Quito. 15.02.94. A Diego Oquendo se lo quiere o no se lo quiere. Quien lo
ha leído en sus columnas, escuchando en la radio y visto y oído en la
televisión, reconoce en él el arquetipo del periodísta duro,
irónico, incisivo. Cuestionador por naturaleza, de un manejo
envidiable del idioma, y nunca dispuesto a que le impongan nada.

Pero el que no lo ha visto en la intimidad de su casa desconoce,
por ejemplo que es enormemente tímido. Y por lo pronto, otro
rasgo del Diego real, que jamás aparece en pantalla, es su
nerviosismo, que además admite. "Sí, si me pongo muy nervioso"
dice cuando determina que ahora será el entrevistado. Pero lo
que me impresiona es su cautela, como la del que avanza a tientas
en la oscuridad. Y los ojos, pequeños y oscuros, hundidos y muy
juntos, de mirada atenta que a ratos parece tener un filo
cortante. Y lo más impensado, su rara habilidad para crear un
ambiente de intimidad cultivando en tono de picarezca seducción.


Fiel a sí mismo

Treinta y cuatro años tiene en la carrera de periodista. Su
temeridad y obsecación le han permitido 37 premios nacionales y 8
internacionales. En el año 93 obtuvo tres de los más importantes:
el Colegio de Periodistas de Guayaquil como "Periodista del año",
el del Colegio de Periodistas de Quito :Mejor labor radial" y el
de la Unión Nacional de Periodistas "Mejor periodista en
televisión". Pero también en el año 93, en su momento el avezado
profesional arremetió con su opinión contra una alta peronera del
gobierno. El desenlace es hoy historia conocida. Obviamente fue
un hito, él no pretende negarlo ni minimizarlo. Y aunque fue más
que nada en su vida profesional ahí le duele y siente
responsabilidad.

"Jamás fue algo personal. Jamás mi propósito fue lograr
destitución o que la señora saliera del ministerio. Mi único afán
fue que una situación anómala que para mí era un principio de
corruptela tuviera un debido esclarecimiento. ­Nada más!".

El tono firme y convencido de su voz es suficiente, pero la frase
lo sobrexpone, por lo que digo: a usted lo he escuchado decir que
la moral ecuatoriana está reprodrida ¿alrededor de qué gira la
suya? Y es curioso observar su vago desasosiego. Mas, sin pose
pretenciones , precisa. "Yo creo que en el comportamiento público
y en el privado debe haber necesariamente una línea de
continuidad. Yo no me atrevería jamás a decir las cosas a veces
duras que digo en este país, si no tuviera una vida privada de
otal transparencia. No tengo rabo de paja. No me creo perfecto
­de ninguna manera!, pero procuro que en los hechos básicos de mi
vida haya limpieza. Y en esta cuestión he sido siempre fiel a mí
mismo".

Y son los hechos los que lo definen. Más aún, es su profesión.
Diego Oquendo es un periodista, y como tal, él tiene
absolutamente asumido que así se debe hacer las cosas, por eso
mismo intentar cuestionar su acción es redundante. No obstante,
al parecer la vida de alto compromiso con la sociedad también le
ha servido para aceptar los tropiezos y fracasos. Cuando en sus
severos juicios él se ha equivocado, "no una, suno varias veces",
reconoce haberlas tenido, "el coraje de públicamente pedir
disculpas, decir que me he equivocado, y luego enmendar mi
conducta".

Que es un hombre que despierta sentimientos fuertes, sean de
adhesión o de rabia, lo sabe muy bien. "Cuando en el periodismo se
asume posiciones frontales se genera sentimientos encontrados,
dice. Aunque ahora yo diría que en gran parte de eso se ha
superado. Creo que la aceptación hacia mí hoy en día es más bien
generalizada".

Sin embargo, asevero, existe la sensación que ante los
entrevistados usted siempre trata de dejar sentado que Diego
Oquendo es más brillante que cualquiera de ellos. Y una especie
de envaramiento lo sobrecoge cuando dice: "­No, de ninguna
menera! Soy un hombre muy consciente de mis debilidades, de mis
falencias, de mis limitaciones, quizás por eso mismo en mí se ha
dado una especie de actitud obsesiva, Cada día trato de leer un
poco más, estar más informado, tener una perspectiva más cabal de
los acontecimientos". Y con una voz controlada, aunque con la
pasión característica, con una cierta insistencia, agrega.

"Verás, yo diría que he madurado, creo ahora ser menos dueño de
la verdad. Ahora cuando digo mis cosas las digo con mucha
prudencia tomando en consideración el punto de vista del otro, y
también consciste que mi verdad es una verdad absolutamente
relativa. Es más, y esto también lo digo a través de mis
artículos, televisión y radie, nadie está obligado a tomar en
consideración el punto de vista de Diego Oquendo, lo mío debe ser
tomado únicamente como un parámetro comparativo, como un punto de
partida".

En la trinchera

Y en su partida no hay dato más revelante que su fecha de
nacimiento. Diego Oquendo nació el día 1 de mayo. "Tengo un
profesionalismo y afán de trabajo exacerbado", admite, y cuenta
su trayectoria laboral. "En 1960 se formó el periódico "El
Tiempo". Es ese entonces lo dirigía Carlos de la Torre Reyes y yo
era estudiante de la facultad de Derecho de la Católica. Pronto
De la Torre me invitó a escribir... Yo en esa época escribía sólo
pemas, vivía además un poco en el aire, así que le pedí la
sección cultural, pero él me dijo: "no, yo quiero que usted sea
reportero político". Y sonriendo disfruta su recuerdo. "Respondí
que no tenía ningún conocimiento de política. Más bien que sentía
un rechazo consciente hacia ella".

Cinco años en el periódico le sirvieron para que midieran sus
fuerzas. "Me enfrenté a las dictaduras y fui objeto de fuertes
represalias. Me pegaron, pusieron bombas y me sacaron del país".
Sin embargo en su balance admite que la situación generó para él
cierta notoriedad positiva. "Me invitaron a ser parte del
noticiero "24 Horas" de Teleamazonas. El que fundé, afirma. Y
luego me tentaron de la radio".

Recientemente Oquendo cumplió 15 años como presidente ejecutivo de Radio
Visión y locutor de su espacio "Buenos Días".

"Y por las noches escribo artículos para los diferentes medios escritos",
dice con su sonrisa pícara que más que a partir de sus ojos, parece brotar
a través de ellos.

Y sobre su condición en la política, Oquendo afirma que cambió
de eje. "Pienso que un periodismo bien conducido es la mejor
forma de hacer política". Y aunque más de una vez afirma haber
sido invitado por los partidos: DP, ID y FRA para ejercer
política activa, ésta continúa sin interesarle. "Soy un hombre de
cambio social con una raíz cristiana y con la certeza de que en
este país se puede hacer muchas transformaciones sin alterar la
paz y respetando los parámetros democráticos .

También un hombre de centro izquierda muy identificado con el dolor de mi
colectividad, pero como te dije antes nunca interesado en ejercer
política. Yo moriré en la trinchera haciendo periodismo,
escribiendo".

Inmejorables recuerdos

Y su sentido literario incentivado desde muy niño se hace aún más
evidente cuando explica que todo esto pasa en su vida mientras
pule y rehace textos de sus dos proyectos de novelas. "He
publicado el dos por ciento de lo que he escrito", informa. E
indica que actualmente también se encuentra inmerso en escritos
sobre reflexiones de su vida que ha titulado "Para mí mismo".

Buena base para un título. Oquendo estima guardar en su memoria
recuerdos inmejorables de su niñez. "Crecí entre cinco hermanos
pero era más bien un niño solitario, retraído, contemplativo pero
enormemente feliz. A los tres años y medio aprendí a leer. ­Antes
que a escribir!".

Sin embargo, a ratos, por instinto, sin conocer caminos, advierte
que él ya sabía que cuando grande sería escritor. En primer grado
de escuela ganó el primer premio en composición, y en los años
siguientes el de redacción. A los 12 años recuerda ya había leído
"Los Hermanos Karamasov" de Dostoyewsky. Y hay en su voz una
alegría evidente cuando comenta. "En mí aún hay dos cosas de niño
que he preservado con esa frescura infantil, hasta ahora mi obra
favorita continúa siendo "La Isla del Tesoro" de Stevenson que
fácilmente debo haberla leído unas treinta veces", e interroga.
"¿Sabes, cuál es mi terapia cuando estoy triste? Releo la revista
"El Peneca" de mi niñez, donde aprendí a leer".

Y observo como Oquendo ha desarrollado la facultad de mirar de frente todo
lo que le produce dolor y apartarlo de su mente. La muerte de su
padre, Juan Luis Oquendo, cuando tenía 6 años de edad, lo marcó,
sin embargo únicamente dice. "Era un hombre maravilloso, un gran
jugador de ajedrez, tocaba diferentes instrumentos". Y pasa rápido
a hablar del desbordante cariño por su madre, Matilde Silva. "Una
mujer de gran apoyo en mi vida, capaz de enormes ternuras".

La pena por la paz

Sólo una mujer hubo después que pudo disputarle la hegemonía a
Matilde Silva, su primera esposa, Aída. Veinte y seis años tenía
cuando se casó. A los 27 enviudó. "Los seis meses que duró la
enfermedad de Aída, relata fueron los más duros de mi vida. Luego
de su muerte de pronto me tocó el rol de mamá y papá juntos...

Fue un aprendizaje durísimo, pero si cabe un motivo de
legítimo orgullo, es haber sacado mis hijos adelante".

Cuatros hijos tiene Oquendo: Diego, 27, periodista, Sebastián,
20, estudiante de economía, Cristian, 19 , de antropología y
Michelle, 18, de secundaria.

El rol que tampoco buscó y llegó igual nuevamente, fue el de
esposo, al que según confiesa le sacaba el cuerpo en la medida de
lo posible. "Nunca pensé volver a casarme. Pero pasaron dos años
de la muerte de Aída y empecé a sentirme atenazado por la
soledad. ­Ahí surgió Karina!". Y por primera vez cambió la pena
por sorpresa y después de la sorpresa por la paz. Se casaron hace
siete meses y esperan un hijo para mayo próximo. "Ella era hija
de un amigo mío... Era tan menor a mí, así que no la veía con
otros ojos...". Karina tiene 22 años. "No obstante la
aproximación como pareja, afirma, es una cosa magnífica".

Y una cosa y otra cosa con muchas en la vida de Oquendo, que le
divierte contar que él es enormemente inútil en cualquier tarea
de la casa pero que es el encargado de las compras. "Todos los
días compro el pan y la leche". Y orgulloso agrega que también
lleva a la familia al médico y al dentista. Se confiesa
enormemente casero. Para él, el ideal de descanso es "una tarde
de lluvia, dentro de casa, puesto pijama y comiendo chocolate".

Y aunque infinitamente amante de la privacidad, cuenta que cuando
la gente en la calle duda que es él, además por no decepcionarlos
no les confirma serlo. Y cuenta con gracia. "Cierta vez yo iba en
un bus y a mi lado una viejecita que me veía y veía, hasta que me
preguntó si yo era Diego Oquendo, tuve la tontería de decirle
que sí, de sólo ver su gesto de decepción ­nunca más!". Y se ríe
a carcajadas.

Y su mirada se detiene en Karina, quien ha estado todo el tiempo
presente, le pregunto ¿Eres feliz? Y mientras continúa mirando a
su esposa, dice. "Hasta donde uno puede creer que es feliz.

Aunque debo confesarte que al momento me siento preocupado,
cuando ya pensaba que la tarea con los hijos la tenía cumplida
­me toca todo de nuevo! Pero también me parece un mensaje de
Dios, una bendición, un milagro. Si soy feliz".

Algo tan duro de ganar como su fiereza para no bajarse del
intento.

Texto tomado de Revista 15 Días. Número 97 (pag. 38 a la 40)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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