Los países cambian más rápido que las personas, pero Argentina – en la que rara vez un día se parece a otro- muestra casi el mismo paisaje de menesteroso y desesperado que lo ensombrecía a fines de mayo, cuando Néstor Kirchner asumió la Presidencia.
Un examen más cuidadoso de la realidad permite advertir que el gobierno es una panoplia de buenas intenciones, de gestos dignos de aplauso, pero aún no ha logrado exponer un proyecto de recuperación nacional, algo que permita vislumbrar estrategias sólidas para el crecimiento a largo plazo.
Pareciera que, como hay demasiado por hacer, el presidente no sabe qué hacer primero: si reconstruir lo que han malversado sus predecesores Carlos Menem y Fernando de la Rúa o mitigar las miserias más urgentes. Quizá por hacer una cosa no pueda hacer la otra o quizá por hacer mal las dos termine por no hacer ninguna.
¿Se puede pedir tanto cuando lo que se ha heredado es solo devastación?
El problema es que lo que no se haga ahora volverá a postergarse hasta la próxima década, ahondando la situación subordinada de Argentina en un mundo cada vez más competitivo.
Kirchner ha heredado un cúmulo de corrupciones y oportunidades perdidas, pero cuenta con una ventaja que nadie tuvo desde 1983, cuando regresó la democracia: la confianza de la gente, que sigue casi intacta. Según una encuesta reciente de la Universidad Torcuato di Tella, la imagen de la administración, que tuvo un pico altísimo en julio pasado y se mantuvo sin variantes en agosto, ha sufrido una caída de 11% en noviembre. Es una señal de alerta, una primera raja en el vidrio inmaculado.
Los críticos del presidente señalan que las mejores batallas libradas hasta ahora eran fáciles de ganar. No lo eran. Nadie había imaginado antes una manera eficaz de restaurar la fe en la justicia, degradada por las intromisiones del ex presidente Menem y por la mayoría automática en la Corte Suprema, dos de cuyos representantes aún sobreviven a los embates del juicio político. Nadie se había atrevido a instalar la sensación de que habrá castigo para cualquier acto de corrupción comprobado, ya suceda en la administración actual como en las pasadas, en el ejército, en la policía o en los estados provinciales. Y, sobre todo, nadie había osado revisar los crímenes impunes de la última dictadura, ocultos por la ley de punto final y por el indulto.
Los argentinos se sienten, sin embargo, tan inseguros ahora como en mayo, y temen que no haya diques para los frecuentes robos y secuestros. A la vez, se lamentan de que el gobierno no logre resolver el caos creado por las protestas populares, legítimas o no, que acentúan la discordia entre los que ganan 600 pesos trabajando y los que también ganan 600, reclamando porque no trabajan.
No se puede pedir demasiado en seis meses, pero hay actos del Gobierno que parecen más escenográficos que eficaces, más destinados a impresionar que a crear. Por un lado se estructura un sistema limpio para elegir los nuevos jueces, lo que es señal de respeto por la justicia, y por el otro se piden poderes especiales para el jefe de gabinete, lo que indica falta de fe en las instituciones.
El principal factor de erosión es la miseria. Por donde quiera hay pobres gentes con las manos tendidas y una desesperación que no se puede fingir. El país ha sido vaciado y destruido por una política de saqueo en la década de los noventa, que no ha dejado nada, salvo lecciones de inmoralidad y cinismo. Crear fuentes de trabajo se impone, entonces, como la tarea más urgente. ¿Pero con quiénes, cómo, de qué manera alentar a inversores a los que Argentina ha desengañado tantas veces?
Y a la vez, si bien no se puede permanecer indiferente ante la miseria, tampoco es posible enmendarla con una fácil política de dádivas. Eva Perón predicaba la dignidad del trabajo y se indignaba contra las humillaciones de la caridad, pero ella misma no encontró otro remedio que repartir lo que parecía sobrar. Así, en 1953, Argentina se descubrió empobrecido.
Ya en 1976 empezó a desalentarse la industria nacional y a descuidarse la formación de mano de obra calificada, lo que llevó a la quiebra o aniquiló a más del 20% de las fábricas censadas y disminuyó a la mitad el valor de los salarios.
Remediar esa destrucción es otra prioridad, pero da la impresión de que el gobierno cree que podría hacerlo de un día para otro. Y no es así. Lo que se destruyó en 25 años, o en los últimos 10, podría tardar el doble de tiempo en volver a levantarse.
A partir del 10 de diciembre, Kirchner (o el justicialismo, al menos) tendrá mayoría en las dos cámaras del Congreso y una Corte Suprema independiente.
Le resultará difícil reconstruir una república herida, en la que 60% de los ciudadanos viven en los márgenes, sin derecho a educación, salud, vivienda ni alimentos dignos y, por supuesto, sin la menor posibilidad de expresarse. Le resultará difícil, pero tendrá que hacerlo.
Ya no tiene que preocuparse de lo que digan los diarios, ni de seguir fortaleciendo sus espacios de poder ni de conquistar más popularidad. Ahora empieza de veras su período de Gobierno. Le quedan dos años de tregua para poner de pie lo mucho que está caído: valores, ética del trabajo, industrias abandonadas.
Si el presidente avanza por ese camino, la gente volverá a votarlo, porque persistirá en la fe que ahora le tiene. Si se ocupa solo de los golpes de efecto y de la cosmética publicitaria de su Gobierno, tal vez gane la elección que viene pero perderá fatalmente la que sigue, que le permitiría un segundo mandato.
Los países tienen sentimientos más quebradizos y volubles que las personas. Y el presidente Kirchner ha llevado la fe de la gente hasta alturas que no se veían desde hace 20 años. Si esa fe cae, podría suceder a tanta velocidad que no le dará tiempo a reaccionar.
Ha hecho mucho, acaso demasiado, en seis meses. Pero no siempre lo que parece demasiado es suficiente.

(Tomás Eloy Martínez, escritor argentino, es el autor de La Novela de Perón, de Santa Evita y de El Vuelo de la Reina. Sus obras se han traducido a mas de 30 idiomas. Derechos exclusivos sobre este artículo para HOY en Ecuador. c.2003 New York Times Special Features)
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