Buenos Aire. 17 abr 2000. La apertura comercial de China genera
grandes expectativas en América Latina. Inesperadamente, no han
sido los propios países de la región los que han ido en busca del
mercado asiático, sino que el propio gobierno de Beijing comenzó
una ofensiva para capturar los mercados latinoamericanos.

Cuando en noviembre pasado China se puso de acuerdo con los
Estados Unidos para bajar sus aranceles de importación y eliminar
otras barreras que impiden un comercio más fructífero para ambos
países, con el anzuelo de un rápido ingreso
del país oriental a la Organización Mundial del Comercio (OMC), en
América Latina comenzaron
a alentarse grandes expectativas por la posibilidad
de participar, también, de aquel inmenso mercado.

Hasta ahora, solamente Chile, cuyas exportaciones en un 70% están
destinadas al Lejano Oriente, ha logrado suficiente experiencia
como para intentar llegar con éxito al mercado chino. Pero otros
países, como es el caso de la Argentina, no han conseguido
realizar exportaciones significativas hacia aquella región y
tendrán aún que trabajar mucho para lograrlo en el futuro próximo.

La posibilidad que se abre ahora en China, dispuesta a extender a
todo su territorio el sistema de libre mercado que aplica en la
zona costera de Shenzei, Shangai y Hong Kong, despertó una euforia
que está muy lejos de compadecerse con la realidad. América
Latina, que quiere venderle más a China, fue sorprendida hace
pocos días por las autoridades de Beijing, que reunió a los
representantes de 19 países de la región para proponerles una
asociación comercial y cultural.

Hasta lo que se sabe, tal asociación tiene más bien el carácter de
transformar a América Latina en un mercado para China y no al
revés. Sería parte, además, de una estrategia del país oriental
para quitar a su rival Taiwán de los mercados financieros de
América Central y aliviar su actual dependencia de la Unión
Europea y de los Estados Unidos en algunos productos.

El intercambio comercial entre China y América Latina es bastante
pobre y se ha venido deteriorando en los últimos años. Con Brasil
llega a poco menos de 1.900 millones de dólares anuales; con Chile
alcanza los 1.270 millones y con la Argentina es de no más de
1.500 millones, si se toman las estimaciones del año pasado.

Ese comercio, por otra parte, es en general deficitario para los
países latinoamericanos. Se destaca mucho en la Argentina la venta
a China, por parte de la empresa Techint, de caños de acero sin
costura por 500 millones de dólares en los últimos diez años.
Pero, en realidad, anualmente, la Argentina le vende a China por
508 millones y el grueso de lo que le envía no se diferencia para
nada de lo que aparece en su planilla general de exportaciones a
todo el mundo: pellets de girasol, grasas y otras materias primas
sin mucho valor agregado.

Como contrapartida, China exporta a la Argentina productos
electrónicos y maquinarias por valor de 1.000 millones de dólares
anuales. Ahora se firmó un acuerdo mediante el cual, a raíz de las
facilidades proyectadas en China para el ingreso de productos
agrícolas (que contemplan un arancel promedio del 15%), la
Argentina podría agregar otros 500 millones a su alicaída balanza
comercial. Pero no se habla de los textiles chinos, que son una
pieza clave en la expansión comercial del gigante asiático hacia
todo el mundo, comenzando por los Estados Unidos.

Este último país tiene un gran problema con China: cada vez le
compra a una tasa mayor de lo que le vende. Para la primera
potencia mundial, el déficit comercial con China es el segundo en
importancia después del que le genera su relación con Japón. En
sólo un año, entre el 98 y el 99, aumentó poco más del 28%. La
única manera de subsanar este problema es mediante una
participación mayor de EE.UU. en el mercado chino, algo que le
impide la densa cortina de barreras arancelarias y
paraarancelarias impuestas por el régimen de Beijing.

A China, ingresar a la OMC le reportará el beneficio de una mayor
penetración en los mercados internacionales. Gozará, como
cualquiera de los 135 miembros de la organización, de la extensión
de cualquier trato preferencial bilateral. Es decir, más allá de
las preferencias entre los socios de los distintos bloques
económicos y de excepciones como la Cláusula del Arroz u otras
parecidas, accederá al principal beneficio de la OMC: la
multilateralización de cualquier acuerdo entre terceros.

Las obligaciones, por otra parte, pueden parecer pesadas. Pero en
muchos aspectos valdrán la pena. Piénsese, por ejemplo, que la
economía agrícola china, que representa el 20% del Producto Bruto
Interno, ocupa algo así como el 55% del total de la mano de obra
disponible. En la Argentina, un país eficiente en materia
agropecuaria, sólo el 12% de la mano de obra se aplica al sector
rural.

Es evidente que la producción agrícola china, aunque de todas
maneras es la segunda del mundo, necesita una inyección de
capitales para modernizarse, salvo que las autoridades comunistas
sostengan la idea de seguir utilizando su abundante material
humano como ventaja comparativa. La actual producción, de todos
modos, es absorbida por el mercado interno.

Si a eso se le agrega una creciente pérdida de calidad de los
suelos y una urbanización de grandes proporciones a expensas de
tierras de laboreo, a razón de un millón de hectáreas por año,
entonces queda como inevitable conclusión que China deberá, en el
futuro próximo, aumentar considerablemente sus importaciones de
alimentos. Aun si esto último es evitado por una eficaz
reconversión agrícola, se estima que el consumo local irá siempre
por delante de la capacidad de producción, de manera que los
excedentes para exportar seguirán siendo bajos en el sector de
alimentos y no constituirán un peligro para los actuales
competidores del mercado.

En materia de alimentos, China ha conseguido cubrir las
necesidades de su mercado interno con una gran producción de carne
porcina y aviar. Venderle carne vacuna a China es la gran
esperanza de buena parte de los frigoríficos argentinos, pero
deberán apuntar a la naciente clase media para lograrlo. La nueva
segmentación social en China permitirá, seguramente, hacer algunos
negocios en ese sentido, aunque hay que destacar que no le faltan
mercados a la Argentina para su carne, lo que le falta es carne.
Los buenos precios de los cereales a mitad de esta década
produjeron una sensible merma en las existencias de ganado bovino,
ya que los campos de este país son en general multifuncionales y
el aumento del área destinado a los cultivos repercutió
necesariamente en la producción de carnes.

Por otra parte, si China llega a tener un déficit importante en
alimentos, lo más probable es que recurra primero a los excedentes
agrícolas de Estados Unidos, con el que está anudando una relación
comercial privilegiada. Para llegar a cualquier mercado, pero
especialmente al chino, que es un mundo nuevo para América Latina,
se necesita algo más que buenas intenciones: un fino trabajo de
inteligencia que determine los distintos tipos de demanda, una
relación de Estado a Estado que atenúe el siempre presente
componente de la corrupción de los funcionarios, y políticas
activas de promoción.

Salvo Chile o Brasil, en la parte sur de América casi ningún país
ha hecho bien su trabajo en ese sentido. Porque no es una tarea
que se deba hacer, sino que ya debería estar hecha. Con ProChile,
el gobierno de Santiago viene explotando desde hace varios años la
ventaja de su salida natural hacia el Pacífico. Y ahora, en que
China se abre al mundo, el que tendría que discutir las futuras
inversiones del país asiático en la región y los puntos
fundamentales de las relaciones comerciales sería el Mercosur.
Pero este bloque todavía no sale de la parálisis provocada por las
continuas disputas entre Brasil y la Argentina.

A propósito de las inversiones, la apertura china al capitalismo
acrecentará, según opinión de una buena parte de los analistas
económicos, el flujo de capitales hacia aquel país. América
Latina, cuyo nivel de riesgo ha venido creciendo después de las
sucesivas crisis financieras mundiales, y que enfrenta una
explosiva mezcla de falta de ahorro, déficit fiscal y caída de los
ingresos por el deterioro de los precios de los principales
commodities, no tendrá ya el atractivo que tuvo para los
inversores a principios de esta década.

Como consuelo, podrá haber, en cambio, algún tipo de inversión por
parte de la misma China. En vez de exportar maquinarias
terminadas, los chinos proponen establecer plantas de ensamblaje
en América latina, lo que, por lo menos, proporcionará algunas
fuentes de trabajo. En el sector rural, la participación de China
podría darse en un segmento poco mencionado hasta ahora, pero en
el cual el gigante asiático es líder mundial: el de los
fertilizantes. (Texto tomado de Tiempos del Mundo)
EXPLORED
en Ciudad Buenos Aire

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