
sol.

LAS INGENIOSAS SALIDAS A LA SED

En la Camilo Ponce no hay agua. Tampoco en la Buenaventura, ni en La
Libertad. Pero la sed tiene salidas ingeniosas. Y la gente de este lugar
las encontró. En la parte más alta del monte el agua sale de la tierra.
Las acequias son una alternativa. Pero la mejor es la misma tierra que en
sus entrañas guarda el líquido vital. Muchos los que tienen la suerte de
vivir arriba han cavado pozos. De allí extraen agua para sus necesidades,
pero también para venderla (a mil sucres mensuales y sin ningún otro tipo
de medida que la necesidad de cada familia) a sus vecinos de abajo.

Ellos llegan con sus baldes y canecas. Sacan el agua y se la lleva en
carretillas una o dos veces por semana.

Otro, los que tienen más posibilidades (11 familias en total ) construido
sus propias cisternas y obtienen el agua de tanqueros que -por hasta 25
mil sucres- les proveen de agua suficiente para entre dos y tres meses.
Claro que la diferencia está en la calidad del líquido.

Quienes cocinan, lavan, limpian y a veces hasta beben el agua de
los pozos ya han tenido problemas. Y es que como cuenta doña Rosa
Benavides, una de las vecinas del lugar, el agua de los pozos no está
grantizada. "Muchos lavan encima y el agua se ensucia", dice.

Por eso -asume- su hijo se contagió de una efermedad en la piel.

El agua de acequia ocasiona aún más problemas porque se mezcla, muchas
veces con desechos y desperdicios. Sin embargo, para algunos , es la única
opción.

Según Sergio Olaya, se están realizando las gestiones necesarias para
obtener agua potable y alcantarillado. "Pero es difícil porque la
ubicación de los barrios hace muy difícil la dotación de agua".

"Hemos andado por el IEOS, por la Empresa de Agua Potable y han hecho
algunos estudios,pero hasta ahora no hay nada en concreto", señala.

Así que, mientras sueñan en que algún día llegue el agua potable, la gente
de estos barrios tendrá que seguir buscando ingeniosas salidas a la sed.

ESTUDIANDO A PESAR DE LOS PROBLEMAS

Son 53 niños. El día del festejo de Navidad bailaban y cantaban sobre el
cemento mojado de su única cancha deportiva.

Otros corrían de un lugar a otro y, muy pronto, el territorio de la
escuela les quedaba corto para sus travesuras.

Así que salían sin ninguna dificultad (la escuela aún no tiene
cerramineto) a saltar sobre los charcos en el camino de tierra o sobre los
que se formaron en el pequeño patio, junto a las aulas.

Pero cuando hay que estudiar, ellos estudian. Lo hacen en dos peque;as
aulas (próximamente en tres) y con dos (también próximamente tres)
profesores.

Uno de los docentes tiene el carácter de particular y su sueldo es
costeado entre la directiva de la cooperativa Buenaventura y los padres de
familia. El otro es fiscal y recibe su sueldo del Ministerio de
Educación.

La Escuela Buenaventura es la única del sector. Sin embargo, pocos de los
padres de familia optaron por ella. La mayoría matriculó a sus niños en
escuelas y colegios del centro y del sur de Quito. Eso, porque piensan
que, son tan pocos recursos, es imposible aprender.

PERO ES POSIBLE...

Así lo demuestran los 53 pequeños, dos docentes y el grupo de padres de
familia que trabajan todos los días para estudiar, a pesar de todo.

Ellos han conseguidio el compromiso del Ministerio de Educación de
construir el ceramiento dy dotar a la escuela de baterías sanitarias. Pero
mientras no puedan levantar una vivienda para un conserje que las
cuide, éstas últimas no llegará. Así que es una de sus más urgentes
prioridades.

La otra -según cuenta Gladys Laica, Directora-profesora de la escuela- es
una guardería en la que los padres puedan dejar a sus pequeñitos niños de
hasta tres años que ahora, intentan jugar con los otros en la escuela, por
falta de un lugar más adecuado donde estar. (5B)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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