Quito. 06.12.94. Quito creció. Lo hizo vertiginosa, caóticamente
en los últimos treinta años. Ganándole a la planificación, a las
previsiones y hasta a la geografía.

Quito se expandió. Siempre a lo largo, como un enorme corredor:
al norte los dueños de casa, las clase pudiente, media y media
alta; al sur los sectores populares y en el centro los migrantes,
los comerciantes y esos cientos de arrendatarios que, dividiendo
las edificaciones hasta con paredes de papel, le ganaron el
espacio a los primeros.

Quito se alargó y albergó en su espacio a tres ciudades
distintas: el norte, el centro y el sur. Creció, asimilando en su
carrera a la supuesta modernidad los estilos más diversos de
arquitectura. Y también de vida. Reflejando las distintas,
incesantes influencias externas en sus fachadas y edificaciones.

Así creció la Quito. Y se llevó consigo eso que ahora muchos
añoran: el ambiente de ciudad franciscana y conventual, ese Quito
-como pueblo pequeño- en el que todos se conocían y se ayudaban y
que parece estar quedando para la leyenda.

Pero... ¿cómo lo hizo? ¿Cómo cambió la ciudad en estos treinta
años?

Dos oleadas de crecimiento

Según el historiador Juan José Paz y Miño, Quito vive en las tres
últimas décadas dos grandes "oleadas" de crecimiento. La primera
(en la década de los sesentas) corresponde a los miles de
migrantes que, como consecuencia de una reforma agraria que les
adjudicó las tierras menos productivas, se trasladan a la ciudad.

También en esta década crecen las capas medias por efecto de la
industrialización y la ampliación del sector comercial.

Gran parte de estos grupos de población se ubican en el sector
del centro histórico que se torna, para las antiguas familias
"exclusivas" en un lugar que ya no ofrece las garantías de
comodidad y, sobre todo, selectividad. Por eso se van al norte.
Allí construyen sus casas y edificios, mientras alquilan sus
antiguas viviendas del centro. Y en ese intento de huida, alargan
la ciudad hacia el norte, mientras los sectores populares lo
hacen hacia el sur.

La segunda, y "espectacular" oleada (ocurrida en la década de los
setentas) corresponde al incremento de la construcción, como
efecto de la generalizada -y efímera- produce el petróleo. "La
construcción es el sector que más crece en la economía del
Ecuador, en esa época todo el mundo construía en Quito, porque
era muy barato hacerlo", explica Paz y Miño. Tanto, que levantar
una casa podía costar menos de un millón de sucres.

Años de crisis

En la década de los ochenta, en cambio, los efectos de la crisis
empiezan a hacerse ver. Son solo las capas medias y altas las que
siguen teniendo acceso a la construcción. "Entonces nacen los
barrios burgueses y la ciudad empieza a crecer hacia los valles",
dice el historiador.

Para los 90, la cosa se agrava aún más, púes ya ni las clases
medias acceden a la construcción. "Ahora es solo la gente muy
rica la que construye y lo hace en lugares como Tumbaco, Cumbayá,
Puembo, Sangolquí o San Rafael".

¿Qué es Quito ahora? "Es una ciudad que sigue creciendo a lo
largo y hacia las llamadas ciudades satélites (los valles) y cuya
única alternativa es extenderse hacia los lados o hacia arriba".

Pero es, además -según el historiador- una ciudad que agudiza sus
divisiones, como efecto de la crisis económica y la búsqueda de
status".

"Una urbe con sectores muy diferenciados de actividad, pero
básicamente concentrada en el comercio y en la oferta de todo
tipo de servicios", señala. Y podría añadirse, una ciudad que
cambió su facha de convento, por la de un gigantesco y caótico
supermercado.

UNA EXTRAÑA FORMA DE CRECER

Quito tiene un crecimiento particular. Es una ciudad que no crece
de la misma forma que Guayaquil, en la que la migración se toma
todas las zonas periféricas y rodea la ciudad.

Quito, en cambio, ve levantarse en diversos sectores barrios
suburbanos en los que la miseria es menos visible. ¿La razón de
este fenómeno de tugurización de la ciudad? En la costa no se
necesitan hacer construcciones de cemento, pero en Quito hasta
las construcciones más humildes son de ladrillo y adobe, lo que
hace menos evidente la miseria. Pero...basta levantar los techos
para ver que en una casa viven hasta diez familias.

Sin embargo, según explica el urbanista Fernando Carrión, esta no
es la única particularidad. También lo es que Quito no crece por
efecto de la presión de la población, sino, más bien, de la
especulación de la tierra. Para muestra un botón: del año setenta
a esta época, la población crece de 500 mil a 1 millón 300 mil
habitantes (es decir solo dos veces); mientras la extensión de la
ciudad aumenta -incluyendo los 6 mil metros del área
metropolitana- al menos 15 veces y el precio real de la tierra,
en términos reales aumenta por lo menos 6 veces.

Se trata -según los arquitectos urbanistas- de un crecimiento
dinámico, mas no demográfico. El espacio de la ciudad, su
extensión crece en mucha mayor proporción que la gente que la
ocupa.

UN ESPACIO PARA LA NOSTALGIA

Hay quienes aún extrañan al viejo Quito. A ese que sabe a
recuerdos y a tiempos idos. Son esos personajes a quienes no les
interesa demasiado si la población creció dos veces y el precio
de la tierra seis, o si la expansión es demográfica o dinámica.

Pero sienten el cambio de la ciudad, su crecimiento imparable, en
cada paso por el asfalto caliente. Edgar Freire Rubio es uno de
ellos. Y por eso intenta rescatar entre las páginas de sus libros
lo que queda de la vieja ciudad.

"Yo nací en San Roque, en esos tiempos en que toda la gente era
solidaria y alegre", recuerda con nostalgia. "Viví en una casa
que tenía decenas de inquilinos y que se llenaba con el bullicio
de los juegos y las risas de los niños y que ahora es solo una
bodega", señala.

Freire vivió la metamorfosis de la ciudad en su propia piel. Más
que un número de las estadísticas, fue una de esas personas que,
por causa de la crisis, pasó del centro al sur. Pero también fue
el testigo de cómo los dueños de la inmensa casa en la que él
vivía se fueron al norte, huyendo de la plebe.

"¿Qué paso con mi ciudad?", se pregunta ahora. Y es que ya no la
encuentra alegre, espontánea, ni auténtica. Hasta las fiestas le
saben postizas. "Yo viví en un Quito en el que hasta los más
pobres tenían una oportunidad para divertirse", cuenta. "Ahora
veo una ciudad ingrata, desmemoriada, egoísta que abre cada vez
más las brechas entre la gente".

"Ya ni siquiera se hacen visitas, ahora las salidas son a los
centros comerciales", dice, como confirmando aquello del cambio
de caracter de la ciudad.

Y por eso cree que es necesario recuperar las cosas que huelen a
historia. Y propone que a los niños se les enseñe, tal como
matemáticas o geografía, una materia que se llame "Quitología".
Para él es la única forma de que la ciudad abandone sus intentos
por "parecerse a un niño bien" y vuelva a ser la "guambrita
sencilla que un día fue". (3A)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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