Quito. 13 dic 98. El cortejo fúnebre de mujeres, unas con
niños en brazos y otras con pequeños asidos a sus faldas,
despedían frente a la iglesia de Carapungo, los dos ataúdes
blancos.

Todas conocían la historia de la lavandera que, ayer, declaró
que asfixió a su hijo de tres meses con una almohada y degolló
a otro, de un año y tres meses, con un cuchillo de cocina, en
Carapungo, en la mañana del 9 de diciembre.

Recluida en el Centro de Detención Provisional de Pichincha
(CDP), Nancy Pavón Morales, de 22 años, estuvo ausente del
funeral.

En Carapungo y en la ciudad, la pregunta que ronda es: ¿por
qué lo hizo? ¿Qué lleva a una mujer a asesinar a sus hijos?

Las vecinas de la lavandera piensan que, además de la madre,
existe otro responsable: José Antonio Chugá, el padre de los
niños.

Le culpan del infierno que vivía Nancy y sus hijos. En este
barrio popular de Quito, se exige que se investiguen las
causas profundas del crimen.

En la mañana del viernes, estos cotilleos de la casa comunal
de Carapungo se convirtieron en gritos, cuando algunas mujeres
del barrio argumentaron que no solo Nancy era la responsable
de la muerte de Denis y Roberto.

Alba de Aldaz se enfrentó a los familiares de José Chugá y
demandó a gritos que sean juzgados los dos, porque consideraba
injusto que todas las acusaciones recayeran en una mujer
víctima "del despecho y la angustia".

Varias mujeres que llegaron a contemplar los cadáveres de los
niños en la casa comunal de Carapungo (sobre ataúdes blancos,
rodeados de cuatro arreglos florales), argumentaron que Nancy
soportaba el abandono del padre de los niños y tenía que vivir
"arrimada" en la casa de sus suegros.

"¿Qué lleva a una madre a matar?" A esta pregunta, sin
embargo, Alba de Aldaz solo dio como respuesta un silencio
expectante.

María Elena Erazo, tía del padre de los niños, que antes
reclamaba que la Policía encuentre a los criminales, aseguró
que, después de conocer la noticia, solo le quedó un profundo
vacío. Agregó que no comprendía porque "sus sobrinos" se
hicieron tan famosos de la noche a la mañana.

"Como mujer me duele que solo ella sea la que pague por la
muerte de los niños". El comentario de Susana, una mujer de 55
años, se confundió con los tañidos de las campanas de la
Iglesia de Carapungo, que llamaban a la misa.

Detrás del féretro caminaban todas las mujeres. Aunque nadie
justificaba los asesinatos, todos trataban de comprender la
situación de la mujer.

La mayor de todas ellas, María Valdez, de 70 años, dijo que si
bien el caso era doloroso, la responsabilidad era de los dos,
porque debían "estar juntos tanto en el bien como en el mal",
como Dios manda.

En la iglesia, mientras el párroco invitaba a caminar "juntos
como hermanos", Marisol Morales, moradora del barrio, aseguró
que era la primera vez que sucedía un hecho de esa magnitud.
'Nada justifica el crimen, pero qué puede hacer una mujer
despechada".

Otra mujer que estaba a su lado, dijo que la solución hubiera
sido que Nancy tuviera el valor de marcharse. Pero Cecilia
Tejada, con un niño en sus brazos, opinó que la culpa también
era de él.

El párroco leyó los Salmos: "el Señor es mi pastor, con él
nada me falta". En su homilía, dijo que una persona comete
estos actos porque está enferma o porque llega a un punto en
el que no puede explicar sus razones".

Inmediatamente, el religioso, solicitó orar por los padres de
los niños.

Mientras los asistentes se daban la paz, los niños alborotaban
la iglesia con sus correteos. Al final de la misa, arrimada a
la puerta, estaba Laura Cueva de 45 años con siete hijos. Su
única explicación es que Nancy "ha hecho mal". Luego guardó un
extraño silencio.

Más de 1.300 homicidios en el año

Desde enero hasta noviembre de 1998, la Oficina de
Investigación del Delito de Pichincha (OID-P) conoció sobre la
muerte violenta de 86 personas.

A nivel nacional, la suma de homicidios, en ese mismo período,
fue de 1.371.

En la mayoría de casos, los autores quedan en el anonimato.

El asesinato ocupa uno de los lugares más altos, entre las
causas de muerte en Pichincha. Guayas es la más violenta, con
442 homicidios.

La mayoría de crímenes fueron perpetrados con arma blanca. Las
de fuego ocuparon el segundo lugar en las estadísticas de la
OID. En tercer lugar, se ubicaron las personas victimadas a
golpes y, luego, las estrangulaciones y envenamientos.

Quevedo es una de las ciudades más violentas del país con 146
homicidios registrados en el transcurso del año.

La joven acostumbraba esperar a su marido despierta, hasta el
alba. Como otras veces, no llegó. Al amanecer vio a sus
pequeños que dormían...

Varias veces antes intentó suicidarse, asegura una sicóloga
que atendió a esta mujer en el CDP

No sabe por qué lo hizo y, luego de la tragedia, parece que
tampoco lo acepta.

Solo recuerda que fue una fuerza interna la que le impulsó a
presionar la almohada sobre el rostro de sus hijos Roberto y
Denis, a degollar al mayor, y a intentar cortarse las venas,
para suicidarse.

Fue como si, con el acto, llegara el final anunciado.

Esta no fue la primera vez que Nancy Pavón Morales trató de
suicidarse; de ello dan muestra las antiguas lacras en su
muñeca.

Además, en varias ocasiones, habría advertido a José Chugá que
mataría a sus hijos y que se autoeliminaría luego, si él
decidía abandonarla.

Esa fue la explicación que dio a una sicóloga, que asistió a
Pavón, en el Centro de Detención Provisional de Pichincha, el
viernes pasado, y que prefirió guardar su nombre en reserva.

La sicóloga relata que Nancy vivía con José Chugá desde hacía
ocho años, y que fue madre a los 16. El nunca sostuvo a la
familia y acostumbraba no dormir en casa. La ausencia de
Chugá angustiaba a Nancy. No aceptaba el abandono y, por eso,
lo amenazaba.

La joven acostumbraba a esperarlo despierta hasta el alba.
Precisamente, eso ocurrió el lunes 8 de diciembre. Como otras
veces, Chugá no llegó. Al amanecer del martes vio a sus
pequeños que dormían. "No era yo. Era algo dentro de mí",
habría dicho Pavón a la sicóloga.

También pensó matar a su hija de seis años, Amanda, pero temió
que despertara y armara un escándalo. Cuando se disponía a
cortarse las venas, notó que Roberto continuaba vivo, y optó
por degollarlo con el cuchillo.

Cuando se fijó nuevamente en la niña, desistió de la idea y
salió a caminar.

En la prisión quería ver ansiosamente a su hija. De José Chugá
casi no habla.

"Es como si se hubiera resignado a que él la dejara", dice la
sicóloga. Sin embargo, aún recuerda la frase de Chugá: "¡No
te quiero, te voy a dejar. No voy a casarme contigo!".

Nancy Pavón fue la más pequeña de cuatro hermanos. Dos de
ellos muertos. Su madre intentó visitarla el viernes, pero no
pudo ingresar a la cárcel.

La ley de la cárcel para Nancy P.

"¡No más, ya no puedo más!". La mirada fija desde sus párpados
hinchados.

En el Pabellón de mujeres del CDP, Nancy Pavón prefiere
guardar silencio. "Esto me mata, ya no más por favor!".

El azul de su suéter y el negro de su pantalón acentúan la
palidez de su rostro. Y en su camiseta blanca resalta una gran
mancha de color marrón, fruto de los golpes que las internas
le aplicaron, en su código de guerra: "por haber cometido un
delito tan macabro".

El hecho ocurrió al interior de la casa, donde convivía con
sus tres hijos y a donde, ocasionalmente, llegaba a dormir su
marido, José Chugá.

En principio, Nancy Pavón dijo a la Policía que ese lunes
había salido en busca de trabajo, a las 06h00, y que encargó a
sus hijos con su abuela. Que fue al retornar a su casa cuando
los vio muertos y que, entonces, llamó a los uniformados.

Pero, luego de descartarse varias hipótesis, "en la noche del
jueves pasado, los investigadores sometieron a Nancy a
intensas indagaciones", sostiene el boletín de prensa de la
Policía Judicial.

Nancy aún no conoce a su abogado. Para la Fundación Regional
de Asesoría en Derechos Humanos (INREDH), este caso amerita
una gran investigación médica profunda que permita determinar
las causas del comportamiento.

Esos crímenes de todos los días

Solo en la Oficina de Investigación del Delito de Pichincha,
se registraron 86 homicidios, entre enero y noviembre de 1998.
Es decir que, en promedio, se producen ocho crímenes, cada
mes. Pero no todos son aclarados. De ellos, apenas quedan los
hechos relatados en el parte policial.

El sábado 28 de noviembre, agentes de la Policía encontraron
el cadáver de Luis Sanguña, de 34 años, en medio de un bosque
denominado Las Marianitas, en Calderón, al norte de Quito.

El cuerpo estaba atado de pies y manos, tapado con sacos de
yute, con una herida en el cuello y signos de haber sido
ahorcado. Fue encontrado por un niño que jugaba en el bosque.

Ese mismo día, en la Mena Dos, al sur de Quito, apareció
ahorcada con una sábana Jheny Amparo E., de 14 años.

El 25 de noviembre, José Rosero, el sacristán de la Iglesia de
la parroquia Caranquí, en Ibarra, apareció muerto. Lo
asesinaron con un florero, que estaba junto al cuerpo. La
Policía presume que un grupo de ladrones intentó robar la
Iglesia de Nuestro Señor del Amor. Se llevaron el dinero de
las limosnas y dos micrófonos.

El 22 de noviembre, en el Guasmo Sur, miembros de una pandilla
denominada La Muerte asesinaron a Carlos Javier y José Iván
Olvera de 38 y 35 años respectivamente, porque no les
permitieron ingresar a una fiesta de la cooperativa Guayas y
Quil.

Las denuncias sobre este y otros casos reposan en los
archivos policiales. Una violencia cotidiana, que parece
desconocida por las autoridades y la opinión pública.

Tres momentos de horror

Un altar improvisado y cuatro velas encendidas testimonian el
dolor de los familiares de tres jóvenes asesinados, mientras
dormían, en un barrio humilde de Guayaquil.

La sociedad ecuatoriana fue sacudida, la semana anterior, con
dos crímenes, que resultan de historias de violencia en contra
de la mujer, y un filicidio doble, cometido por una madre que
se declara desesperada por los conflictos conyugales.

"Los momentos de violencia constituyen el punto extremo de un
acto irracional", sostiene Geoconda Herrera, de la Facultad
Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), al reflexionar
sobre el asesinato de sus hijos cometido por Nancy Pavón.

Al imaginar a la madre frente a los dos tiernos niños en el
instante en que cometió el crímen, Herrera opina que la
homicida se hallaba en un estado de catarsis, con la
consecuente pérdida de control sobre cualquier relacion
externa, ajena a ese momento de violencia y horror.

De esta forma, la analista mira el caso de Pavón como un acto
desesperado que responde a la pérdida de la noción de sus
relaciones intrafamiliares (y de pareja), que va más allá de
las condiciones de pobreza de su entorno. "Lo que hizo
equivale a una salida ante la falta de perspectivas para ella
y sus hijos".

Por tanto, para juzgar este crímen, es necesario buscar no
solo las causas racionales, sino examinar minuciosamente los
motivos que llevaron a la mujer a cometer el asesinato en
contra de sus hijos, añade.

Herrera también analiza el impacto que tienen en la sociedad
esta clase de crímenes, debido a la imagen espiritual de las
relaciones entre madres e hijos.

Esto afecta el concepto "sagrado" que tiene la sociedad sobre
la relación madre-hijo, dice.

Violencia marital

- El 70 por ciento de mujeres son golpeadas por sus cónyuges,
asegura el Centro de Investigaciones de la Mujer Ecuatoriana
(CEIME).

- El 37 por ciento de este grupo de mujeres, es golpeada
frecuentemente una vez al mes y en algunos casos diariamente.

- El 12 por ciento asegura que fue agredida sin motivo alguno.


- El 54 por ciento de las mujeres golpeadas presenciaron
violencia doméstica en contra de sus madres.

- El 78 por ciento de mujeres maltratadas, recibieron golpes
en su infancia.

- El 17 por ciento de las mujeres agredidas, huyó de hogares
violentos, en su infancia.

- Hay patrones de sentimientos con una marca de género clara:
los varones, en situación de control, de propiedad, de
dominio. Las mujeres aman en términos de solidaridad y de
apoyo, afirma Magdalena León, investigadora social.

Asesinatos que atañen a todos

El reciente filicidio cometido en un barrio pobre de Quito no
puede resolverse solo con la condena en contra de la persona
que cometió el crimen, sino que debe ser encarado por la
sociedad.

Es la opinión de Magdalena León, feminista, investigadora
social del Instituto de Estudios Ecuatorianos, quien analiza
el suceso, de varias aristas.

Para empezar, cataloga a este asesinato como un acto extremo
de dolor, consecuencia de un proceso de acumulación de heridas
emocionales, síquicas, de extrema pobreza, y de "impotencia
frente al día a día y al futuro".

Esto implica que en el problema deben tomarse en cuenta las
condiciones de sexualidad y reproducción a las que se hallan
sometidas las mujeres, que, en muchos casos, se embarazan para
"cumplir con la responsabilidad social de la maternidad".

Así, en el caso específico de Nancy Pavón haría falta conocer
las condiciones en que nacieron los hijos, pues no se trata
solo de que estos nazcan sino de poder contar con los medios
necesarios para la subsistencia.

En un ámbito más amplio, León, considera que la negación de
los derechos sexuales de la mujer origina maternidades
"vulnerables" como la del caso que nos ocupa.

La investigadora también estima que para la viabilidad de una
familia hace falta un margen de autonomía económica, lo que no
sucede en los grupos condenados a una ínfima calidad de vida.

Asesinados por un policía

Las velas encendidas, en el calor de la tarde, son el tributo
para sus nietos.

Leopoldina Rosado, de 60 años, aún no se explica cómo y por
qué ocurrieron esas muertes.

La madrugada del 4 de diciembre, en la cooperativa "Pancho
Jácome", al norte de Guayaquil, Janeth (18 años), Susana (16),
y Elías Párraga (ocho), fueron asesinados por René Galarza
Gallo, miembro de la Policía Nacional.

Los crímenes fueron calificados por Paco Urrutia, jefe
provincial de Policía, como "incidentes pasionales".

Galarza, novio de Janeth, trabajaba en el cuartel de la Unidad
de Vigilancia Norte (UVN), a dos cuadras de la casa de esta
familia.

Ese amanecer, el policía empujó la puerta de la casa de su
prometida, se acercó a su cama y la apuñaló. Luego hizo varios
disparos que impactaron en los hermanos de ella, que dormían
en otra cama de la habitación.

Después del incidente, el policía intentó suicidarse con un
disparo en el tórax, en la puerta de la casa de su novia.

Ella murió en el Hospital "Luis Vernaza" a las 07h25.
Familiares y vecinos aseguran que los policías de la UVN no le
prestaron ayuda y solo después de una hora, cuando se había
desangrado por las heridas, recibió algún auxilio. El homicida
se halla internado en el Hospital de la Policía Nacional, en
la unidad de cuidados intensivos.

Sara Lucía Párraga, de 10 años, ella y la madre de los
jóvenes, Lucía Burgos, salvaron sus vidas porque se
encontraban en el cantón Colimes. La madre se enteró de la
tragedia por una noticia de radio.

Leopoldina Rosado comenta que su nieta y el policía tuvieron
una relación durante seis meses. "Janeth estaba decidida a
terminar porque él era un borracho, estaba casado y "era un
asesino", dice.

Galarza será dado de baja y juzgado por la Corte de Justicia.
Mientras tanto, Leopoldina mantiene encendidas las tres velas.
(APM)

¿Hay amores que matan?

El informe policial, en el caso de la muerte de la periodista
Cristina Tamayo, contiene la versión relatada por J. Rivera,
de 31 años, empleada de la víctima, desde el 4 de enero de
1994.

Tamayo mantenía una relación amorosa con Alberto Quevedo, que
se inició el 3 de diciembre de 1993.

'A veces discutían. En una ocasión, llegó al extremo de que
Cristina le pidió al guardia que no le dejara entrar. Una vez
recibí una llamada en la que, el señor Quevedo, me indicaba
que sería capaz de todo. Por las noches, estacionaba su
vehículo a varios metros de la casa, como si la vigilara",
declaró la testigo del suceso.

El día del homicidio, el lunes 7 de diciembre, Cristina había
enviado a su hijo a la escuela y luego había subido a su
dormitorio con una taza de café y el periódico.

Quevedo tocó el timbre. La empleada lo dejó pasar. Ella le
abrió la puerta y él subió, por las gradas de la cocina, al
dormitorio. Rivera escuchó los disparos. Eran las 08h00.
Quevedo regresó a su casa y llamó al guardia de seguridad de
su edificio, D. X. Mera. Le entregó un sobre y el número
telefónico de su madre. Cerró su dormitorio y se disparó.

De las cachetadas al asesinato

En 95 por ciento de las denuncias de violencia doméstica, que
se presentaron en un año, el agresor fue el marido o
conviviente de la víctima, asegura la investigación "Del
Encubrimiento a la Impunidad", del Centro de Estudios e
Investigaciones de la Mujer Ecuatoriana (CEIME).

Según Betty Amores, cordinadora del Area de Derechos Humanos
del CEIME, este dato confirma que las mujeres, en relación
de pareja, están expuestas a graves peligros.

La violencia es la expresión de la subordinación y dominación
a que está sometida una mujer, en una sociedad, en la que
hombres y mujeres ocupan posiciones de poder abiertamente
desiguales, dice Amores.

Las agresiones tienen graves consecuencias sicológicas y
físicas para las víctimas, que van desde lesiones que les
impide desempeñarse en su trabajo, hasta huellas permanentes,
como la pérdida de órganos y, en el extremo, la muerte.

En el libro "Del Encubrimiento a la Impunidad", se estableció
que la violencia doméstica está oculta y, en la mayoría de los
casos, es legitimada por la sociedad.

Los datos de esta investigación rompen algunos mitos. Por
ejemplo, establecen que la violencia no guarda relación con el
alcoholismo, como se cree. Por el contrario, un igual número
de denuncias se presenta en los meses de mayor consumo de
alcohol.

Además, según el estudio, tampoco es cierto que las agresiones
sean actos que ocurren en el marco de una pelea conyugal,
necesariamente. Quizá el dato más revelador sea que los
homicidios de mujeres parecen actos fríamente planificados.

El ciclo de la violencia se inicia con las cachetadas en el
rostro, que lastiman los ojos y la boca; el siguiente paso,
son los golpes en el cuerpo, que van acompañados de una serie
de insultos que disminuyen a la mujer y buscan provocar una
dependencia sicológica con el agresor. El desprecio es la fase
que precede a las agresiones más duras y a conductas extremas,
como las palizas o el asesinato.

De acuerdo al estudio citado, la violencia contra la mujer en
las relaciones de pareja sigue este ciclo. Conforme avanza el
tiempo en que la pareja permanece unida los peligros son
mayores. Las denuncias se presentan después de haber sufrido
períodos de siete a 10 años de maltrato.

El esposo fue el último que la vio

Después de veinte años de una convivencia con frecuentes
episodios de maltrato físico y sexual, Teodora N. C., de 47
años, reunió la fortaleza suficiente para separarse de su
esposo, Stalin B., ex policía. No imaginó que esta decisión
terminaría en su muerte.

La desaparición de Teodora N. fue denunciada por sus hijos, en
la Comisaría de la Mujer, en octubre pasado. Su cadáver fue
encontrado 45 días más tarde, bajo un puente, en el sector de
Guayllabamba.

Su hija, Petita F., de 27 años, asegura que su padrastro
golpeaba a su madre desde siempre.

Recuerda, conmocionada, la sensación de temor e impotencia que
sentía cuando, junto a sus tres hermanos menores, intentaron
defenderla, pedir auxilio a los vecinos o a la Policía: "Nadie
nos ayudó, algunos decían que era un problema de hogar. Otros
preferían no meterse porque también tenían miedo. Por ello,
desde hace varios años ya no pedimos ayuda".

Según Petita, su padrastro fue policía de tropa, destituido
por alcoholismo, que trabajaba como guardia privado. "Además
de golpearla, la forzaba a mantener relaciones sexuales",
dice.

Cuando el mayor de sus hijos comunes, Samuel B., fue lo
suficientemente grande para oponerse por la fuerza al maltrato
en contra de su madre, se inició un período en que las
agresiones disminuyeron, aunque existieron rebrotes
peligrosamente agresivos, recuerda la joven.

En una ocasión Stalin B. tomó un machete y después de romper
las cosas de la casa intentó agredir a su conyuge. Teodora
abandonó la casa y se llevó consigo a sus hijos. La primera
reacción de Stalin B. fue mostrar arrepentimiento. Incluso se
incorporó a un programa de alcohólicos anónimos. Sin embargo
cuando se percató de que la decisión de Teodora era firme,
optó por amenazarla y acusarla de infidelidad.

El 12 de octubre pasado, después de matricular a la menor de
las hermanas en el colegio, la madre se dirigió a su trabajo.
Al medio día, llamó a la casa para decirles que su marido
estaba con ella y le pedía que le acompañara a solicitar un
empleo en Yaruquí. Fue la última vez que su hija la escuchó.

Se inició la ansiedad de la búsqueda de su madre, que concluyó
un mes y medio más tarde, cuando su cadáver fue encontrado en
el sector de Guayllabamba.

Petita denunció el caso en el Juzgado Segundo de lo Penal, en
la documentación encontrada se imputa a Stalin B. la
responsabilidad del asesinato. Aunque con poca fe en los
agentes investigadores y en la justicia misma, Petita dice que
persistirá hasta cuando sus fuerzas se lo permitan, para que
el homicidio de su madre no quede impune.

Cifras en Guayas

- En Guayaquil existen dos comisarias dedicadas,
exclusivamente, a receptar denuncias de agresiones contra la
mujer. Los datos son reveladores y lamentables.

- En 1998, se presentaron un total de102 casos de abusos
sexuales, según el Programa de Seguimiento de Delitos Sexuales
de la Fundación María Guare.

- Margarita Rodríguez explica que el número de abusos contra
la mujer se ha acrecentado en los últimos años.

- A estas denuncias hay que sumar las que se presentan en las
dos Comisarías de la Policía Nacional y en los juzgados de lo
Penal de la Corte Superior de Justicia.

- El 30 de noviembre pasado se contabilizaron 40 denuncias de
agresiones físicas y sicológicas en la Comisaría 7ma. El lunes
7 de diciembre ascendió a 35. El martes, el número fue de 28;
y el miércoles 23.

- "Las niñas violadas provienen de áreas marginales y son
escasos recursos", comenta Rodríguez.

Asesores instruidos

- La violencia marital afecta a todos los sectores sociales y
en todos los niveles de educación, revela un estudio del
Centro de Estudios de la Mujer Ecuatoriana (CEIME), en 1990 y
1992.

- El 46,6 por ciento de agresiones en la pareja se registran
en personas que apenas tienen instrucción primaria.

- El 44,1 por ciento es cometido por agresores con instrucción
secundaria.

- En el 4,1 por ciento de los casos, los agresores son
analfabetos.

- El 3,0 de agresores es de instrucción superior.

- Muchas agresiones no son denunciadas. Sobre todo, aquellas
de los estratos económicos más altos y más bajos. (DIARIO HOY)
(BLANCO Y NEGRO)
EXPLORED
en Ciudad Quito

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