Quito. 15 may 97. El lustrabotas de Limón Indanza terminó, a
los 34 años de edad, negociando una hacienda bananera por un
millón 140 mil dólares, en efectivo

Una mañana de octubre de 1992, un hombre de unos 30 años,
vestido con formalidad, se acercó tímidamente a la oficina del
flamante diputado por el PRE, Andrés Romo. Se dirigió a un
asesor y preguntó -¿Cuál es la oficina del diputado Ángel
Núñez? -En el piso de arriba, al lado de la oficina de la
diputada Elsa Bucaram, le contestó. Luis Peñaranda, entonces,
caminó lentamente los metros que le separaban del resto de su
vida.

UN PEQUEÑO BURROPATA

A mediados del siglo, el comerciante Miguel Peñaranda llegó
desde Cuenca a Limón Indanza con su mujer, Carmela Samaniego,
y montaron un pequeño negocio de víveres. Ocho hijos procreó
la pareja, tres varones y cinco mujeres, Luis Edmundo fue el
penúltimo de ellos; pero su padre murió cuando no había
cumplido los cuatro años.

Estudió en la escuela Simón Bolívar. Luis Prado, entonces el
director, casi 30 años después aún le recuerda como ìun
muchacho ágil, vivaracho y comedido. Todos evocan ahí la
pobreza de la familia Peñaranda, que vivía en una casita de
madera en el centro del poblado. El niño Luis Peñaranda hizo
de todo: lustró zapatos, vendió periódicos, encajonó
naranjilla ìy hasta hacía de burropata de los mercachifles
ambulantes. Todo por ganarse los centavos.

Teresa fue la primera de las hijas en buscar fortuna fuera de
Limón Indanza, a los 13 años. Primero trabajó en la sede de
los salesianos en Quito, y luego para varias familias. Una vez
ubicada en la gran ciudad, Teresa llevó a su familia. Luis
estaba en segundo curso del colegio Río Santiago cuando se
fue, y ìcomo era un muchacho pobre, nadie tomó en cuenta su
partida. Nunca jamás pudo continuar el bachillerato: trabajó
por la comida en una carpintería y después como mensajero de
dos abogados.

En Quito, la familia trabajaba en lo que podía, mientras vivía
frente al parque de la Alameda. Teresa llevaba la
responsabilidad de la casa.

Así transcurrió la vida de Luis Peñaranda hasta cuando, por un
anuncio en el diario, ingresó como agente vendedor al Círculo
de Lectores.

DONDE PAPA LUCHO

Viajaba por todo el país, visitaba la Amazonía, y en esos
viajes también vendía en su pueblo. Los comentarios abundaron:
ìEl Lucho Peñaranda está vendiendo libros que da un contento,
decían. Teresa se casó por entonces y Luis Peñaranda asumió la
responsabilidad familiar. Le fue bien como agente vendedor.
Cambió de empresa, adquirió su primer vehículo, ganó varias
placas por ser el mejor vendedor y llegó a jefe de un grupo de
ventas. Al convertirse en el mejor vendedor del año se ganó un
viaje a Miami y se le ofreció una gerencia de ventas en
Cuenca. Pero no tenía el título: ìSi hubiera estudiado..., se
lamentó. Esa limitación lo hizo decidirse a montar su propia
empresa: vendió su carro y pidió que el premio a Miami se lo
den en plata. Consiguió un socio mayoritario, y él, con un
mínimo de acciones y vastos conocimientos del negocio puso su
primera oficina.

Con un grupo de vendedores continuó los recorridos por el
país, hasta que su socio debió viajar a Estados Unidos y él
terminó comprando el negocio. Tendría unos 26 años de edad. A
su casa llegaban jóvenes de su pueblo a los que daba comida y
posada, y les ayudaba como podía. Nunca abandonó esa
costumbre, tanto que en Limón Indanza le llamaban ìpapá Lucho.
Rechazaba el licor desde que una grave intoxicación en su
adolescencia casi le cuesta la vida. A ello también influyó su
ingreso a la religión evangélica, cosa que su familia respetó
pero no compartió. Cuenta su madre, de 76 años, que se hizo
muy amigo ìde uno de los hijos de don Agustín Cuesta, el
pionero de la cinematografía, que tenían esa religión. Ellos
le llevaron a un encuentro espiritual y regresó transformado.

YO LE ABRÍ LOS OJOS

Por otros dos años él siguió perfeccionando su actividad de
vendedor. En sus continuos viajes conoció varios personajes
que después le serían útiles para sus contactos en el Congreso
Nacional: concejales, alcaldes, y hasta diputados. Su familia
duda de los nombres, pero estima que quizá tomó un primer
contacto con quienes fueron representantes de Morona. Fuentes
del Congreso sostienen, en cambio, que fue el entonces
diputado Núñez, representante de Zamora, quien habló con él la
primera vez. Pero el mencionado personaje niega tal cosa,
aunque admite haberlo conocido, ìcuando me lo presentaron en
el Congreso, pero como a cualquier persona que uno conoce en
esas circunstancias.

Lo cierto es que, según las fuentes, cuando fue por vez
primera al Congreso, Peñaranda nada sabía del manejo de
partidas: fue a vender libros. A la semana de la supuesta
entrevista con Núñez bajó de nuevo a la oficina de Andrés
Romo. Por ese entonces solo tres asesores parlamentarios
conocían del negocio de las partidas extra presupuestarias.
Peñaranda se hizo amigo de ellos y le enseñaron el mecanismo.
Muchos asesores y funcionarios del Congreso fueron sus amigos;
él usaba esas relaciones para acercarse a los diputados. Así,
en 1992, Peñaranda se inició en el Parlamento con la venta de
videotecas a los colegios. En su oficina de la calle 18 de
Septiembre tenía incluso equipos para su reproducción, tres
cajas fuertes donde guardaba documentos y dinero, y una
computadora en la que ingresaba, con suma prolijidad todos los
egresos que hacía. Era un registro particular y detallado que
años más tarde serviría para probar las vinculaciones de
varios diputados. Fue el despegue de la red Peñaranda. ¿Con
quiénes lo hizo? Vistazo conversó con los asesores mencionados
al inicio. Según ellos, nuestro personaje empezó los negocios
con siete diputados que a fines de 1992 y comienzos del 93 se
independizaron de sus partidos. Ellos, gracias a la cercana
relación con el gobierno de Durán-Ballén, empezaron a manejar
mucho dinero. Andrés Romo habría sido el líder de ese grupo.
El sistema era así: ìRomo tomaba contacto con un asesor de la
Presidencia de la República cuando se acercaba una
interpelación a un ministro o se debía aprobar una ley, dicen
las fuentes. Desde una de las oficinas del Congreso se llamaba
a Carondelet, donde se ìnegociaban los montos de las partidas
para cada uno. Ellos hacían, entonces, una lista de los
colegios y los municipios a los que irían los videos. Cuando
desde el Palacio de Gobierno se les avisaba telefónicamente
que la plata estaba dispuesta, los asesores llamaban desde el
Congreso a cada uno de los ìbeneficiarios con la frase ìhay un
cheque listo para su colegio (o municipio).

Los rectores y alcaldes se acercaban, entonces ya sea a la
DINACE o al ministerio de Finanzas, respectivamente, a retirar
el cheque, iban hasta la oficina de Peñaranda, firmaban los
contratos y éste entregaba la mercadería. A su vez, los
beneficiarios depositaban los cheques en la cuenta de
Peñaranda.

Luego venía el reparto: según nuestras fuentes, las reuniones
para el efecto se hacían en un salón del hotel Oro Verde. Los
diputados llegaban a una hora predeterminada con sus asesores
y sendos maletines. Se sentaban y pedían un trago, por lo
general un vodka. Peñaranda sacaba entonces de su gran maletín
sobres manila para cada uno de los diputados, donde estaba la
plata del porcentaje del negocio, y se los daba con la frase
aquí están los documentos. Luego de eso se marchaban
discretamente. Las reuniones no duraban más de media hora, y
los tragos los pagaba Luis Peñaranda.

El negocio duró hasta marzo de 1994, cuando una denuncia
reservada llegó hasta la Comisión de Presupuesto, en la que se
mencionaban algunos detalles del mecanismo. Cuando esto
ocurrió cundió el pánico entre los involucrados: Se nos acabó
el negocio, le habría dicho uno de ellos a Peñaranda. Y aunque
se echó tierra sobre el asunto, el negocio se replegó hasta
nueva orden.

Para agosto de 1994, Peñaranda y su esposa Silvia compraron
dos oficinas en el edificio Jácome. Como ya sabía del
procedimiento en el Parlamento no le fue difícil retomar el
contacto con los otros diputados. Su primo y alcalde de Limón
Indanza, Edmundo Samaniego, recuerda: ìEn el gobierno de
Durán-Ballén supe que había sido el nexo con los diputados
para conseguir recursos, y había el compromiso de que a él se
le comprara sus ofertas. Me parece que establece contacto con
el ex diputado de Morona, Germán Mancheno, porque trajo videos
vía gestión suya para la municipalidad.

En el nuevo período 94-96, se retomaron los negocios, pero
esta vez, además de videotecas, Peñaranda ofertó lotes de
libros y clones de computadoras.

Los nuevos diputados (o los reelectos) y Peñaranda desplazaron
a los asesores y negociaron directamente. Uno de ellos
comenta: ìLos diputados eran como sus muñecos. Las relaciones
de Peñaranda se sustentaron en la amistad, la prudencia y los
negocios.

Desde que Santiago Bucaram fue diputado en el período 94-96 se
consolidó con Peñaranda una gran amistad. Tanto que el joven
de Limón Indanza fue uno de los financistas de Santiago en la
carrera por la diputación en Pichincha: apoyó con plata y
persona para lograr el éxito. A ello ayudaron las permanentes
y voluminosas entregas de ìayudas a colegios y municipios.
Otros diputados hicieron del mismo modo su carrera a la
alcaldía, prefectura o a la reelección. Peñaranda era una
referencia obligada y eso le llenó de poder: los jóvenes de
Limón Indanza que seguían llegando a Quito le pedían ahora
puestos de trabajo como profesores u otras colocaciones.
Viendo ya las posibilidades de la política, apoyó también a
René Manangón en su carrera por la Presidencia. En las
oficinas de Peñaranda la UPSE tuvo su cuartel general, hasta
que sus relaciones se resintieron.

Adquirió también, en 1995, el restaurante Marina Yate. La
historia es que su cuñado, oriundo de Taiwan, le propuso la
sociedad. El chino viajó a su país en busca del capital pero
nunca volvió. Peñaranda se quedó entonces con el local y la
deuda. Pero, al parecer, el mal negocio tuvo sus recompensas:
las reuniones del hotel se hicieron desde entonces en ese
lugar.

MEJOR MUERTO QUE VIVO

Teresa y Carmela Peñaranda culpan a Santiago Bucaram de ìla
mala influencia sobre Luis. Ellas cuentan que de un carácter
apacible y hogareño, Peñaranda cambió por completo: ìA veces
estábamos con la familia, en un paseo y le llamaba al celular.
Me llama el Santiago, decía, y dejaba todo por él.

Parte de la población de Limón Indanza piensa lo mismo: que
fue utilizado. Quizá los últimos que creen en Luis Peñaranda
están ahí. En el carnaval de 1996 reunió a toda su familia e
hizo pelar un chancho. Llegó un carro que causó
deslumbramiento entre la gente del pueblo. Luego ìdonó
computadoras, repuestos y libros. En diciembre de 1996 lo
condecoraron. Fue la última vez que lo vieron; las demás
fueron malas noticias, pero no por ello dejaron de
respaldarlo: a inicios de abril de este año unos estudiantes
universitarios de Cuenca organizaron en Limón un encuentro
anticorrupción y la población del lugar los echó con gritos
destemplados.

Su madre y hermana hablaron con él por última ocasión en la
Semana Santa de 1997. Aparentemente estaba tranquilo, porque a
su criterio ìnada malo había hecho. Es que él ìconfiaba
demasiado en la gente. Yo le decía, cómo puedes llevarte con
los Bucaram, y él contestaba que una cosa son como políticos y
otra como personas, que le habían dado la mano y él les tenía
gratitud. Nada mencionan, o nunca se los dijo, de las empresas
falsas, de los porcentajes a los diputados, de los falsos
concursos de precios, de los sobreprecios de las mercaderías;
es decir, de que él habría sido la cabeza de una red mafiosa.
Su hermana tiene una teoría: como no era político, Peñaranda
manejó plata de los Bucaram y de los diputados.

El 25 de marzo de 1997 le llegó la orden de prisión. A su
favor quedó una gran fortuna. En el Registro de la Propiedad
de Quito, constan como suyas tres oficinas en el edificio
Jácome y un terreno de 330 metros en Guápulo. También posee
tres vehículos: un Mercedes, una Blazer y un Honda, todos de
lujo, por cierto.

Pero, eso no es todo. En octubre de 1996, Luis Peñaranda, el
antiguo limpiabotas de Limón Indanza negoció con la empresa
Vismara, a través de un hermano del ex diputado Rafael Cuesta,
la compra de la hacienda bananera "La Frutita II", de 60
hectáreas, ubicada en Los Ríos. El precio: un millón 140 mil
dólares, pagaderos en tres cuotas hasta el 17 de marzo de
1997.

Poseía además alrededor de 10 cuentas corrientes y una docena
de empresas comercializadoras. Los negocios con los diputados
le habrían generado una renta anual de mil millones de sucres.

Ahora, dicen quienes están cerca de él, está refugiado en
Quito en lugares donde no come ni duerme. Él habría dicho que
si cae, ìtermina contándolo todo. Habría firmado así su
sentencia de muerte. Sus últimos contactos telefónicos fueron
hasta fines de marzo, luego, solo llamó a su celular para
escuchar los mensajes. Su esposa canceló su celular el siete
de abril ìpor motivos de viaje. Lo demás es misterio. Después
de cinco años de contactos y corruptelas, a muchos conviene el
silencio de Peñaranda, y mejor si es para siempre. (Revista
Vistazo)
EXPLORED
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