Quito. 25.02.93. "No sé cuando volveré, tal vez cuando sea
verano, cuando abuelita luna y padre sol se saluden otra vez, en
una madrugada esclareciente festejada por todas las estrellas.
Sembraremos mucho maiz, maiz para todos los hijos de la tierra.
Se encederán los ocotes, alumbrarán las veredas, los barrancos,
las rocas y los campos, para saludar al sol desde las cuatro
esquinas": Rigoberta Menchú.

Poco a poco el aeropuerto de la ciudad de Guatemala se fue
llenando de pequeños grupos de indígenas de diferentes regiones,
que al igual que nosotros, llegaban en viejos camiones debido a
la falta de buses por un paro de los transportistas desde hacía
unos días.

Ataviados de varios kilos de equipos de fotografía y filmación,
nos encaminamos a esperar el avión oficial del presidente de
México, que traería a Rigoberta Menchú, indígena guatemalteca que
recibiera el Premio Nobel de la Paz el 10 de diciembre y a la que
acompañaríamos durante su estadía en Guatemala.

Acompañada de una comitiva de representantes de diversas
organizaciones guatemaltecas, Rigoberta, de 33 años, visitó
Guatemala por una semana después de 12 años en el exilio en
México.

EL PREMIO EN EL EXILIO

A diferencia de la alegría y apoyo de la población al Nobel, el
gobierno y las todavía influyentes fuerzas armadas, recibieron la
noticia del galardón noruego con un total silencio, sin además
acudir a la invitación en Oslo para la entrega del premio.

El malestar gubernamental se acentuó cuando Rigoberta decidió
dejar en "exilio" la medalla y el pergamino representantivos del
galardón, depositándolo en el Templo Mayor de la ciudad de
México, considerado como el centro de la cultura azteca.

"Los símbolos de esta distinción permanecerán temporalmente en
territorio mexicano hasta que se den las condiciones de paz,
democracia y reconciliación en Guatemala", declaró Rigoberta a su
llegada al aeropuerto.

RIGOBERTA ACUSADA DE GUERRILLERA

Las posiciones del gobierno frente a Menchú se han ido
endureciendo, acusándola constantemente de subversiva y que
muestra una negativa visión del país a nivel internacional.

Manuel Conde, presidente de la Comisión Gubernamental de la Paz,
afirmó "ella defiende las posiciones y argumentos de la
guerrilla, no posee una actitud balanceada, objetiva ni seria".

A pesar de estas acusaciones, el discurso de esta mujer quiché,
ha tenido un amplio eco en la nación y la comunidad
internacional, ya que responde a la situación de 30 años de
guerra en Guatemala que ha dejado más de 45.000 muertos y 100.000
desaparecidos.

"No es extraño que a quien lucha en favor de los derechos
humanos, contra los abusos de poder y la impunidad, es
inmediatamente calificado de simpatizante de la guerrilla. No me
importa que quieran hacerme guerrillera a la fuerza, lo que me
interesa es lo que siente y piensa la población", acotó Rigoberta
ante las declaraciones del gobierno.

PROTEGIDA POR LOS DIOSES

Religiosos mayas y shamanes llegaron de diferentes regiones para
acompañar a Rigoberta en ésta, su tercera visita al país.
Realizaron algunas ceremonias en centros rituales donde llamaron
a sus dioses protectores para que acompañaran en el futuro a
Rigoberta. Quemaron copal e incienso que lo utilizan para
espantar los malos espíritus y un grupo de ancianos tocó las
flautas y tambores sagrados como en sus ocasiones especiales.

Junto a los "sacerdotes mayas" -como se llaman a sí mismos-,
grandes grupos de indígenas siguieron constantemente todas las
actividades de Rigoberta. Se movilizaban en grandes grupos, sin
separarse nunca y preparando luego de las reuniones, su comida en
base a tamales, tortillas y frijoles, que nos ofrecían y
compartíamos sentados bajo algún árbol.

Cargados de cohetes sumamente ruidosos, lanzaban al aire al
inicio de cada encuentro. Menchú, siempre emocionada, intentaba
acercarse a estos grupos para compartir unos minutos, lo que
rápidamente se arruinaba con la presencia de decenas de
periodistas que seguían todos sus movimientos.

EN VIAS A UN ACUERDO PAZ

Guatemala, azotada por décadas de sucesivas dictaduras militares,
intenta seguir el proceso de paz logrado ya en El Salvador.

Durante seis años, los dos últimos gobiernos y la guerrilla
Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca, URNG, han estado en
el intento de negociar el fin del enfrentamiento armado y firmar
un tratado de paz. El diálogo se ha roto numerosas veces y
actualmente está paralizado por las acusaciones que se hacen
mutuamente y porque no se llega a ciertos acuerdos sobre derechos
humanos.

LA VIOLENCIA, EL PAN DE CADA DIA

La violencia continúa al orden del día, siendo no solo las
esporádicas confrontaciones entre ejército y guerrilla, sino más
bien contra la población civil.

Analistas han considerado a la guerrilla como política y
militarmente sin peso en la sociedad guatemalteca, pero que ha
servido de justificación al crecimiento estratégico del ejército.

Un total de 1.389 violaciones a los derechos humanos han ocurrido
durante 1992, denunció en México la Comisión de Derechos Humanos
de Guatemala, CDHG, que incluyen atentados contra la vida, casos
de tortura, bombardeos a zonas pobladas, amenazas de muerte,
detenidos desaparecidos y ejecuciones extrajudiciales.

Los siete años de democracia que ha tenido el país, no han valido
para que las distancias entre las organizaciones indígenas y el
gobierno se hayan disuelto.

Los medios de comunicación han estado siguiendo diariamente los
conflictos surgidos constantemente en el país, siendo la mayoría
de la prensa crítica a las posiciones y actitudes del gobierno.
Esto ha traído como consecuencia varios atentados contra
diferentes medios de comunicación y periodistas.

Solo durante las dos últimas semanas de diciembre, se registraron
varios atentados. CONAVIGUA, organismo que agrupa a las viudas
indígenas, fue allanada su oficina central donde sustrajeron toda
la documentación, luego del secuestro de dos de sus integrantes
en la región Quiché.

Durante esos mismos días, explotó una bomba en la Asociación de
Periodistas de Guatemala, APG, junto con amenazas a varios
periodistas y atentados contra algunos de ellos.

Un equipo de Naciones Unidas y periodistas fueron interceptados
por militares cuando intentaron llegar a la zona del Ixcán, para
comprobar bombardeos en poblaciones civiles, prohibiéndoseles
llegar.

Durante las primeras semanas de enero, explotó una bomba
incendiaria en la revista Tinamit, opositora al gobierno, y
fueron quemados los ejemplares del diario Sigo XXI, por personas
armadas.

La violencia se ha establecido en el país, como un hecho
cotidiano.

INDIGENAS ESPERAN CAMBIOS

En este nuevo año, declarado por Naciones Unidas como el año
internacional de los pueblos indígenas, estos pueblos esperan que
se avance en el reconocimiento de su autodeterminación. Plantean
la necesidad de respeto a sus propios modelos de desarrollo, de
acuerdo a sus patrones culturales.

El seis de enero, que en el calendario Maya corresponde al primer
día del nuevo año, se realizaron varios rituales, donde los
indígenas pidieron a sus dioses protectores, les de un año de
buenas cosechas en las millpas (pequeñas plantaciones) y un año
sin violencia, donde sean escuchadas sus demandas.

REFUGIADOS, DE VUELTA A CASA

Como un buen síntoma para este año, el gobierno ha cedido en que
el primer grupo de refugiados volviera a Guatemala durante enero.
Más de tres mil personas se trasladaron de las regiones de
Chiapas, Campeche y Quintana Roo, al sur de México para ubicarse
en las regiones de Huehuetenango y Quiché, en las sierras
occidentales de Guatemala.

"Tenemos miedo a la vuelta ya que existe la impunidad y las
violaciones a los derechos humanos. Queremos volver a nuestra
tierra ya que muchos de nuestros hijos no la conocen y los
ancianos están muriendo en suelo ajeno", dijo Luis López, del
campamento de refugiados de San Lorenzo, al sur de México.

Junto a hombre con grandes sombreros de paja que tocaban melodías
centroamericanas en las marimbas y cientos de indígenas portando
pancartas de todos los tamaños y explotando cohetes en todas
direcciones, esperábamos a los refugiados.

A la llegada a la frontera todos vestían con ropa "occidental",
que durante el transcurso de los días del retorno fueron
cambiando por sus trajes tradicionales que guardaron durante la
década de exilio. Cada comunidad se identifica con su ropa que
posee tantos colores como diseños propios y es un fuerte símbolo
de identidad de los indígenas. Durante la década de represión
muchos tuvieron que quitarse sus trajes, ya que así no sería
distinguido su lugar de origen y evitarían sospechas de los
militares, debido a que muchas comunidades eran consideradas
subversivas.

El pasado de violencia y violaciones de los derechos humanos en
los años 80, cuando tuvieron que exiliarse, creó en los
retornados un rechazo patente a todo lo relacionado con lo
militar.

"Fueron ellos (los militares) los responsables de que tuviéramos
que huir a otros país, al ser arrasadas nuestras comunidades y
que nada tenían que ver con la subversión", afirma Ricardo Curtz,
representante de los refugiados.

Para la población indígena, la vuelta de este primer grupo, de un
total de 45 mil refugiados en México, significó la esperanza de
un cambio en el país y para otros el recuerdo de los horrores del
pasado.

La mezcla de estos sentimientos creó la euforia de todo el país,
que los recibió a lo largo del camino, con alegres gritos de
bienvenida y con llantos que estremecieron a todos los
integrantes de la caravana.

Muchas mujeres entre lágrimas rezaban a santos y dioses al paso
de los buses para que protegieran a los recién llegados. Otros
lanzaban pétalos de flores y quemaban incienso para "limpiar" el
camino de los malos espíritus.

Los refugiados recibían de la gente en el camino, comida, bolsas
de maiz o fréjol, ropa, dulces, dinero y un sinnúmero de objetos
que la gente donaba para facilitar el inicio de la nueva vida
para el grupo.

Rigoberta Menchú sentada en uno de los buses de los refugiados,
conversaba n la gente que se congregaba eufórica para escucharla
y darle la mano en cada parada de la caravana.

La llegada a la capital concentró tal animosidad que fue
declarada por la prensa y las organizaciones populares como
"Fiesta Nacional de Reconciliación".

Queda la interrogante en esta nueva época para el país, de la
capacidad y posibilidad para la reconstrucción de sus vidas y su
inserción a la sociedad guatemalteca que requiere del desarrollo
adecuado que mantenga el balance con sus formas culturales
ancestrales.

"Queremos construir un país donde reine nuevamente el respeto al
ser humano, para continuar enseñando a nuestros hijo los secretos
de la vida, que es lo que los antepasado nos dejaron para
alcanzar la armonía con lo que nos rodea", dijo Miguel Quiej,
junto a otros shamanes, que alrededor de una fogata en la noche
conversaban con los primeros refugiados.

Un día de llovizna, dejamos atrás el nuevo hogar de los
refugiados, alejándonos por estrechos senderos a través de la
selva cruzando por troncos de árboles que servían como puentes en
los ríos y con el lodo hasta las rodillas en algunos trechos.

Las risas del campamento se fueron perdiendo lentamente para
entremezclarse con el sonido del trópico. El tupido bosque fue
desapareciendo para dar paso a los montes con ganado.

De vuelta por la carretera por la que habíamos pasado días atrás
con la caravana, se veía ahora desolada, los pueblos siguiendo su
ritmo cotidiano y los campos listos para la cosecha, que sería
recogida por los hombres, después de las ceremonias acostumbradas
de agradecimiento a la "Madre Tierra".

Dejamos el país de las coloridas montañas y volcanes, con la
sensación de haber vivido una importante parte de la historia de
Guatemala.
EXPLORED
en Ciudad N/D

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