Washington. 04.11.92. Electo Presidente de Estados Unidos este
martes, Bill Clinton asumirá su mandato en enero próximo con la
satisfacción de haber devuelto el poder a los demócratas, tras
una campaña conducida con habilidad y energía, que por un momento
estuvo a punto de poner fin a su carrera política.
Para cumplir su ambición presidencial, Clinton adoptó una
estrategia poco convencional, prefiriendo concentrar su actividad
en los estados meridionales, en lugar de intentar izarse
directamente a Washington, con una trayectoria en gran medida
similar a la de su predecesor demócrata, Jimmy Carter.
Su carrera política comienza en 1974 con un fracaso en una
elección local de su estado natal. Pero cuatro años más tarde, se
convierte en el gobernador más joven del país, al arrancar la
victoria en Arkansas, cargo que mantiene desde entonces (con una
breve interrupción de dos años).
Pese a esos inicios anónimos, Clinton se forjaba desde joven un
destino político. Para no comprometer su carrera, acepta partir a
Vietnam pese a su oposición declarada a la guerra, como él mismo
explicó en ese momento.
En 1988, siente por primera vez la tentación de postular a la
Casa Blanca, pero renuncia a último momento para no afectar los
estudios de su hija Chelsea.
Cuatro años más tarde, vuelve a sopesar sus posibilidades, frente
a un George Bush en el ápice de su prestigio tras la guerra del
Golfo, y decide que la apuesta vale la pena, contrariamente al
resto de las grandes figuras demócratas.
Se lanza entonces a una de las primarias más incidentadas de los
últimos años, en la que se impone gracias al apoyo de los estados
del sur. Pero para erguirse en candidato, debe hacer frente a un
fuego cruzado de acusaciones, que van de la infidelidad conyugal
a su postura durante la guerra de Vietnam.
Clinton contó igualmente con el inestimable consejo de su esposa,
Hillary, una brillante abogada versada en asuntos políticos, que
le construyó una red de amigos y aliados en todo el país.
Clinton, por su parte, supo sacar a su partido de la deriva en
que se hallaba desde la derrota de Walter Mondale en 1984. Su
acción en el Consejo de Dirección demócrata orientó a la
formación hacia el centro moderado, y con temas por los que todos
los norteamericanos se sentían concernidos volvió a hacerle
vislumbrar la victoria.
La clase media, que votó a Ronald Reagan en 1980 y 1984 y a
George Bush en 1988, volvió a interesarse en las propuestas
demócratas. En 1991, cuando anuncia su candidatura a la Casa
Blanca, intuye que su hora ha llegado. El fin de la guerra fría,
la recesión económica y el desgaste de los republicanos tras once
años de poder alimentan sus esperanzas.
Uno de sus cercanos colaboradores, el gobernador de Georgia, Zell
Miller, lo definió como "alguien que pensó más que nadie, que yo
haya conocido, en la campaña electoral y en la presidencia".
Nada predisponía, sin embargo, a Bill Clinton a tan ilustre
porvenir. Hasta los 15 años se llamó Billy Blythe, con el
apellido de su padre, viajante de comercio, fallecido en un
accidente de carretera cuatro meses antes de su nacimiento. Sus
abuelos, comerciantes, se ocuparon de su educación, mientras su
madre cursaba estudios de enfermera en Nueva Orleans.
Cuando su madre contrae segundas nupcias, el joven Bill adopta el
apellido de su padrastro, con problemas de alcoholismo. Pero en
la dura escuela de la vida aprende la constancia y realiza
brillantes estudios que le conducen sucesivamente a la facultad
de asuntos extranjeros de Georgetown (en Washington), a Oxford
(Inglaterra) y a la facultad de derecho de Yale.
Para sus partidarios, Clinton reune los intereses contradictorios
que se mueven en Washigton, y puede así desbloquear el
funcionamiento del Gobierno. Sus adversarios cuestionan sus
"dobleces", manifestadas en su capacidad de decir a
interlocutores diversos aquello que tienen ganas de oír.
Más en el