Guayaquil. 05 oct 98. Estos no son días buenos para Michel
Camdessus, director general del FMI. La crema y nata de la
economía y la política mundial lo está acribillando de
críticas por la respuesta que dio a la crisis económica en
Asia.

Lo acusan de haber ayudado a que el temblor asiático se
convierta en terremoto mundial.
El jefe de los republicanos en el Congreso norteamericano, Pat
Buchanan, lo tilda de "izquierdista".

El autor del manual de economía internacional más vendido,
Paul Krugman, opina que el Fondo le dio la espalda a la teoría
y los libros para servir "a los banqueros".

Jeffrey Sachs, el famoso profesor de Harvard y amigo de
Mahuad, dijo que el FMI está en manos de "imbéciles".

Camdessus se encoge de hombros, pero en realidad está
preocupado. Desde hace once años gobierna el sistema monetario
internacional y no es la primera vez que cuestionan su
gestión. Pero esta vez ha debido reconocer que hacen falta
algunos cambios. La reunión del Fondo que se lleva a cabo
estos días tiene una agenda cargada de propuestas de reformas.

¿Quiere decir que las campanas están doblando a muerto por el
FMI? En ese caso, ¿cuáles son las alternativas que se
vislumbran?

La guerra que no estalló

En 1944 el mundo vivía el drama de la segunda guerra mundial.
Pero dos hombres estaban preocupados por otra guerra que
todavía ni siquiera había comenzado.

Eran John Maynard Keynes, asesor económico del gobierno
inglés, y Harry Dexter White, Secretario del Tesoro de Estados
Unidos.

Trabjando en orillas opuestas del Atlántico, los dos habían
llegado a la misma conclusión: cuando Alemania fuese
derrotada, el peligro de una feroz guerra económica amenazaría
a las potencias vencedoras.

Las armas favoritas en esa nueva guerra no serían los aviones
ni la infantería sino las devaluaciones. Cada país trataría de
rebajar el precio de su moneda, es decir su cotización, para
invadir a sus vecinos con mercaderías; los demás responderían
del mismo modo; y si nadie reaccionaba, comenzaría entonces un
círculo infernal de impredecibles consecuencias.

Para evitarlo, Estados Unidos convocó a sus aliados más
cercanos a una reunión que tuvo lugar en Bretton Woods, muy
cerca de Washington, en julio de 1944.

Allí nació el FMI, que en sus orígenes congregó a 39 naciones,
incluyendo Ecuador.

La fórmula de Bretton Woods para evitar la guerra comercial
fue relativamente sencilla: la cotización de todas las monedas
del mundo ya no sería arbitraria sino que se fijaría con
relación al dólar y al oro. Los países se comprometieron a no
cambiar esa cotización sino en porcentajes mínimos. Las
devaluaciones estarían permitidas, pero sólo en casos extremos
y con autorización del FMI.

Con el tiempo ese esquema sufrió modificaciones. Hoy en día el
oro ya no cuenta en la cotización de las monedas, y el dólar
no tiene una cotización fija con relación al oro. Muchos
países dejan que su moneda simplemente flote.

Pero en medio de ese aparente desorden, el dólar sigue
manteniendo su papel predominante como la divisa que sirve
para regular el precio de las demás; y el FMI es el encargado
de que nadie altere ese equilibrio más allá de cierto punto.

White 1, Keynes 0

Keynes era el autor de uno de los libros de economía más
famoso del mundo (la "Teoría general de la ocupación, el
interés y el dinero", publicado en 1936); había hecho una
fortuna personal con su talento para las finanzas; y por si
fuera poco estaba casado con una hermosa bailarina de ballet
rusa. Era casi natural que le robase los aplausos a Dexter
White, su apacible colega norteamericano.

Pero Keynes salió derrotado de Bretton Woods.

El había propuesto que el Fondo fuese una especie de banco
internaciona, cuyo objetivo más importante fuese el
crecimiento económico de cada país, aceptando incluso ciertos
desajustes momentáneos en sus cuentas monetarias hasta que esa
meta se hubiese alcanzado.

Ya habría tiempo para exigir disciplina monetaria. Primero
debían crecer las economías.

Pero White tenía otra idea en mente. El quería una llave de
seguridad para las monedas, una especie de guardián que
exigiese a los gobiernos la mayor disciplina posible, para
evitar que sus desajustes monetarios alteren el equilibrio del
comercio mundial.

Y para estar seguro de que el FMI aplicaría de manera
consecuente ese esquema, consiguió que a cada país se le
asigne un número de votos equivalente a su aporte monetario,
de tal modo que Estados Unidos tiene tres veces más votos en
el FMI que Alemania o Japón y diez veces más votos que
Ecuador. (Ver cuadro).

La tesis de los norteamericanos triunfó, a pesar del prestigio
de Keynes, por una razón muy sencilla: en ese momento Estados
Unidos controlaba el 50% de la producción mundial y poseía el
60% de las existencias de capital de los países más avanzados.

Alemania y Japón estaban destruidas, Francia e Inglaterra
languidecían, y el mundo aceptó que la potencia mundial más
grande juegue el papel de árbitro en la gran cancha del
mercado mundial.

Años más tarde, Dexter White fue perseguido en su propio país
y acusado ¡de comunista! Pero el FMI lo sobrevivió y, durante
medio siglo, pudo hacer su trabajo.

Estalla la crisis

Si usted hace una encuesta entre los economistas del mundo
para saber el origen de la crisis actual, asegúrese de llevar
bastante papel y lápiz. Las respuestas son tan numerosas que
no hay cómo ordenarlas y resumirlas.

Sólo hay un punto en el que todos coinciden: sea cual sea la
causa de la crisis, esta vez es más profunda y durará más
tiempo que en cualquier otro momento de la posguerra porque la
nación líder se ha debilitado.

A pesar de su bonanza económica, la pérdida de peso relativo
de Estados Unidos es palpable. La otra cara de la medalla es
que en cambio el mundo está más interconectado que nunca.

Por eso Estados Unidos tiene cada vez más dificultades para
poner orden en un mundo de monedas rebeldes. Vea sino cómo se
comienzan a generalizar las devaluaciones: cada país responde
como puede, y no hay quien imponga disciplina.

Pero la culpa no sería del FMI, sino de la debilidad de
Washington.

¿Qué pasa, por ejemplo, si Bill Clinton sigue perdiendo piso
por culpa de la señorita Mónica Lewinsky? El Congreso
republicano podría negar los fondos adicionales que el
presidente norteamericano ha pedido para el FMI; la quiebra de
los países podría continuar; Brasil podría hundirse,
arrastrando consigo al resto de América Latina. Al final,
Estados Unidos terminaría metido él mismo en la vorágine de la
crisis.

Esta peligrosa secuencia, aunque improbable, no está
completamente descartada, asegura Paul Samuelson, otro
keynesiano que es dueño de un Nobel.

Quizás haya llegado la hora de desempolvar los estudios de
Charles Kindleberger, el famoso historiador de la Gran
Depresión de los años 30, que sostenía que esa crisis fue tan
profunda y tan prolongada porque Inglaterra perdió su
liderazgo en el mundo, y Estados Unidos todavía no estaba en
condiciones de reemplazarla.

Por supuesto que la situación hoy no es la misma. Estados
Unidos sigue siendo la potencia mayor. Pero necesita
demostrarlo. Y es lo que no está haciendo.

¿Keynes resucitado?
Las opiniones de qué hacer con el FMI son innumerables. Pero
dos grandes bandos congregan a la mayoría:

De un lado están los ortodoxos, encabezados por el propio
Camdessus. Ellos creen que la receta para la crisis es la
misma de siempre: hay que seguir exigiendo a los países que
mantengan la estabilidad de sus monedas, incluso sacrificando
el crecimiento económico.

Brasil es un ejemplo. Acaba de subir las tasas de interés de
una manera salvaje para evitar la fuga de capitales. Con eso
se ha vuelto más caro el dinero que necesitan los productores.
Las empresas se paralizan y el desempleo aumenta. Pero la
moneda se mantiene estable.

A la larga, eso dará confianza a los capitales
internacionales, dice Camdessus.

Del otro lado están los heterodoxos. Proponen que el FMI
empiece a funcionar como un banco que regule no sólo la
estabilidad de las monedas sino que se preocupe, sobre todo,
de hacer crecer las economías.

Tony Blair, el primer ministro inglés, sugiere que para eso el
FMI y el Banco Mundial se fusionen.

No es exactamente el planteamiento de Keynes, pero se le
parece.

Asimismo el famoso Paul Krugman, uno de los economistas
"estrella" del mundo moderno, a pesar de que sólo tiene 45
años, acaba de proponer que el FMI le dé menos importancia a
los "prejuicios" de los inversionistas internacionales, como
él los llama, y se preocupe más de cómo reactivar las
economías estancadas.

Para eso hay que dejar caer las monedas, reducir las tasas de
interés y hasta imponer control sobre los capitales, si fuese
necesario, opina Krugman.

Camdessus, oyéndolo, seguramente se rasgaría las vestiduras.

Pero la última palabra no será suya sino del representante de
Estados Unidos, como en Bretton Woods.

Y aun no se sabe qué piensa Clinton, demasiado ocupado por
ahora en resolver sus problemas internos.

La suerte del mundo, una vez más, está demasiado vinculada a
un lio de pantalones y faldas. (Texto tomado de El Universo)
EXPLORED
en Ciudad Guayaquil

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