Quito. 23 ene 97. Un hombre vocifera contra Fidel Castro
en plena Plaza de Armas de La Habana. La impasividad de
los policías da la impresión de que es uno de esos
loquitos que abundan en los parques de todo el mundo.
Sin embargo, el exabrupto se debía a que se llevaban a
la comisaría a una mujer por estar pidiendo cosas -ropa,
dinero, etc.- a los extranjeros. De pronto alguien
interroga al hombre -con esa morbosa voracidad del
turista que no es viajero- sobre su salario. Responde
que recibe 120 pesos al mes (el equivalente a unos ocho
dólares) de pensión por haber combatido en Angola, esa
guerra que no era suya. Y sin darnos un respiro, saca
su pene mutilado, horrible, y grita que los sudafricanos
le cortaron su hombría, le cortaron la vida.

Era el primer día en la brutal, hermosa y descarnada Cuba.

SOMBRAS DEL PASADO

La Habana parece una fotografía detenida en el tiempo. Sus
calles son transitadas escasamente por automóviles del año
del caldo. Maravillosos Fords y Chevrolets que,
destartalados algunos, pobrísimamente pulcros otros, se
trenzan con dignidad con alguno que otro Lada y los
lujosísimos Mercedes turísticos y diplomáticos.

El malecón es el testigo de edificios descascarados por la
falta de pintura y mantenimiento. Esa es la primera excusa
del turista que busca comprobar la debacle del sistema
cubano. De ahí para adelante, hay tres maneras de
contemplar la realidad cubana: La del necio ortodoxo
izquierdista que se apresta a defender a Cuba desde
su cómodo status de extranjero amigo; La del folclórico
heredero mental del tirano Batista, de la Doctrina Monroe
y el Big Stick norteamericano; La del silencio.

Las dos primeras están llenas de ruido, llenas de ideas
preconcebidas que terminan por nublar la vista y no
permiten ver absolutamente nada.

JINETERA O LA TERNURA

Una niña de 15 años me manda a decir si le invito una
cerveza. Se sienta en la mesa de la disco y no habla.
Es la niña más bonita del lugar, es la cosa más bonita
que vimos en Cuba. Absorto por su niñez, convencido de
su prostitución, de pronto me cuenta que ahí está su
madre y ella, a su vez, me invita al día siguiente a
su casa a almorzar. No puedo, le digo. De qué se trata,
me pregunto.

Las jineteras, llamadas así tal vez porque cabalgan en
la noche, no buscan simplemente dinero o prebendas.
Quieren ser atendidas, seducidas, galanteadas, y a
cambio de eso son capaces de dar no sólo sexo sino
amor. Son como enamoradas que, en una de esas, hasta
se casan y se van.

La prostitución aquí, como todo en esta isla, es única:
no sólo es difícil sino también soberbio e ingenuo
intentar explicar sus fenómenos a partir de nuestra
propia realidad porque, además, podemos salir perdiendo.

Las jineteras son casi siempre profesionales: doctoras,
economistas, analistas de sistemas. Son un ejemplo de
la sobrecapacitación que sufren los cubanos. Sufren de
exceso de cultura. Paran en las calles y en la brisa
nocturna del malecón. Se las ve revoloteando los night
clubs y los hoteles, intentado que un turista las
invite a tomar una copa para poder sentarse en el bar,
ya que de otro modo no podrían hacerlo.

OCASO O SALVAVIDAS

No sólo por la prostitución, cuya abolición era una de
las banderas de la Revolución en la época de Batista,
Cuba es una paradoja. Encontró una fuga a la asfixia
del bloqueo en la industria turística. Pero para
arropar esta válvula de escape se ha llegado a la
instauración clarísima de clases sociales. En los
hechos, hay cubanos de segunda categoría, de entrada
restringida.

El sistema monetario determina algunas cosas, y otras
las ilumina. Además del peso cubano, cuya paridad con
el dólar fluctúa entre 15 y 20 a uno, existe una
especie de dólar cubano o turístico, el peso
convertible, que está uno a uno pero que, obviamente,
no vale nada fuera de la isla. Los cubanos, en la ley,
no pueden poseer dólares, pero esto se estrella con
algunas verdades: la inseguridad que provoca el
futuro y la falta de bienes de consumo, que antes de
la caída del bloque socialista estaban asegurados
en la tarjeta de racionamiento- y que se agrava
mientras más se prolonga el irracional bloqueo
económico de los Estados Unidos.

Esta fórmula monetaria es relativamente nueva, ya
que todavía hace algunos años el estado se resistía
a aceptar de manera oficial la amplia circulación
del dólar en la isla, pero el tremendo auge de la
industria turística y el mercado negro lo orillaron
a una política más realista. Realismo, paradoja,
negación de sí mismo: un país socialista con economía
dolarizada.

¿MUERTOS DE HAMBRE?

Una bailarina del Tropicana gana alrededor de 250 pesos,
lo que significan unos 13 dólares. Un investigador
académico con cargo burocrático que haya realizado post
grados en el extranjero percibe entre 300 y 350 pesos
(de 15 a 18 dólares). Ambos son considerados buenos
sueldos. Y lo son, porque el costo de la vida no tiene
absolutamente nada que ver con el de nuestros países:
con un dólar, siete personas pueden comer, cada una,
cuatro bolas de helado en Coppelia, la heladería más
famosa de Cuba. Es decir, 28 bolas en total. En Ecuador,
con un dólar, apenas podemos comprar una bola.

Pero más allá de las bolas, la situación cambia
drásticamente si hablamos de electrodomésticos, que
tienen un precio más elevado que en nuestro país
porque, nuevamente, el bloqueo obliga a ejercer
malabares comerciales y triangulaciones entre varios
países antes que los productos puedan llegar a
la isla.

Así de simple es la dictadura del bloqueo.

LOS POBRES CUBANOS

La llegada imprevista de un grupo de la televisión
ecuatoriana a Mantilla, uno de los municipios más
pobres y conflictivos de La Habana, provoca revuelo
entre la población.

María no deja que entremos a su casa, un contenedor
adaptado imaginativamente a vivienda, con las cámaras,
seguramente con un poco de miedo a quedar marcada por
el vecindario. Sin embargo, más que vergüenza siente
incomodidad de que su privacía sea violada.

La sorpresa pronto se transforma en camaradería, a
pesar de las cámaras de video y televisión, porque
así son los cubanos, querendones. Querendonas, pues,
porque las que se acercan son todas mujeres.

Las preguntas de ambos bandos no se hacen esperar.
Que cómo se divierten, que si conocemos Disneylandia,
que qué es lo que comen, que si es cierto que en
Ecuador nos gobierna un loco.

De pronto la conversación sube de tono, y empieza
una controversia sobre Fidel y la situación económica.
Unas más enojadas, unas más castristas, otras -las
viejas- antifidelistas. Discuten sobre la caída de la
zafra en la década de los 70, sobre el ajusticiamiento
del general Ochoa, aquel amigo de Fidel implicado en
un extraño caso de narcotráfico. Se pelean francamente
sobre el futuro de Cuba.

En medio de esta pobreza, de este paisaje que nunca
llega a ser tan extremo como el de los Guasmos de
Guayaquil, por ejemplo, la gente habla de otras cosas.

FIDEL EL SANTO

A pocos metros donde se llevaba a cabo esta sui
generis y elevada polémica, un hombre viejo, de esos
que vivieron Cuba antes de la revolución, nos
contempla con un rictus de espera desesperada. El
hombre al principio no quiere hablar o, por lo menos,
habla sin decir absolutamente nada.

¿Qué le diría a Fidel si en este momento se apareciera
sólo frente a usted? No lo piensa demasiado y responde:
"eso es imposible, porque antes ya se aparecieron otros
100". El viejo, ya entrado en confianza, pero en voz muy
bajita, suena a cualquier viejo de cualquier país de la
región. Habla de la carestía de la vida, de que antes
podía desayunar con 20 centavos pero ahora no le alcanza
para nada, de que extraña ver la opulencia de los
gringos que, eso sí, trataban al cubano como esclavo.

El hombre se define como anticomunista pero
revolucionario. Como un nacionalista que está cansado:
"Fidel no es el problema... Fidel es bueno, tiene un
gran corazón... Lo único que tiene que cambiar es el
sistema, pero Fidel que siga mil años más".

Absorto por lo contradictorio, le pregunto qué pasará
cuando muera Fidel: "Habrá que enterrarlo".

La inmensa mayoría de los cubanos concibe a Fidel como
un padre que va más allá de su ideología, que está por
encima, todavía, del juicio de la historia. Parece que
cada día tienen muy presentes las imágenes del Museo
de la Revolución del joven Fidel peleando en Sierra
Maestra junto al Che Guevara y Camilo Cienfuegos. Ver
a Fidel es ver al héroe, al prócer. Es como si de
repente se nos aparecieran a nosotros Bolívar, Sucre o
Atahualpa. Es como ver a un santo.

LA RUEDA DEL INFORTUNIO

El descontento más latente hacia Fidel proviene de los
jóvenes menores de 25 años. De aquellos que nacieron
bajo la Revolución. Es curioso, pero son aquellos que
han tenido siempre la educación y la salud al alcance
de sus manos.

Son producto, simplemente, de la solemnidad de un
régimen que fue obligado a irse cerrando cada vez más
sobre sí mismo. Es imposible adjudicar el estado actual
de la economía y la política cubana al albedrío de sus
gobernantes: han sido un país constantemente agredido
y atacado.

En estos tiempos que nos fascina hablar de la aldea
global, a veces olvidamos la asfixia a la que ha sido
sometida esta isla caribeña, cuyas sanciones económicas
no pueden siquiera compararse con las sufridas por
países como Sudáfrica o Irak.

Sin embargo, con todas sus limitantes, Cuba está a la
vanguardia de la investigación científica en
Latinoamérica, es una potencia deportiva y busca
desesperadamente abrirse al mundo por la vía de la
cultura: por ejemplo, el festival de cine latino de
La Habana es el más importante del mundo, y a él
acuden visitantes de todos los continentes, entre los
que se incluyen varias estrellas de Hollywood, que
durante dos semanas intercambian experiencias e
información.

Cuba es una serpiente que se enrolla sobre esta rueda
del infortunio, sobre este círculo vicioso de bloqueo-
encerramiento. A lo largo de su historia, mientras más
se ha tensado la variable del bloqueo, más se cerraba
un régimen que tiene a su principal enemigo a tan sólo
90 kilómetros de distancia.

Es tan drástico este sube y baja de la dominación, que
un taxista -los taxistas cubanos son increíblemente
cultos- comentaba que en realidad los mayores
beneficiarios del sistema son los anticastristas de
Mas Canosa, el jefe ultra de la disidencia de Miami:
"Lo peor que le puede ocurrir a Mas Canosa es que Fidel
desaparezca, porque en ese momento se le acaba su
negocio, ya no tendría de qué comer".

FRIVOLIDAD

Cuando conocí a Fidel, hace 13 años, me pareció el
hombre más impactante de la vida. Hoy, Fidel se ha
vuelto una especie de marioneta enorme de sí mismo.
Nadie puede, nadie debe mantenerse en el poder por
tanto tiempo. Su gesto y su retórica se han cansado,
quizás en la misma medida de un pueblo que si bien
no se muere de hambre ni de cólera, y cuya cultura
raya en la demasía, a veces quisiera simplemente
descansar.

Fidel, entonces, sí parece el retrato de su país,
consumido por una moral revolucionaria que debió
aprender a ser solemne para sobrevivir.

Solemnidad. Esa es la cruz de los cubanos. El gran
regalo simbólico del bloqueo. Es la máxima
contradicción para un pueblo tan apasionado. Es lo
que lleva a sus hermosas mujeres a conquistar a los
turistas, y a los jóvenes a convertirse en
trapicheros, mercaderes ambulantes de cualquier
cosa que les consiga dólares para irse rumbo a
Estados Unidos, la tierra de la diversión y el
entretenimiento.

Pero, hay que recordarlo, los cubanos han estado tan
aislados que en realidad no conocen a fondo la otra
cara de un mundo que se ha empeñado en satanizarlos
y perseguirlos. Un planeta que le ha cobrado a Cuba,
definitivamente, la soberbia de querer ser otra cosa.

Es muy difícil hacer una predicción terminante sobre
el futuro de Cuba. Pero lo que es cierto es que el
fracaso del sueño de Cuba no será un fracaso de ellos
nada más. Será un fracaso de todos nosotros, que
fuimos incapaces de dejarlos en paz. Será un fracaso
del género humano. Bienvenidos a la aldea global.
(FUENTE: REVISTA VIWSTAZO N. 706)
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