Quito. 12 ene 2002. (Editorial) Tiene razón el portavoz del Gobierno
cuando se queja de las incómodas, casi invivibles condiciones que rodean
al Palacio Nacional.

En verdad, llama la atención que se haya esperado tanto para plantear el
problema, que data de muchas décadas. Obsérvese que de los organismos del
Estado solo la Presidencia y Vicepresidencia de la República y sus
dependencias más inmediatas, a más de la Municipalidad, permanecen
todavía en el centro histórico de Quito.

Sin embargo, el remedio que se plantea peca de un facilismo sospechoso,
pues la reubicación propuesta ignora que el palacio constituye un símbolo
histórico de primerísima importancia. Y aunque el asunto atañe, ante
todo, al respeto de la identidad cultural del Ecuador entero, dando razón
al pragmatismo, cabe argumentar que aquella vidriosa idea, además, atenta
contra los intereses turísticos y económicos de la ciudad.

De llevarse a la práctica implicaría la culminación del desmantelamiento
funcional de ese núcleo urbano declarado Patrimonio de la Humanidad por
la Unesco hace un cuarto de siglo.

Se dirá, y no sin razón, que tal proceso comenzó hace rato y que solo
cabe resignarse a la transformación de la zona en lo que ya ahora es una
realidad casi consumada: un mercado persa salpicado de iglesias,
conventos y uno que otro museo y centro cultural.

¿Hasta cuándo soportaría el Ayuntamiento la tentación de mandarse a
cambiar y abandonar a su suerte, entonces sí para siempre, el mayor
tesoro urbanístico, arquitectónico y artístico del Ecuador?

Por cierto, el Municipio del Distrito Metropolitiana ha mantenido desde
hace algunas décadas una cauta política de rescate y cuidado del centro
histórico.

Si los resultados hasta ahora han sido solo parciales aunque de ningún
modo despreciables se debe a la magnitud de la empresa y a la complejidad
social del problema. Pero, también, a que la planificación y la ejecución
han pecado muchas veces de parcialidad y coyunturalismo. Redimir
determinadas edificaciones afectadas por los sismos y el paso del tiempo,
adecuar otras, restaurar aquí sí y allá no, ha sido la tónica de esa
política.

Para impedir el desalojo del Palacio Nacional hay que salvar el centro
histórico, y para salvar a este hay que revitalizarlo. Lo cual implica
una acuciosa labor prospectiva y una visión planificadora integral del
desarrollo de toda la ciudad y su área metropolitana.

Lo fundamental es plantearse de entrada la recuperación integral de la
zona, devolviéndole antiguas funciones administrativas, residenciales y
comerciales.

Estas dos últimas han estado en la mira de los planes municipales, pero
sobre la primera no existe una decisión clara. Y es la que se necesita,
por más que las proporciones de semejante objetivo puedan desanimar de
partida.

¿Qué hacer para que una parte sustancial de los organismos estatales
retornen al antiguo centro? He ahí el desafío.

Para comenzar, se presenta el problema de la circulación vehicular, de
suyo muy complejo en una ciudad lineal como la nuestra.

Sin embargo, ánimo, el éxito de la peatonización dominical demuestra lo
que nos estamos perdiendo el resto de la semana.

Quito puede volver a ser la joya que fue hasta hace un tiempo. El interés
que pongan los poderes públicos, las entidades culturales, los medios de
comunicación y, en general, la ciudadanía, determinará la medida del
éxito que se logre.

Todo dependerá del empeño que se ponga y de las inversiones que se hagan,
desde luego. Para comenzar hay que impedir la mudanza presidencial. Al
fin y al cabo, al inquilino de turno en Carondelet apenas le falta un año
para librarse de las molestias palaciegas, a no ser que esté pensando en
prolongar su estadía.

*Arquitecto (Diario Hoy)
EXPLORED
en Ciudad Quito

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