Quito. 10 jul 97. Un día después de la explosión parece que un
huracán de cristales rotos pasó por Santa Isabel y Chillo
Jijón, los dos pueblos cercanos, al Batallón Chimborazo, en el
valle de Los Chillos.

Hay pedazos de ventanas y tejas rotas por doquier. Algunas
familias aún no salen del asombro y les falta ánimo y dinero
para empezar con las tareas de limpieza y reconstrucción.
Otras, en cambio, se acostaron tarde para poner algo de orden
a sus casas.

Eso hizo Petrona Sandovalín. Su concina quedó con luz natural,
por que casi todas las tejas volaron en mil pedazos. "Ayer
esto era un desastre, pero tonta, tonta, me puse arreglar". El
piso del cuarto donde ella hace sus alimentos es de tierra, ya
está limpio. El fogón está en una esquina, al ras de piso,
ayer se hervía el mote. "Si llueve esto se ha de hacer un
chiquero".

La que sí no está con ánimo de hacer nada es su hija Elvia
Oña, de 27 años. Con su niña de meses en brazos se quedó
prácticamente sin casa. Su habitación de cuatro metros por
tres de ancho está sin techo y con las paredes cuarteadas. Con
la ayuda de los vecinos y sus hermanas desalojó las pocas
pertenencias y se fue a dormir a un cuarto que le prestó su
madre. Esa habitación tampoco es segura, la onda explosiva
derrumbó la puerta y las ventanas están rotas. Hace frío en
las noches.

Gonzalo, el hermano de Elvia, le podría prestar una habitación
de su inmensa casa, pero él también se fue huyendo, por que
las ventanas de las 12 habitaciones, repartidas en dos pisos
se rompieron en un segundo. Las paredes de concreto se
cuartearon, los baúles cayeron al suelo, las camas están
llenas de vidrio molido, los juguetes de sus cinco hijos están
desperdigados, los retratos penden de un hilo, las puertas
están maltrechas.

El con su mujer, Laurina Pachacamac, se fue a albergar en una
habitación que queda más arriba. No llora, ayer sí lo hizo
cuando vio que el trabajo de toda su vida se esfumó en un
segundo. Sus palabras no son de resignación, más bien son de
súplica: "Yo le pido a Dios que alguien me ayude, tengo cinco
hijos pequeños. Soy pobre. Mi casa la hice dejando de comer".

No hay que caminar mucho en ese sendero polvoriento y aún con
un fuerte olor a llantas quemadas, para encontrar historias
parecidas. Leticia de Pinargo cambió las puertas de madera y
las ventanas de cristal por cobijas, sábanas y hasta cartones.
Todo está tirado en el suelo. Así están más de 15 casas en
Chillo Jijón.

Por la de Leticia parece que pasó un terremoto, las butacas de
cuero sintético están patas arriba, las camas se partieron por
la mitad. Allí ni el niño Dios se salvó, el nicho de madera y
de cristal donde lo guardan también se rompió.

Esa es una casa de mujeres. Están esperando que el único varón
de la familia, Luis Pinargo, tenga tiempo el fin de semana en
su empleo en TV Cable para que arregle el techo de la
habitación donde vive su hermana Jenny. Pues de este quedó
solo unos pedazos de cáñamo colgados del aire.

Los niños de la casa no durmieron bien la noche del miércoles.
Se despertaron varias veces. "Es que los pobres están
sobresaltados. Hay que curarlos del espanto. Si uno que es
grande está con espanto, imagínese los chiquitos", dice Rosa,
la más joven y pilas de la familia.

Situación más difícil que la de los Pinargo, la está viviendo
Luis Aurelio Pachacamac Crisanto. Su casa, una habitación de
10 metros de largo y cinco de ancho, donde estaba repartida la
cocina y el dormitorio casi se vino abajo. La Defensa Civil
determinó que es inhabitable y le entregó una carpa. Allí
durmieron la primera noche después de la explosión. "Eso no
fue dormir. Hace mucho frío, por más que nos pusimos sacos y
chompas, el frío era más fuerte. Los tres guaguas no se
acostumbran".

Si la ayuda llega, conforme ayer les ofreció la Defensa Civil
y el Presidente de la República, quien estuvo allí y prometió
volver en dos semanas para ver las obras de reconstrucción
terminadas, los Pachacamac no deberán estar más de seis días
durmiendo bajo una carpa.

La comida, por ahora, les está dando una cuñada que tiene su
casa 300 metros más allá, cruzando el huerto del maíz, el
producto que más se siembra en la zona. Desde el lugar se
divisa el esqueleto de los galpones donde se guardaban las
municiones y los árboles de hojas rotas que dejó el estruendo

Al frente de la casa de los Pachacamac está la de María
Olimpia Loya. Ella también está esperanzada en la oferta de la
Defensa Civil y de Alarcón. Los ocho miembros de su familia
están repartidos en dos carpas muy cerca de la casa destruida.
"No nos podemos ir lejos por que los ladrones ya estaban
merodeando por aquí y lo poco que uno tiene se puede perder".
Es cierto, los más pobres son los más afectados y de lo poco
que tenían lo perdieron, excepto la grabadora vieja de marca
desconocida y el televisor en blanco y negro, el resto (las
camas, el armario, los bancos), se rompieron.

Rodeada de sus hijos, María Olimpia está apurada por cocinar a
la intemperie. Ayer no hubo clases. La escuelita donde
estudian se quedó sin ventanales y sin las hojas de cinc, hoy
comienzan las tareas de limpieza.

A la que nadie acordó de pasarle una escoba es a la iglesia
del pueblo. Pedazos de zinc, de cristal y de vitral cayeron al
piso. Los cuadros de los santos y las 14 estaciones
representadas en cerámica rudimentaria quedaron colgados de
las frágiles paredes. La campana está empolvada en una
esquina, a la espera de llamar a una misa de domingo...

Cortos

Un ambiente de tranquilidad

En las afueras del Batallón Cotopaxi, ayer se apostaron
cientos de personas. Periodistas, militares, familiares de los
heridos y las vendedoras de tortillas con fritada daban un
aparente ambiente de calma. Todos se hacían la misma pregunta:
¿cuál fue la verdadera causa de la desgracia?. Se notaba que
las horas más difíciles ya pasaron, sin embargo continuó
restringido el ingreso a los particulares a las instalaciones
militares. Entre los vecinos del lugar todavía los síntomas de
sordera estaban presentes.

Con el circo a otra parte

La explosión también asustó a un dueño de un pequeño circo que
estaba en Santa Isabel. Ayer comenzó a recoger sus cables, sus
barras de metal y los carritos con las figuras de los dibujos
animados de Disney World. "Desde antes estaba malo el negocio,
con esto la gente no va a venir y es mejor ir a buscar la vida
en otra parte", dijo un empleado.

Las casas de adobe, las más afectadas

Algunos pobladores del sector Santa Isabel se quejaron porque
miembros de la Defensa Civil no querían entrar a evaluar sus
casas. Muchas viviendas por afuera se ven muy bien, pero
adentro están completamente destruidas. Las más afectadas son
las de adobe, no importan si son nuevas o viejas.

En toda la zona donde la onda expansiva hizo estragos, las
casas tienen fisuras de todo tipo. En algunos casos, por
afuera se ven con las puertas normales, pero al tratar de
abrirlas o cerrarlas cuesta trabajo porque luego de la
explosión se trabaron.

El temor a los ladrones es latente

Estos días los sectores aledaños al complejo militar viven del
rumor. La mayoría de pobladores cree que va a suceder otra
explosión. Por eso algunos se fueron a vivir, por el momento,
donde algunos familiares de Amaguaña y Sangolquí y con las
puertas bien cerradas pero con las ventanas rotas dejaron sus
enseres a la vista de todos. Otros aseguran que no se van por
el temor a que los ladrones se lleven lo poco que tienen.

Los bomberos esperan ayuda

Para atender emergencias Quito cuenta con 270 bomberos
distribuidos en 9 compañías, 9 autobombas, 6 autotanques, un
vehículo, una unidad de rescate, 4 camionetas, de las cuales 2
están fuera de funcionamiento, 2 ambulancias y 3 vehículos
administrativos.

Al valle de Los Chillos, que quedó desprotegido por la
destrucción de los dos vehículos de la compañía número 6, se
ha enviado una autobomba de la compañía ubicada en el sector
de la ciudadela Jipijapa, ubicada en el norte de Quito. El
primer comandante del Cuerpo de Bomberos de Quito, Jaime
Benalcázar, espera que las autoridades del Ministerio de
Bienestar Social atiendan la demanda de esta institución.

¿Y la seguridad de los cuarteles?

La tragedia del martes pasado dejó una gran duda que las
autoridades militares responderían en el informe final: si un
complejo militar posee explosivos de alto poder, ¿por qué los
cuarteles no tienen servicios de auxilio para incendios? El
martes se pudo comprobar que no existía ni un tanquero para
transportar agua que sofocara el incendio inicial.

¿Quién paga a la escuela Ambato?

Para los menores se convirtió en un espacio de triste
recuerdo. Cuando se produjo la explosión, muchos de ellos
pensaron que todo el techo se venía abajo. Sin embargo, para
los profesores de la escuela, colindante al complejo militar,
las reparaciones son ahora su mayor dolor de cabeza. No tienen
suficiente dinero para reparar vidrios, ventanas, puertas y el
tejado.

Hospitales * 85 personas siguen hospitalizadas, una en
cuidados intensivos. En el Andrade Marín queda un civil.

La sordera será el mayor lastre...

Duque Pavón Muñoz, un empleado de supermercado de 25 años, iba
a pagar el agua en el Municipio de Sangolquí a la altura del
Banco del Pichincha. De pronto oyó muy cerca algo como el
estallido de un tanque de gas y empezó a correr. No alcanzó 20
metros y recibió un vidrio más grande que él en su antebrazo
izquierdo. El objeto salió del segundo piso de una casa y le
cortó unos tendones y arterias.

Con el brazo en carne viva y sin poder mover la mano, encontró
un amigo que lo llevó al trabajo para informar del
accidente.Ya toda la ciudad estaba en las calles buscando
seguridad y una explicación a lo ocurrido: había explotado el
cuartel militar.

Una vecina llevó a Duque al Hospital del Seguro y allí fue
operado la tarde del accidente. Ahora se recupera tranquilo
porque ya mueve sus dedos por debajo de las espesas vendas.
Pero su expresión asustada aparenta que todavía no está
convencido de estar a salvo.

Hasta ayer permanecían bajo control médico otros 85 heridos en
el Hospital Militar. No hay más hospitalizados.

Dos de ellos están en cuidados intensivos, un teniente coronel
(Rómulo Guerrón) por amputación de la pierna izquierda a la
altura del muslo y un civil ( de apellido Quinsagama) con una
lesión ocular bilateral.

De los que están en el hospital, ocho son civiles. Tienen
traumatismos de columna, traumas craneoencefálicos, faciales,
cortes en diversas partes del cuerpo, traumatismos en los ojos
y el resto de la cabeza. Cinco tienen distintas lesiones
cervicales que no necesariamente implican fractura. Ellos
están inmovilizados.

Los cinco bomberos que fueron atendidos están en recuperación,
solo uno de ellos fue operado de la mano.

Según el director médico, Edgar Caicedo, al momento hay 280
camas ocupadas en la casa de salud que tiene un total de 370,
un 70 por ciento de ocupación. El médico señaló que es posible
que todos los que estuvieron cerca del estallido padezcan un
trauma acústico. Tienen sordera o zumbidos, pero se
recuperarán en algún grado. Posteriormente se efectuará
evaluaciones audiométricas para determinar qué grado de
pérdidas de oído registran.

De los 176 heridos en total, según el registro que efectuó el
Hospital Militar, 16 fueron transferidos al Hospital Vozandes,
66 al Andrade Marín, uno a la Clínica Pasteur y 31 al Hospital
Eugenio Espejo. Pero en el Seguro hay una lista de solo 22, y
en el Eugenio Espejo, de 23. Además, hay otra lista de 85
heridos leves trasladados conforme transcurría el día del
accidente, al Batallón Rumiñahui.

Seguros * Las FF.AA. ayudarán económicamente a los heridos. La
brigada Chimborazo no estaba asegurada.

El Gobierno correrá con los gastos

Pero, ¿quién pagará los daños? ¿Había algún seguro que corra
con los daños ocasionados por los explosivos -para fallecidos,
heridos e inmuebles-? Según el general Jorge Salinas, jefe de
Estado Mayor del Ejército y encargado del fuerte militar
afectado, no hay algún seguro privado que lo haga.

Pero, a la vez, afirmó que las Fuerzas Armadas correrá con
todos los daños. "Porque se tiene previsto entregar al
personal todos los beneficios, de acuerdo a nuestras leyes
internas. Para esta clase de emergencias hay una planificación
adecuada" .

Mientras tanto, el Gobierno y las FF.AA. tomaron la decisión
de indemnizar a las personas afectadas por la explosión de la
mañana del martes pasado.

El ministro Ramiro Ricaurte manifestó que el Ministerio de
Defensa a través del Departamento de Desarrollo para la
Comunidad tendrá que hacer un estudio sobre el nivel de los
daños para indemnizar a las personas afectadas. Este
departamento podrá reconstruir los daños a través del Cuerpo
de Ingenieros del Ejército. "Pero el Ejecutivo tendrá que dar
su apoyo económico porque las FF.AA. no tienen los recursos
suficientes".

Al mediodía de ayer, el presidente de la República, Fabián
Alarcón y otras autoridades de las Fuerzas Armadas, visitaron
al los familiares de los dos fallecidos (teniente Patricio
Rodríguez y cabo Rómulo Albán), quienes velaban a sus
parientes en el Mausoleo norte del Ejército, en el cementerio
El Batán. El gesto de solidaridad ocurrió minutos antes de ser
sepultados.

Ya en la tarde Alarcón y el ministro de Defensa, César
Ricaurte, analizaron las alternativas para indemnizar a los
afectados. No se habló de cifras o medidas puntuales.

Por su parte, Gustavo Proaño, de la compañía de seguros y
reaseguros Colonial manifestó que hay una póliza de 8 mil
millones de sucres para daños y desastres. "Pero este seguro
solamente corre para empresas de las FF.AA. aledañas al lugar
de la explosión, como la fábrica de municiones Santa Bárbara,
entre otras; el Batallón no tenía ningún seguro".

Más de 11 fábricas de Sangolquí están reclamando una
indemnización sobre los daños sufridos porque tenían contratos
con nosotros, dijo el representante de la aseguradora.

Sobre los vehículos de los bomberos no hay una póliza que
pueda solventar los gastos para la compra de una nueva
autobomba y un tanquero. Los equipos que se perdieron, junto
con los carros, suman unos dos mil millones. En tanto que para
los bomberos heridos los gastos de hospitalización los pagarán
las FF.AA.

El drama

Ayer fueron enterrados los tres militares. Al velatorio
asistieron el presidente Fabián Alarcón. El bombero Bolívar
Zurita falleció ayer. Los demás se mejoran de sus heridas.

La música marcial despidió a los soldados

Durante el traslado y sepelio, la música fúnebre vino de los
trombones, trompetas y otros instrumentos de viento de la
Banda Militar. Por cerca de 45 minutos la melancolía de esa
pieza sonó en los alrededores y al interior del cementerio de
El Batán.

A paso lento, la banda lideró el cortejo fúnebre desde el
sitio del velatorio, reservado a los miembros de la Fuerza
Terrestre, hasta el cementerio, a unos 400 metros de
distancia.

Desde temprano estaban en ese velatorio los restos del
teniente Patricio Rodríguez Benavídez. Cuatro hombres armados
hacían guardia al féretro cubierto por el amarillo, azul y
rojo.

La mayoría de militares presentes presenciaba de pie el
velatorio de su compañero, a quien más tarde su unieron los
restos del cabo Nelson Albán.

Cuando llegó el segundo féretro, la sala, donde caben unas 100
personas se quedó muy pequeña para recibir a los parientes del
cabo Albán. Un grupo de unas veinte personas, vecinos del
barrio donde vivió Albán, se quedó a la entrada, mientras las
autoridad militares y del Gobierno iban llegando.

El primero en estar allí fue el general Paco Moncayo, jefe del
Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas.

Cerca del mediodía arribó el presidente de la República Fabián
Alarcón. Llegó acompañado por el ministro de Defensa, César
Ricaurte quien se quedó en el velatorio hasta el final.

Alarcón dio el pésame a los familiares y en diez minutos se
fue.

A su llegada se inició la misa póstuma. Militares, con
uniformes de parada, cargaban las ofrendas florales. Al
ingreso del cortejo al cementerio le aguardaba un callejón de
honor de unos cincuenta militares. Ese callejón terminaba en
la entrada del Mausoleo de la Fuerza Terrestre. La música cesó
y tras unos minutos en que parientes y amigos se despidieron
en silencio, estallaron las salvas de honor para los dos
militares fallecidos.

El martes pasado, el sargento Hernán Soto de la Espe
(ex-Instituto Tecnológico Superior del Ejército), de
Latacunga, recibió la orden de adaptar en el casino un altar
porque estaba en camino, vía terrestre, el cadáver del cabo
Miguel Molina.

A su llegada, a las 18h00, recibió los honores militares
correspondientes. A las 20h00, llegó la esposa, la madre y más
familiares para cumplir con el rito en casa de sus padres,
donde Molina vivía.

La casa de un piso en construcción está en la ciudadela San
Sebastián en la ciudad de Latacunga. Un rótulo adornado de
luto de la Funeraria Nacional colgaba de una pared de cal.

Segunda Molina, la madre del soldado, no se quiso separar del
féretro. La esposa de Miguel, Marcia Cecilia Guzmán, ya no
lloraba. Se mordía los labios y respiraba profundamente. Solo
pensaba en el cuarto niño que está en camino; tiene tres meses
de embarazo. Sus otros tres hijos aún son pequeños: dos
mujeres de ocho y catorce años y un varón de tres.

Su drama empezó el martes temprano. Descansaba a las 10h00 del
martes luego de terminar la limpieza de su hogar. Mientras se
alistaba a preparar el almuerzo prendió la televisión. Le
llamó la atención la noticia sobre la explosión en el cuartel
La Balbina.

Hizo una llamada telefónica al Cuartel pero no consiguió
información. Regresó, y en el segundo flash informativo,
escuchó el apellido Molina sin más detalles.

A la una de la tarde viajó a Quito. Le acompañaron algunos
familiares. La angustia no le dejaba tranquila; luchó contra
ella durante las dos horas de viaje para no pensar en lo peor.
Tenía una esperanza: en el mismo cuartel había otro cabo con
el mismo apellido Molina.

A las 15h00 llegó al sitio de la explosión (al batallón
Chimborazo) y luego fue al Hospital Militar en donde recibió
la fatal noticia.

Fue a buscar el cadáver de su esposo en la morgue. No lo
encontró. Por sugerencia de sus familiares y amigos regresó a
Latacunga. No se explicaba ni aceptaba la noticia.

Ayer, al llegar la velatorio nadie de los que asistían al
velatorio se preguntó qué pasó. Más bien hablaban de lo que
Molina era en vida.

La pequeña sala quedó corta para las más de 70 personas que
llegaron hasta las 12h00 de ayer. Las chalinas, los sombreros
y las faldas y pantalones negros forman un marco de tres
aristas alrededor del finado. Delante del ataúd había un
rectángulo de flores amarillas, azules y rojas; con la palabra
"Ejército" en el centro.

Dos soldados de Fuerzas Especiales lo escoltan con el fusil en
alto. El viento helado sopla fuerte, el sol que salió ayer
después de una semana de lluvias, no calienta.

La hora de la misa en la iglesia San Sebastián y del entierro
en el cementerio El Carmen, se cambió de las 17h00 a las
14h00. El padre Claudio tenía una reunión de sacerdotes de su
orden religiosa de 15h00 a 17h00.

Un bombero falleció ayer

Ayer, alrededor de 17h00, murió el suboficial del Cuerpo de
Bomberos, Bolívar Zurita, quien se encontraba desde ayer en la
Unidad de Terapia Intensiva del Hospital Militar.

Zurita sufrió politraumatismos cráneo-encefálicos y lesiones
en uno de sus pulmones y por la gravedad de sus lesiones fue
intervenido quirúrgicamente en dos ocasiones.

Pero el organismo ya no pudo recuperarse de la segunda
operación. Sus restos fueron velados en capilla ardiente en la
Compañía Pichincha del Cuerpo de Bomberos en la noche de ayer.
"El es en este momento un héroe de nuestra institución",
comentó Jaime Benalcázar, jefe del Cuerpo de Bomberos de
Quito.

Por otro lado, el bombero Rodrigo Quilligama, quien hasta ayer
estaba en estado grave, ayer salió de Terapia Intensiva.
Sufrió politraumatismos, fractura de la muñeca, además de una
lesión en su ojo izquierdo, a consecuencia de los efectos de
la onda expansiva de la explosión de dinamita ocurrida el
martes pasado en el batallón Chimborazo. Su condición, según
los médicos es estable.

Jorge Mera está fuera de peligro, pero perdió el oído y tiene
esquirlas de vidrios por todo el cuerpo. Rafael Núñez tiene
golpes a nivel muscular. Tuvo mucha suerte, pues su cuerpo
voló unos 50 metros. También se está recuperando Carlos
Pilatuña, el recibió golpes y politraumatismos. Según
Benalcázar, Núñez y Pilatuña podrán reincorporarse al servicio
de bomberos en poco tiempo. Quilligana y Mera deberán esperar
algunos meses hasta su recuperación.

Patricio no debía ir...

El teniente Patricio Rodríguez estuvo donde no debía estar.
Fue llamado a La Balbina esa mañana para planificar unas
maniobras que se realizarían el domingo. Estaba asignado a la
Escuela Politécnica del Ejército (Espe).

Cuando escuchó la explosión salió hacia la bodega de
almacenamiento y ayudó a los heridos. Mientras asistía a sus
compañeros, una pared se desplomó encima suyo.

Habían pasado solo dos años desde que estuvo en Coangos, en el
conflicto fronterizo con Perú. Tampoco debía estar allí,
recuerda uno de sus parientes cercanos, ya que Patricio
trabajaba en transmisiones. Pero fue requerido en el mismo
frente de la Guerra del Cenepa y allí estuvo.

Su familia, en Quito, no supo nada de él por semanas, e
incluso pensaron que había muerto.

A su regreso no contaba nada de lo que vio y vivió en la
guerra. "Era muy reservado, lloraba y se guardaba todo".

Su característica era ser recto y justo. Sobre todo era
constante, conseguía lo que se proponía. En la escuela fue
escolta de la bandera en el Abdón Calderón y fue el mejor
egresado del colegio Montúfar.

Su padre también fue miembro de las Fuerzas Armadas. Pero no
se conformó solo con ser militar.

Era licenciado en Idiomas y estaba cursando la carrera de
Administración, en la Espe, cuando llegó el momento de su
inesperada partida.

En su tiempo libre le gustaba cuidar de su auto o estar con su
familia. Deja un hijo que mañana cumplirá recién un año. La
memoria de ese niño no podrá recordar el gusto con que su
padre solía reír y contagiar de alegría al resto.

Al cabo Nelson Rómulo Albán, su padre no lo pudo despedir. Su
esposa tiene 2 hijos.

Su ánimo nunca decayó

Nelson terminó la escuela en la parroquia Santiago, provincia
de Bolívar. Y hace unos 12 años vino a Quito e ingresó como
conscripto al Ejército. Llegó a la casa de Aurelio, su hermano
mayor, cuando tenía apenas 16 años. "Se caracterizaba por ser
serio y hacer las cosas con ganas, como los hacemos en las
zonas rurales", asegura Aurelio.

Salió de su casa con el fin de buscar una mejor vida. Incluso
su ánimo de superación le llevó a ingresar al colegio
Rumiñahui, de Sangolquí. Por la falta de recursos tuvo que
dejar e ingresó a la milicia.

Ya en el Ejército iba de una provincia a otra. Era chofer y se
especializaba en comunicaciones. Antes del pase a la Brigada
Chimborazo -hace una año- estuvo en el conflicto bélico con el
Perú.

Nelson tenía dos hijos. El mayor de ellos lo tuvo hace unos
cinco años, en la ciudad de Cuenca.

Clemencia, su esposa, ahora no sabe qué hacer. Su compañero se
fue en el momento menos esperado: en su vientre tiene un bebé,
que dentro de un mes vendrá al mundo. El sufrimiento le
provocó hasta desmayos.

El estado depresivo de ella es grave, incluso le bajó un flujo
de sangre y hay el riesgo de que pierda a su hijo.

Clemencia, tomada de la mano de Estefanía, su hija de apenas
tres años, solo denota impotencia al ver que su esposo ya no
volverá a su humilde hogar de El Beaterio.

Al cementerio El Batán arribaron solamente cuatro de los ocho
hermanos de Nelson. Sus vecinos no lo abandonaron en su última
despedida. Llegaron unos 60. Su padre, Raimundo no pudo estar
en la despedida de su hijo porque no había quién cuide la
casa.

Antes de viajar a Quito jugó con sus hijos a apagar la luz. Su
esposa espera un bebé.

Miguel se fue temprano

En el barrio le conocían como El Torero. Le gustaba desafiar a
la muerte frente a un toro, en cualquier ruedo o plaza
pueblerina. El cabo Miguel Molina ganó un trofeo y tres
colchas de adorno taurino.

También cantaba. Prefería la música nacional. Fue premiado en
la parroquia Verde Cocha con otro trofeo.

En su casa y en el trabajo era conocido por actuar como
mediador de los problemas.

Miguel era el primero de dos hermanos. Se casó el pasado mes
de abril con María Cecilia Guzmán, con quien vivía desde hace
ocho años. Estaba en camino un cuarto niño. "El soñaba con
tener otro varón", dice su esposa.

El cabo Molina combatió en el Cenepa. Su familia rezaba todos
los días porque regrese vivo. Perteneció a Fuerzas Especiales
de la Brigada Patria de donde obtuvo, hace cuatro años, el
pase al Batallón Pastaza de Shell-Mera. Cumplió con ese
requisito y regresó a Quito en septiembre del año pasado.

Por un tiempo estuvo en el Cuerpo de Ingenieros del Ejército,
trabajando en la construcción de la vía Guamote-Macas. Iba a
su casa cada 22 días. En los de franco solía ir al páramo
Alango o al de Yanahurco. Le gustaba pescar y pasear con los
niños.

El lunes pasado fue a casa a las nueve de la noche. Le
conversó a su esposa del posible viaje que debía hacer a
Esmeraldas y luego a Machala para la práctica de maniobras.
Antes de acostarse jugó con María Gabriela a apagar la luz; a
quien le tocaba decir ocho en el conteo del juego tenía que
levantarse a apagar la luz.

A las cuatro de la mañana, sin hacer ruido, se levantó y se
fue. No regresó... (Texto tomado de EL COMERCIO)
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