Quito. 28 feb 2000. Cinco minutos antes de que la nueva Junta
encabezada por el general Mendoza saliera al balcón de la terraza
del Palacio, sus integrantes y el Alto Mando se tomaron por las
manos. En aquel ritual de honor y compromiso participaron el
almirante Enrique Monteverde, de la Marina; los generales Carlos
Mendoza y Telmo Sandoval, del Ejército; el general Ricardo
Irigoyen, de la Fuerza Aérea; el general Jorge Villarroel, de la
Policía; Lucio Gutiérrez, Antonio Vargas y Carlos Solórzano.

Por insinuación de un capitán de la Marina rezaron un
padrenuestro. Posaron sus ojos sobre una sencilla bandera
tricolor que resaltaba junto a un ventanal que da a la calle
García Moreno, donde la multitud inquieta, y cada vez más
nerviosa, no daba marcha atrás. Todos querían conocer lo que
estaba pasando en el interior de Carondelet.

Un viejo Cristo sangrante tallado en madera lucía junto a la
bandera. Todos prometieron trabajar por el país y por los más
pobres. Ya en el balcón que se asoma a la Plaza Grande, todos
cantaron el Himno Nacional. Enseguida hablaron. El general
Mendoza, en un breve discurso, dijo que ante el pueblo
ecuatoriano asumía estas responsabilidades por ser el oficial más
antiguo. Perseguiría la corrupción hasta acabarla, dijo, y
ofreció trabajar para que en el país haya menos pobreza cada día.

Cuando le tocó el turno, Carlos Solórzano reiteró, en un tono
emocionado, la voluntad de cambios económicos y políticos en
favor de las mayorías. El ex juez de la Corte Suprema también
recordó que una de las prioridades de la Junta sería frenar a la
corrupción para que el país renazca. A los oficiales insurrectos,
tras ensalzar su gesta, les dijo que descartaba retaliaciones y
castigos.

Ante los frecuentes pedidos de la multitud para que hable Lucio
Gutiérrez, Solórzano reconoció la entereza y valentía del coronel
y habló de él como el futuro Ministro de Gobierno. Silbidos de
rechazo y gritos en contra por la ausencia de Gutiérrez de la
Junta fueron la respuesta de la multitud, que otra vez pedía la
intervención del coronel. Gutiérrez no habló. Solamente escuchaba
a los compañeros de la efímera Junta y seguía lo que sucedía en
la plaza.

Antonio Vargas habló primero en quichua y luego en castellano.
Con cierta desazón, evidente por los prolongados silencios, dijo
que las Fuerzas Armadas y la Policía garantizaban el proceso que
estaba en marcha. No olvidó a Mahuad y dijo que estaba detenido
en el aeropuerto. "Triunfó el Ecuador, triunfaron ustedes y
nosotros", ¡viva el Ecuador!

Inmediatamente, Vargas tuvo que volver a explicar a sus
seguidores, incrédulos, por qué habían tenido que cambiar a
Gutiérrez por Mendoza y a Cobo por Sandoval. No fue muy
convincente, a juzgar por las reacciones que suscitó. Uno de
ellos dijo después tener un sabor amargo en la boca. "La misma
sensación de febrero de 1997".

Entretanto, Gutiérrez también se dirigió por la segunda planta
de Carondelet, en dirección a la Sala de Gabinete, vecina al
despacho que abandonó Mahuad, donde se iba a anunciar el nuevo
triunvirato. "Mi tarea -dijo- ha concluido. Mahuad no era digno
de ocupar este Palacio". El Coronel no ocultaba su preocupación
y cierto aire de desesperanza se dibujaba en su rostro.

Tras las últimas palabras de Antonio Vargas, la Junta se dispuso
a anunciar al país, en una rápida rueda de prensa, su
conformación. Eran las 23:44.

La presencia de Mendoza junto a Vargas y Solórzano envió un
mensaje inequívoco al país: las Fuerzas Armadas en su conjunto
estaban detrás de ese triunvirato. El tumulto era grande. Mendoza
lucía intranquilo y parco. ¿Quiénes conformarán el Gabinete,
cuáles serán los primeros decretos, qué pasará con la
dolarización? Mendoza evadió la avalancha de preguntas con la
misma frase: "Mañana, mañana responderemos a todas las
inquietudes".

Finalmente, cedió la voz a Solórzano. El país vio un ex
Presidente de la Corte inusualmente emocionado. Alabó a
Gutiérrez, reconoció su liderazgo en el Ejército y el
renunciamiento que acababa de hacer. También confirmó que pediría
nombrarle ministro de Gobierno. Gutiérrez no se inmutó. Vargas,
quien estuvo en todo momento junto a Gutiérrez, seguía molesto
y desconcertado. El retiro del Coronel le causaba tanta
incomodidad como el pesado chaleco antibalas, verde camuflaje,
que le ofrecieron los coroneles y que quedaba oculto bajo su
pequeño poncho negro.

A la misma hora, el resto del Alto Mando se dirigía hacia el
complejo de Defensa en La Recoleta. Allí se esperaban
explicaciones y se volvía necesario reunir de nuevo al Consejo
de Generales y Almirantes que, aquella noche, había estado
sometido a la ducha escocesa, de calor y frío. Por ejemplo, el
anuncio de que el Ministro de Gobierno sería un coronel era uno
de los temas que más había caldeado los ánimos. Para los
uniformados era evidente que el "civil" (Solórzano) no conocía
nada de jerarquía militar. En la institución policial se llegó
a concretar, inclusive, una amenaza. Si la Junta se consolidaba,
todo el personal policial de seguridad y control público será
retirado en todo el país. La cúpula policial, conformada por
generales, tendría que rendir honores al coronel Gutiérrez.

Se requería de urgencia que el propio Mendoza explicara su
estrategia. Vargas y Solórzano, en cambio, no se sentían
presionados. Eran las 00:16 del sábado cuando invitaron al
General a una reunión en la oficina anexa al despacho de Jamil
Mahuad. "A partir de ahora comenzamos a gobernar -dijo Vargas-.
Lo primero que hay que hacer es el decreto de conformación de la
Junta y el levantamiento de la emergencia"...

Mendoza guardaba silencio. Igual que cuando Solórzano iba
lanzando ideas sobre la redacción de los decretos. De pronto se
levantó y les dijo: "caballeros disculpen, ya regreso...".

Afuera, sus dos hombres de confianza montaban guardia. Mendoza
pidió a uno de ellos que lo acompañara y al otro que siguiera con
la guardia. Juntos bajaron a la cochera, se embarcaron en el
Montero verde del Comando Conjunto y partieron al Ministerio de
Defensa. 15 minutos después se reunió con los generales del
Ejército y puso las cartas sobre la mesa. ¿Le dará la razón la
historia a este General triunviro por unas horas?

"Señores -confirmó que les dijo- aquí está mi disponibilidad.
Este momento me retiro, todo está listo para que se disuelva el
triunvirato. Esto es humillante, aun para mi hijo y mi esposa que
piensan que esto es indigno". Antes de irse dio sus últimas
órdenes: "Usted general Sandoval se hace cargo del Comando
Conjunto y ajusta el operativo... Le dejo a cargo de las Fuerzas
Armadas".

Mendoza se devolvió a Carondelet. Eran las 00:01. Sandoval actuó
con presteza: convocó a los 36 generales y almirantes a la sala
de reuniones y les anunció que Mendoza renunciaría en pocos
minutos al triunvirato, que la situación estaba dominada y que
el poder le sería entregado al Vicepresidente. Los comandantes
del Ejército, la Fuerza Naval y la Policía dijeron que estaban
con él y con la Constitución.

En el Palacio de Carondelet todavía se vivían aires de victoria.
Miguel Lluco, por ejemplo, paseaba por los amplios patios
empedrados, junto a la pileta. Después fue a la sala de
periodistas, cercana a la casa militar.

Vestía un poncho oscuro y llevaba un sombrero de paño de igual
tono. Concedió entrevistas a dos periodistas de la radio, que se
afanaban por transmitir en vivo, vía telefónica, sus ideas en
favor de los campesinos y los planes del Gobierno. Hablaba en
quichua y en castellano. Luego descansó en un sofá de la sala de
prensa con la mirada perdida en el cielo raso. Afuera, en el
patio, los soldados de la casa militar de Palacio (la guardia
está compuesta por 400 hombres) ya relajados pasaban lista y se
aprestaban a descansar. La Plaza Grande se vaciaba: la mayoría
de campesinos se retiraba a dormir en El Agora.

Varios trasnochadores -mientras seguían insistiendo a grito
pelado ¡Que hable Gutiérrez!- brindaban canelazos con un puñado
de militares que hasta hace poco formaban parte de la férrea
guardia de Palacio. Una luna inmensa alumbraba los tejados del
Centro Histórico y la silueta de hojalata del Gallo de la
Catedral apenas se movía con el viento.

En la esquina del Hotel Majestic, un grupo de inquietos
mochileros gringos todavía seguía filmando las últimas escenas
de esa "increíble revolución de indios y soldados que acabamos
de pasar en el antiguo Quito".

En el interior, los dirigentes de la Conaie y Solórzano seguían
dando forma al Gobierno. Dos coroneles, delegados por Mendoza,
observaban a cierta distancia. Al nombre de Gutiérrez como
ministro de Gobierno, se sumaron otros, algunos fijos y algunos
por confirmar: a Francisco Huerta, por su activa colaboración con
el movimiento le asignarían un ministerio; estaba por ver cuál.
Napoleón Saltos sería el nuevo canciller, Alberto Acosta iría al
Ministerio de Finanzas, Eduardo Valencia a la Presidencia del
Directorio del Banco Central...

También se analizaba el texto de los primeros decretos: suspender
la dolarización, devolver todos los dineros incautados en el
Gobierno de Mahuad, detener y reducir el dólar a 14 700 sucres
con cambio fijo. Una imagen que nunca olvidarán los dirigentes
de la Conaie es la de Gutiérrez y Fausto Cobo entrando al salón
a despedirse. Sus rostros reflejaban el agotamiento de la
jornada. No había espacio para las palabras.

Con sus ojos húmedos caminaron hacia la mesa. En sus manos
llevaban (para entregárselo) un símbolo que para ellos tenía un
hondo significado: una bandera tricolor que flameó en el Cenepa.
En ese instante los coroneles querían retirarse a sus hogares.

Mendoza regresó a Carondelet pasada la 01:00. Sus cartas estaban
jugadas. Su vida militar había terminado y ya intuía que
necesitaría tiempo para explicar las cosas. En silencio se
dirigió al salón de Gabinete donde estaban reunidos los
indígenas. Antes de entrar les advirtió a sus dos escoltas que
se quedaran atentos en la puerta y que, en caso de escuchar
alguna bulla que denotara enfrentamiento, ingresaran. Ya adentro,
saludó y llamó a un lado a Vargas y a Solórzano y los invitó a
pasar al salón contiguo. La felicidad de los dos triunviros no
les permitía ni imaginar lo que les iba a anunciar.

Mendoza, midiendo sus palabras con la convicción de que iba a dar
un vuelco definitivo a aquella historia, dijo: "Señores esto
queda disuelto, renuncio, yo me voy. Mi familia no está de
acuerdo, hasta mi hijo cree que soy indigno". Incrédulos y sin
aliento, los líderes de la Conaie no alcanzaron a digerir el
mensaje que llegó como un vendaval. Entonces le rogaron que no
se retire, que espere "una semanita, un mesecito, unos días más".
Solórzano preguntó: "Y ahora, ¿también me tengo que ir yo?",

"¿Qué más le queda?", replicó Mendoza. Vargas quiso volver a
cerciorarse: ¿Entonces nos deja? Mendoza cerró la charla con un
"se quedan los dos solos...". Y se fue como vino.

Pero esta vez se dirigió a su casa, donde convocó a una rueda de
prensa para explicar el fin del triunvirato. EL COMERCIO fue el
único medio escrito que estuvo presente y fue el único que, al
día siguiente, dio la noticia sobre la disolución del
triunvirato.

Vargas y Solórzano tardaron en asimilar el golpe. Cuando
regresaron al salón, sus compañeros casi pudieron leer en sus
rostros el epílogo: "Mendoza huyó". En la Plaza de la
Independencia ya no quedaban más de 20 personas... El camino
quedaba libre para Gustavo Noboa. Él tuvo esa certeza cuando
recibió la confirmación desde el Ministerio de Defensa. Y
mientras el coronel Brito cumplía la tarea de llevar a la
dirigencia indígena a La Recoleta para que les comunicaran el
final del triunvirato, a eso de las 03:00 Noboa se alistaba en
su residencia, ubicada en El Batán, para ir al Ministerio.

El vicepresidente Gustavo Noboa abrazó emocionado al coronel
Peñaherrera y a los otros oficiales. Les confesó que "sin el
apoyo de ustedes yo no estaría aquí". En Guayaquil también hubo
alivio. A lo largo del día, el alcalde León Febres Cordero había
llegado a barajar la idea de la secesión. La primera reacción de
Jaime Nebot, cuando vio las imágenes de la TV., fue llamar al
Municipio a León Febres Cordero. Después llamó a Juan José Pons,
quien estaba en Guayaquil, y le pidió que se comunicara con el
presidente Mahuad o el ministro Alvarez, para que ordenaran la
detención de los golpistas. Febres Cordero pidió cautela. Había
que observar cómo se desarrollaban los acontecimientos y evitar
declaraciones que pudieran complicar las cosas.

La espera se alargó hasta las 13:30, cuando se declaró el
gobierno cívico-militar. En ese momento León Febres Cordero
decidió dar una rueda de prensa. Toda la mañana había permanecido
en su despacho siguiendo los hechos. Incluso fue parte de la
decisión de sugerir a Pons que convoque a un congreso
extraordinario para el día siguiente en Guayaquil. Los
socialcristianos barajaron la opción de apoyar a Mahuad, pero se
impuso el criterio de Nebot y la mayoría: pedir la renuncia del
Presidente y apoyar el orden constitucional.

Antes de la medianoche, Febres Cordero llamó al vicealmirante
Fernando Donoso, jefe de la Primera Zona Naval, y a al general
Oswaldo Jarrín, jefe de la Zona Militar, para decirles que
"defiendan a Guayaquil porque no voy a permitir el rompimiento
de la democracia". Les pidió que dijeran a sus mandos que iba a
haber un "derramamiento de sangre si se rompía la democracia".
Y que Guayaquil se declarará independiente.

Por eso hubo alivio cuando se supo que Gustavo Noboa estaba listo
a posesionarse. Lo hizo a las 07:00 en el Ministerio de Defensa.
En la tarde fue a Carondelet donde, de no haber sido por el
amasijo de algunos escritorios contra las puertas y algún
desorden como de fin de fiesta, no quedaban huellas de la caída
de un Presidente y del paso por allí de dos triunviratos que se
habían sucedido en apenas un día.

Noboa nunca supo al llegar que uno de los últimos en haber dejado
el palacio aquella madrugada del 22, fue Lucio Gutiérrez. Cuando
se alejaba el ex edecán de Abdalá Bucaram y Fabián Alarcón
escuchó un grito, dio media vuelta y miró a uno de los jóvenes
líderes de los movimientos sociales que sacaba de uno de los
bolsillos de su chaqueta un papel que agitaba como trofeo. Era
el decreto que había firmado el primer triunvirato en la mañana.
Cuando estuvieron frente a frente, el hombre tomó la mano del
Coronel y mirándolo a los ojos le dijo: "Llévate esto. Fuiste
presidente de la República". En su rostro se dibujó por primera
vez una leve sonrisa. (Texto tomado de El Comercio)
EXPLORED
en Ciudad Quito

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