La noche comenzó con malos signos.

19h00: cerca de 8 mil personas en las puertas del Coliseo
Rumiñahui pugnan por entrar al espectáculo de Ricardo Arjona.
En una de las puertas laterales del Acceso 1 se hace presente
un pelotón de la Policía con evidente retraso.

El jefe de puertas del Rumiñahui, Carlos Iván Román, reclama
por el atraso del cuerpo policial que había sido contratado
para supuestamente garantizar la seguridad de este evento
masivo. Hay un cruce de palabras y un violento forcejeo cuando
el responsable de este pelotón policial intenta ingresar con
varios civiles, hombres y mujeres, mientras Román le conmina a
que los civiles ingresen haciendo cola como todo el mundo.

Al grito de "¡No me joda. No voy a esperar que entren los
civiles! (nótese la prepotencia, contra el resto de mortales),
este policía -no se pudo saber si oficial o suboficial pues su
nombre estaba camuflado bajo un chaleco negro- ingresa con sus
amigas y amigos a viva fuerza.

En el forcejeo cae un teléfono celular. Román piensa que es el
suyo, el policía sin ninguna explicación trata de arrebatarle
el aparato. Al final se detiene violentamente al funcionario
de puertas.
Los incidentes apenas habían empezado.

7h40: 8.000 personas se hallaban ya al interior del Coliseo,
el 80 por ciento en "general". De pronto, no se sabe como, la
multitud se percata de que la presencia policial es casi
inexistente y en pocos segundos invade las localidades bajas
del Coliseo incluida la de "sillas", hecho que nunca antes
había sucedido. El espectáculo se había convertido en un
desastre en pocos segundos.

Caben algunas consideraciones al respecto. Según el
empresario, Pancho García, se contrató una fuerza de seguridad
policial de 400 elementos. Al Coliseo no llegaron más de 20
policías, y al parecer, más dispuestos a disfrutar del
concierto con sus amigas y amigos (según se desprende del
incidente anterior) que a cuidar de la seguridad del
espectáculo.

Vale la pena, además, insistir, en que los empresarios
contrataron la seguridad pagando una importante cantidad de
dinero. La Policía no cumplió con seriedad su compromiso.

Esto es inadmisible pues se pudo haber producido una
importante tragedia al menor brote de violencia o a la más
pequeña dificultad con el recital de Arjona.

La segunda reflexión es sobre la falta de respeto que demostró
una parte del público contra la otra parte. Sencillamente, la
gente que había pagado las localidades más caras, asegurandose
un sitio fijo y con un mínimo de comodidad, tuvo que ver el
concierto de pie o en una incomodidad terrible.

Seguramente, gran parte de la gente que invadió las sillas fue
la misma que el 5 de febrero se reveló en las calles contra el
atropello a sus derechos. Sin embargo, el viernes en la noche
no tuvieron el más mínimo reparo en atropellar los derechos de
los otros.

Pero todos estos incidentes son parte de un todo. De ese todo
que hace que quien ejerza un poder (pequeño o grande,
económico, político, legal o administrativo), no entienda que
éste es esencialmente un ejercicio de responsabilidad y no de
prepotencia y/o ridículo exhibicionismo.

Es lo mismo que pasa en los alrededores del Palacio de
Gobierno, cuando autos oficiales o de amigos del poder se
toman las aceras de todo el sector, mientras el ciudadano
tiene que caminar por medio de las calles. O cuando en apurada
salida se escapan de atropellar a quien se ponga en el camino.

A medianoche de ese viernes, cuando de vuelta a casa nos
detenemos en un semáforo, repentinamente nos rodean sirenas,
autos de vidrios negros y motos policiales, en tanto corre
veloz una limosina gris que no respeta ningún semáforo. Se
sabe que las leyes y normas no alcanzan a quienes ejercen un
poder.

Cuestiones de seguridad dirán los altos jerarcas, patético
exhibicionismo pensamos todos los demás.

Pedro Fernández, nuevos incidentes

Si no es por el profesionalimo de un artista que prefirió
cuidar su imagen y complacer a su público, el otro concierto
que se realizó en Quito la noche del viernes, el del cantante
mexicano Pedro Fernández hubiera terminado en una verdadera
tragedia.

El asunto fue que el empresario, Sergio Sarmiento, no cumplió
en lo más mínimo los términos pactados con el artista, por lo
cual Fernández no veía posible ofrecer su concierto.

El asunto fue tan crítico que apenas a las 19h00 de ese
viernes llegó el mariachi que acompaña a Fernández, mientras
se trataba de solucionar una orden de arraigo contra el
cantante porque el empresario desapareció sin tan siquiera
pagar los respectivos impuestos.

Eran las 22h00 y la gente estaba a punto de botar la Plaza de
Toros exigiendo la presencia del artista. Fernández llegó a
las 22h20 y dió un concierto de hora y media.

Una vez más la falta de seriedad de empresarios de
espectáculos improvisados casi termina en incidentes mayores,
auque sin duda después de esto pocos artistas mexicanos van a
querer venir al Ecuador. (DIARIO HOY) (P. 9-B)
EXPLORED
en Autor: César Ricaurte -

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