Quito. 12.07.93. Místicos y estudiosos de la fe consideran que el
ritmo acelerado que rige a la actual época ha convertido al
espíritu en esclavo del cuerpo.

Los filósofos, rompiendo esquemas y mitos, dicen que los hombres,
en su desesperanza, en su necesidad de encontrar la razón y
verdad de sus vidas han ido creando ídolos y doctrinas, que
tampoco han logrado llegar a la esencia del ser. Por el
contrario, han acentuado sus confusiones y fricciones.

Frente a este sentir que sacude a las sociedades postmodernas, la
doctrina espiritual de los pueblos nativos de América, su
religión, sabiduría y verdad milenaria, surgida del cosmos y de
la misma tierra, se presenta como la alternativa, como el
resurgimiento a la vida.

Cesáreo e Hilario, shamanes de las comunidades secoya y shuar,
respectivamente, están conscientes de ello, de la misión que como
líderes de sus pueblos deben cumplir. Misión que la toman como el
encausamiento físico y espiritual del hombre, por la senda
natural de la vida, de la tierra, de la paccha...

Y lo están haciendo ya. Cada uno en sitios distintos.

Cesáreo, con sus 69 años a cuestas, hijo y nieto de guerreros y
shamanes es el curandero de su comunidad, localizada cerca de la
reserva de Cuyabeno, en las riberas del río Aguarico.

Su sabiduría, pura, silvestre, ya ha trascendido las fronteras de
su grupo étnico. Hasta él acuden hombres y mujeres que, a pesar
de ser ajenos a su mundo, buscan en él la fuerza que, dice, le
impregna la tierra, el sol, la vida misma

Para Hilario, de apenas 29 años, el objetivo de esta misión se
traduce en el traslado de su conocimiento y energía hacia la
gente de pueblos y ciudades, "para ayudarles a recuperar los
valores espirituales, culturales y religiosos de sus antepasados;
principio básico para hallar la verdad".

Pero, pese a que el hombre urbano está despertado al reencuentro
con su ser, en la búsqueda de argumentos que den a la vida una
perspectiva mejor; el de la selva se enfrenta al peligro de
perderla, de dejar de ser libre, de ser amordazado por la
colonización, que en nombre del "desarrollo", impone y domina,
cuestiona y critica su manera de percibir el mundo.

CESAREO, UNA HERENCIA TRUNCA

Cesáreo Piaguaje está considerado uno de los más antiguos y de
los pocos shamanes que quedan en al Amazonía. Se inició en la
curandería a los 13 años. De su padre y de su tío heredó los
conocimientos y misterios de la vida y de la selva, que parece
morirán con él.

Al explicar el por qué de esta sentencia, su rostro cobrizo se
muestra desconcertado. No quiere herir a su único hijo, José, de
34 años, un despierto pastor evangélico que prefiere quedarse
solo con el conocimiento de la medicina natural o vegetariana, y
dejar de lado el shamanismo, por temor a la reacción que el
ayahuasca, (bejuco del que sale el brebaje que trasporta al
shamán al mundo espiritual) produce en los iniciados; "a la
borrachera que, me cuentan, puede durar días".

Pero, en realidad, para José existe otra razón de peso que le
impide ingresar al mundo mágico de su padre: "haber conocido al
Señor Jesús", que entró en su vida, y tal parece que para
siempre.

Y, de pronto, la inquietud en Cesáreo se convierte en nostalgia.
Con cierto orgullo comenta sobre el respeto que inspiraba su
esposa, una shamán con la fortaleza y poderes que muy pocos
hombres de la comunidad han logrado, pero que quedarán para la
historia, si es que alguien logra contarla, pues a ella también
la "convirtieron". Hoy ya no bebe ayahuasca para invocar a los
espíritus; reza en un idioma ajeno, implora a un dios hipotético.

Pero, a pesar de todo, Cesáreo no pierde la esperanza de que en
cualquier momento algún joven, aunque no sea su hijo, le pida que
lo inicie. "Tengo miedo de enfermar, de morir sabiendo que nadie
de mi gente pudo hacer nada por mí".

HILARIO, UN CASO DISTINTO

La situación de Hilario Chiriap es distinta a la de Cesáreo. Es
hijo de un shamán que dejó su tradición, su mundo espiritual para
convertirse al catolicismo, negando todo acceso de conocimiento
de shamanismo a sus hijos.

Desde muy chico fue internado, lejos de la selva, bajo la tutela
de los salesianos, con quienes logró culminar los estudios
secundarios.

Graduado de bachiller decide continuar sus estudios en la
Universidad Católica. Pero una enfermedad le obliga a retirarse
de este centro de estudios e internarse en la selva, en busca de
la medicina milenaria de su pueblo.

A partir de entonces, comenta Hilario, "empecé a ver las cosas de
otra manera, a tomar conciencia de que a la vida se la debe
sentir".

En el aislamiento al que se sometió, la realidad, que le habían
enseñado como única, se desmoronaba de a poco. "Empecé a entender
que la prédica del Evangelio, como retórica es buena, pero es
nula en la práctica, porque no propone cambios. Un ejemplo de
ello es la misma sociedad que sigue igual, o mejor dicho,
desigual. Clasificada en estratos. Entendí que la verdadera
religiosidad rompe con esos esquemas".

Con sus maestros comprendió, además, que no es necesario imponer
una religión, "porque toda persona en sí es religiosa, y sobre
esa base busca la superación".

Sacó como conclusión de su vida en la ciudad, que cuando al
hombre se le imponen valores, éste termina por negarse a sí
mismo. "Porque una vez que han dominado su conciencia, terminará
por perder su identidad. Y así, el camino se allana para la
dominación".

Retornar a la selva, retomar su idioma y costumbres, para Hilario
ha sido duro, más de lo que fue cuando lo arrancaron de su medio,
de su mundo, siendo aún niño.

Pero, a pesar de ello, y contrariando la disposición de su padre,
se sometió a las duras pruebas que el shamanismo impone a los
inciados. Pero lo logró. Hoy es uno de los shamanes más jóvenes
de toda la Amazonía ecuatoriana; uno de los pocos que aún lucha
por mantener su identidad.

RITUALES URBANIZADOS

Fue la noche del 22 de junio, en pleno solsticio de verano, (la
fiesta del Inti Raymi) en Peguche, que Hilario, con su mirada
franca y abierta, se dirigió a los asistentes del ritual
programado por él. Teatreros, bailarines, cineastas, empresarios,
estudiantes. Mestizos, otavaleños y europeos, todos le escuchaban
con atención.

Y él les hablaba de la libertad, pero de la libertad de
conciencia que exige que cada uno se convierta en guerrero de su
propia vida, para encontrar la verdad, "una verdad que no la
hallamos porque estamos dormidos, porque nos hemos dejado
enfrascar la mente y la conciencia. Porque hemos dejado que
dominen nuestra voluntad".

Y hablaba del pasado, de la conquista, de religión; de la
necesidad de retomar la vida espiritual, de volver los ojos a la
tierra y a canalizar la energía.

Les decía que dentro de la naturaleza y del universo, el ser
supremo no varía; que lo que sí existen son caminos que permiten
llegar a conocer su esencia.

Y hablaba de la vida, de la muerte. De la conciencia y del
espíritu, Los abordaba y cuestionaba. Compartía un ritual tan
suyo, tan de tu gente. ¿Por qué?.

"Porque la gente de la ciudad lleva más confusión que cualquiera,
porque no se conocen en su interior. Estoy aquí para eso, para
ayudar a que sean ellos mismos los que se descubran, y para ello
no hay mejor maestro que la propia conciencia. Lo mío solo es un
trabajo de seguimiento, de orientación".

¿Y cómo saber que la gente te sigue y te escucha porque de verdad
quiere encontrarse, y no por puro "snobismo"?

Tenemos que partir de algo muy profundo. Somos producto de la
fusión de diferentes culturas, de diferentes credos, formas de
vida, que a su vez provoca confusión y controversia.

Pero, a pesar de ello todavía, oculta por allí, se mantiene una
estructura, una esencia que nos va a permitir recuperar y
descubrir los valores culturales y espirituales propios, y es esa
raíz, el principio, que esta gente está descubriendo. Lo que
queda es encausar, guiar ese sentimiento, equilibrar su cuerpo y
espíritu

¿Y, cómo puede lograr el hombre un equilibrio o interrelación
entre su cuerpo y espíritu?

El primer paso es lograr recuperar la identidad, porque de ella
partimos. Lo espiritual no hay que crearlo, porque existe en cada
uno de nosotros, está presente en las vivencias culturales, en el
comportamiento social de los grupos, todo está conectado con la
naturaleza y con el cosmos, porque el hombre es parte de todo
ello. Cuando se logra conocer, aceptar y encausar este hecho, es
cuando logramos el equilibrio. Si todos lo humanos lo
consiguiéramos podríamos cambiar la situación del mundo.

Y la gente, sobre todo los teatreros, se emocionaban y decían que
las enseñanzas de Hilario eran necesarias para su cuerpo y su
espíritu. Que ellos, más que nadie, por su trabajo, tenían que
trasladar esta verdad al público, "porque nuevos cambios cambios
se ciernen sobre el mundo".
EXPLORED
en Ciudad N/D

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