A menos de un mes de la posesión de Alvaro Uribe Vélez como nuevo presidente colombiano, no está claro todavía si el nuevo régimen elegirá la guerra o la paz. En realidad, separar ambas posibilidades es un eufemismo. Cualquier situación que se llame paz en Colombia a mediano plazo, estará marcada por los enfrentamientos armados y las pérdidas de vidas por los conflictos que se producen en todo el país. Y si se habla de guerra, esta, como todas las guerras, tendrá un componente de mediación cuyo objetivo será precisamente lo que intentó sin éxito el Gobierno de Andrés Pastrana: lograr la paz.
El problema está en otra parte. El candidato Uribe Vélez se caracterizó durante su campaña por su promesa de mano dura. Se entendió que lo que venía era una confrontación militar con las FARC y el ELN, no tanto con las Autodefensas, después del fracaso de las expectativas de una paz negociada como prometió Pastrana y por lo que fue elegido en su momento. No hay duda, como escribía Diego Arias en Semana, que, en lo fundamental, esta posición de Uribe explica su amplísima victoria electoral y su ascenso al poder. Sin embargo, la noche del 26 de mayo, el electo presidente sorprendió al hablar de ‘corazón grande’ y anunciar que hablaría con las NNUU para reconducir el proceso de paz. Todo lo que ha venido después, tanto en política exterior como en interior, ha mantenido esta dualidad: visita a Washington y apoyo de los halcones estadounidenses; reunión en Nueva York con el secretario de las NNUU, Kofi Anam. Para cerrar, viaje a países de la Unión Europea, donde el presidente electo aclaró, con la mezcla de ascetismo y de mística que le caracteriza, que los temas que preocupan a los Gobiernos y a las organizaciones de esos estados con la llegada de su Gobierno, no implican autoritarismo, concentración de poder en manos del Ejecutivo, o la implicación programada de los civiles en el conflicto. ¿Dualismo entre el candidato y el presidente electo?
Quizás el error sea plantear el problema en términos de dos opciones claramente delimitadas e imposibles de conciliar. La historia colombiana del siglo XX, por no ir más allá, muestra una situación de violencia permanente, donde la guerra y la paz son solamente escenarios de un mismo país. Por tanto, lo que parece ser más factible es una combinación de ambas opciones. Si vis pacem, para bellum, si quieres la paz, prepara la guerra, decían los clásicos. En los primeros meses de su administración, Uribe escogerá la guerra profesional para forzar la negociación y a mediano plazo establecer condiciones para la paz. En cierto modo, puede hacerlo. El ejército que recibe es un ejército profesional y equipado, diferente del que encontró Pastrana. En Washington, no está Bill Clinton ni la consigna es democracia sino George Bush y la obsesión por el eje del mal.
Lo más probable entonces es una ofensiva militar a gran escala, de varios meses de duración, con objetivos estratégicos, que permitan llevar definitivamente a las guerrillas a la negociación. Y que promueva el apoyo ciudadano por los resultados que obtenga, sin importar los costos. Ahí recién se podrá, según Uribe, sentar las bases de la Colombia del siglo XXI. Igual que en el caso de Pastrana, la pregunta es ¿podrá?
EXPLORED
en Autor: Joaquín Hernández - [email protected] Ciudad Quito

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