Quito. 06.03.94. Lo sucedido después de la masacre en Sarajevo
que produjo el frágil cese al fuego nos da un ejemplo de las
fuerzas y debilidades de la conducta de la política exterior
ejecutada por la administración Clinton. Pocas administraciones,
si acaso, han sido tan ideológicas en sus percepciones o tan
globales en sus programas; pero ninguna de ellas ha sido más
pragmática ni prudente en la ejecución, ni se ha dejado llevar
tanto por consideraciones domésticas, a menudo parroquiales. La
destreza operativa de la administración le ha salvado, una y otra
vez, de lo que implican sus atrevidos pronunciamientos.

Cuando el concepto y la acción se han encontrado -como en el TLC
la administración ha sido muy efectiva. Pero con demasiada
frecuencia menosprecia la importancia de la credibilidad. Esta es
la divisa que garantiza que un país hará de hecho lo que ha
dicho. La capacidad de Norteamérica para influenciar en los
eventos disminuye cuando otras naciones ignoran cómo pueden
relacionar sus acciones con las nuestras. Entonces, los
adversarios se ven tentados a ponernos a prueba; los amigos se
muestran renuentes a aceptar nuestro liderazgo.

La administración comenzó buscando vindicar la integridad
territorial de Bosnia y acabó apoyando una partición en términos
peores que los alcanzables hace un año. En Somalia, la embajadora
norteamericana ante las Naciones Unidas, Madeleine Albright,
proclamó que la meta era la construcción multilateral de una
nación democrática, únicamente para ver que su país se retrasa a
una misión de autodefensa y de fuerza expedicionaria, una
contradicción de términos. En China, la administración ha
insistido que haya un importante progreso en los problemas de los
derechos humanos mientras que su lenguaje corporal transmite el
deseo de extraerse a sus pronunciamientos. Y en Europa del Este,
la llamada Sociedad para la Paz resultará vaca o de plano
contraproducente.

En todos estos problemas, prefiero el resultado pragmático a la
retórica ideológica. Pero debemos pagar un precio por la curva de
aprendizaje. La disparidad entre el propósito prometido y la
política verdadera amenaza con otorgar una creciente irrelevancia
a la política norteamericana exterior.

DEBEMOS VERNOS FUERTES

La administración no ha explicado al pueblo de Norteamérica el
significado de las crisis actuales, ni tampoco ha buscado
relacionar los remedios propuestos con una definición de los
intereses norteamericanos. Este vació quedó ilustrado por el
comentario de David Gergen, mencionado en el New York Times con
respecto a Sarajevo. "Debemos vernos fuertes," dijo, sin definir,
sin embargo, las condiciones ni el propósito a largo plazo al que
una demostración de fuerza pudiera servir.

La tragedia Bosnia todavía espera articulación del preciso
interés norteamericano que está en juego. Con claridad el
problema es especialmente complejo porque involucra dos
principios centrales que están en conflicto entre si. El primero
es cómo enfrentar a la agresión; el segundo tiene que ver con la
relevancia de la entrega histórica de Norteamérica a la
autodeterminación. En la raíz de la tragedia Bosnia estaba la
decisión de la comunidad internacional -heredada por Clinton- de
constituir a Bosnia como una nación soberana sin importar su
composición étnica. Nunca ha existido un Estado bosnio; tampoco
existe una identidad étnica Bosnia; el territorio denominado
Bosnia en el mapa se compone por un 49% de musulmanes y un 51% de
serbios y croatas.

Estos pueblos diversos y antagonistas viven en la intersección de
lo que fueron los imperios Austriaco y turco y de las religiones
ortodoxa y católica. El ya poderoso antagonismo entre serbios y
croatas queda amplificado por la presencia de un gran número de
musulmanes, a quienes se odia porque se les considera remanentes
de los das de la ocupación turca.

Un curso de acción responsable habría sido establecer un
protectorado temporal de las Naciones Unidas o de la Comunidad
Europea, para producir una partición en grupos étnicos o alguna
clase de arreglo cantonal con base étnica. El haber ignorado las
realidades históricas, culturales y étnicas condujo a una guerra
que se libra en la forma balcánica característicamente bárbara,
como atestiguan las diversas masacres que ocurrieron en los
Balcanes antes de la Primera Guerra Mundial.

Todo instinto norteamericano ha pedido detener este sacrificio.
Pero, ¿en el nombre de qué y con qué medios? Muchas mujeres y
hombres a quienes admiro piden la restauración del estatu quo
anterior por medio del poder aéreo. Por otro lado, la historia
sugiere que la participación en una guerra civil balcánica será
costosa y prolongada. Serbia, que ha luchado contra los imperios
turco, austriaco y germano incluso estando ocupada, habrá
mostrado poca disposición a ceder lo que considera una herencia
nacional luego de unos cuantos ataques aéreos. Los presidentes no
pueden basar la política sobre las asunciones más favorables. Una
campaña militar prolongada, tarde o temprano, habría requerido
tropas terrestres y con casi total certeza habría incluido
también una creciente tensión con Rusia, protector histórico de
Serbia. Finalmente, tal curso habrá sido en cierto grado
inconsistente con el principio de la autodeterminación, ya que
habrá forzado a la mitad de los habitantes de Bosnia a vivir en
un país que no era de su propia elección.

OBJETIVO MAS FACTIBLE

Un objetivo más factible -que pudiera haberse buscado mucho antes
en el conflicto- habría sido detener mayores depredaciones
insistiendo en un cese al fuego con amenazas análogas a las que
finalmente se utilizaron sobre Sarajevo. Pero la consecuencia
práctica habrá sido confirmar las ganancias serbias y croatas y
apoyar la partición, un prospecto rechazado por los políticos
norteamericanos. La administración Bush rechazó ambas opciones.
Sin percibir interés nacional alguno para justificar los costos
que significaría la restauración de la integridad territorial
Bosnia y sin querer apoyar la responsabilidad de la partición,
esencialmente permaneció al margen.

La administración Clinton tomó la táctica opuesta. Durante su
campaña electoral, Clinton sugirió con fuerza que revertiria las
ganancias serbias. En los primeros dos meses en funciones, su
administración se negó a endosar el plan Vance-Owen como
proponente de la partición de Bosnia. El secretario de Estado
Warren Christopher, fue a Europa para promover una intervención
militar; se alistaron hasta 30.000 soldados para funciones
pacificadoras. Al último minuto, la administración se retractó,
ostensiblemente por la oposición europea pero en realidad debido
a que en si misma no estaba preparada a correr los riesgos de la
participación. Esta es otra forma de decir que Washington no
percibia interés nacional alguno en Bosnia para justificar el uso
de una gran fuerza La administración invocó entonces la retórica
de la integridad territorial Bosnia, pero la adjuntó a una
política de partición, sin participar en diplomacia alguna a
beneficio de parte alguna. Los recuentos televisados de la
carnicería en Sarajevo acabaron con esta ambigüedad. La amenaza
de bombardear las posiciones serbias que rodean a Sarajevo ha
alineado el sufrimiento humano, pero no ha cambiado las
realidades subyacentes De hecho, la introducción de tropas rusas
ha sumado un nuevo obstáculo político a cualquier intento por
restaurar el anterior statu quo.

Mientras que la administración y el público no estén dispuestos a
pagar el precio por restaurar la integridad territorial de
Bosnia, la retórica al respecto nada más confundirá los
problemas. Incluso después de los sucesos de SaraJevo, la opción
realista sigue siendo imponer un cese al fuego y negociar la
partición. La insistencia norteamericana sobre una soberanía nada
diluida ya ha causado el encogimiento del territorio musulmán del
41% al que accedieron las partes en 1991 hasta que el plan fue
bloqueado por la administración Bush, al 36% bajo el plan
Vance-Owen desalentado por la administración Clinton, al 32% en
la actualidad. Los Estados Unidos deberán apoyar fuertemente una
mejora a este porcentaje, así como a una salida al mar para los
musulmanes. Pero no pueden ir más allá de las medidas políticas y
económicas. Afirmar metas que uno no está preparado a indicar por
la fuerza si es necesario acelerará la pérdida de credibilidad.

EL CASO DE SOMALIA

Una brecha similar entre las aspiraciones y la disposición para
respaldarlas ocurrió en Somalia. La administración Clinton no
heredó una misión política, sino un despegue militar con la meta
humanitaria de distribuir alimentos. Esto creó la posibilidad de
que, si las fuerzas norteamericanas abandonaban la región, los
conflictos que las habían llevado hasta allá recurrieran
rápidamente. Pero cualquier intento por imponer una solución
política probablemente habría involucrado a los Estados Unidos en
una guerra civil.

Cuando la administración Bush abandonó el poder poco después, la
administración Clinton optó por la "construcción nacional
multilateral", buscando desarmar a las diversas facciones que
habían buscado el dominio durante décadas. Predeciblemente, estas
facciones se resistieron a la erosión de su misma razón de
existencia. El conflicto resultante definió el precio que la
administración estaba preparada para pagar por cualquier interés
nacional que tema en la construcción nacional en Somalia: 18
bajas excedieron el limite tanto para la administración como para
el Congreso. En cuestión de días. se abandonó una política
norteamericana que no emitió respuesta alguna ni siquiera cuando
un cadáver norteamericano fue arrastrado por las calles de
Mogadiscio. Como oponente de la aventura somalí incluso durante
la administración Bush, no lamentó el retiro norteamericano. Pero
la velocidad de la reversa a la política contribuyó a dar una
credibilidad en problemas más cercanos al interés nacional.

La diferencia entre los objetivos norteamericanos proclamados y
el precio que la administración ha estado dispuesta a pagar
existe también en los problemas de naturaleza principalmente
diplomática. Consistentemente he cuestionado la inteligencia de
hacer que la clasificación de China como nación más favorecida
dependa del progreso del país en las cuestiones relevantes a los
derechos humanos. Sin embargo, me preocupa el espectáculo de la
administración cuando tiene que implorar a Pekín sobre la base de
las necesidades norteamericanas domésticas que rescate a
Washington de su dilema autoimpuesto. Pekin resistirá reacciona}
a lo que considera una intervención extranjera en sus asuntos
domésticos. La única salida se dará mediante un diálogo político
que explícitamente defina los intereses recíprocos, dentro del
cual debe integrarse el interés norteamericano por los derechos
humanos. Ya que el tiempo se acaba hay en ciernes alternativas
nada agradables para los Estados Unidos: abandonar la política
proclamada, o comenzar una gran confrontación con la más populosa
nación del mundo que también tiene la economía de mayor
crecimiento en el mundo. Esto es especialmente peligroso en un
momento en que las relaciones con Japón también son
extremadamente áridas.

SOCIEDAD PARA LA PAZ

Finalmente, la muy anunciada Sociedad para la Paz es otra idea
global en busca de una definición operativa. En una conferencia
de Prensa el 14 de febrero, el Presidente describió la iniciativa
de dar a los países "que fueron parte del Pacto de Varsovia o
parte de lo que fue la Unión Soviética o que eran simplemente
neutrales...La oportunidad de participar en ejercicios de
planificación militar".

Pero, ¿qué naciones excluye tal definición? ¿En qué se distingue
este grupo de las Naciones Unidas? ¿Qué deben precisamente
planear estas naciones? ¿Por qué tiene Norteamérica la obligación
de capacitar ejércitos en tantos países con tan diversos
propósitos? ¿Por qué es la OTAN el instrumento apropiado para
esta tarea?.

Similarmente, la meta clave dc la administración es el avance de
la democracia, y todavía carece de un significado operativo en
contraste con la contención, a que supuestamente reemplaza. ¿Cómo
y por qué medios pretendemos extender la democracia? ¿Cómo
relacionamos esta meta con los otros objetivos nacionales? Si los
derechos humanos y otras politicas chocan, ¿cómo se determinan
las prioridades?

Tales cuestiones no han sido resueltas por dos razones. La
primera es la tendencia de la administración a tratar las
declaraciones pragmáticas y política operativa como actividades
distintas, cada una de ellas impulsada por sus propias
necesidades, normalmente definidas en términos de relaciones
públicas. Aunque la realidad subyacente ha sido clara por más de
un año, el ultimátum sobre Sarajevo fue causado por las escenas
de la televisión, el retiro de Somalia fue causado por un
espectáculo similar. El segundo obstáculo refleja la renuencia de
la administración a enfrentarse a un mundo que incluye conflictos
intereses en pugna y la necesidad de equilibrio. La necesidad
subordina tales problemas a los conceptos multilaterales
globales. El resultado es que casi todo evento concreto crece en
relación con las expectativas filosóficas de la administración.
Ocasionalmente, el presidente ha declarado elocuentemente los
principios fundamentales, y sus colegas lo han mostrado un gran
talento para extraer a Norteamérica de la participación que
tuvieron una mano en crear. Lo que falta es una estrategia
nacional que relacione los medios con los fines. Evitar el
desastre no puede seguir siendo la única prueba para la política
exterior norteamericana.

*Texto tomado de EL UNIVERSO (p.6)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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