Quito (Ecuador). 02 oct 95. La historia de los vicepresidentes
ha sido a lo largo de la vida de la República, la historia de
la nostalgia del poder. Simples piezas de recambio
inicialmente, en medio de una vida política agitada e
inestable, pasaron a presidir los congresos desde los cuales
fueron obsecuentes ejecutores de los mandatos presidenciales o
también eventuales conspiradores. Bonachones y notables
caballeros algunos, buenas damas de compañía -pensemos en
Alfredo Chiriboga a comienzos de los cincuentas o Panchito
Illingworth poco después-, o con afanes legislativos otros
para de alguna manera justificar el rango.

Hasta que en 1978 la Constitución les convirtió en convidados
de piedra, consejeros no siempre bien vistos en los pasillos
presidenciales, angustiados por captar algún fragmento del
poder. Finalmente en 1992, Alberto Dahik inauguraría un estilo
vicepresidencial que combina el poder absoluto con la venia
reverencial, en el que él manda aunque a nombre de Sixto...
Dahik y la crisis actual representan el climax de aquella
nostalgia de poder.

La vicepresidencia de la República ha sido siempre terreno
resbaloso. Detrás de esa "expectativa" de reemplazo está la
nostalgia de poder. Una pieza de recambio al borde mismo del
poder supremo.

Hasta la dictadura velasquista de 1970, el vicepresidente
tenía un rol: presidir el Congreso. Y allí radicaba su fuerza.
Y también allí, en lenguaje velasquista, residía el nido de la
conspiración... En 1961 acabó el vicepresidente Carlos Julio
Arosemena reemplazando al presidente Velasco. En 1970 Velasco
se declaró dictador y destronó a un vicepresidente que le
llegó desde el costado más inesperado de la política: su
archienemigo, el partido Liberal.

En efecto, para entonces el pueblo podía escoger un presidente
de un signo político y un vicepresidente de otro. Prefirió a
Velasco por sobre el candidato Andrés F. Córdova; pero al
manso médico Victor Hugo Sicouret, binomio de Velasco, el
pueblo prefirió el combativo liberal Jorge Zavala Baquerizo,
binomio de Córdova.

¿Cómo se elegía históricamente el candidato a Vicepresidente?

Un mito con pocos argumentos convincentes ha dominado a lo
largo del siglo: si el candidato a Presidente es de la Sierra,
el compañero de fórmula debe ser de Guayaquil y viceversa. ¿Es
esto cierto? En otras ocasiones, el candidato a Presidente
buscó un íntimo que le guardara las espaldas: Velasco quiso a
su médico privado Sicouret, Ponce Enríquez a un notable íntimo
de Guayaquil, Panchito Illingworth.

En otras ocasiones fue el producto de alianzas políticas: el
cefepismo con la democracia popular de Oswaldo Hurtado o
Febres Cordero con el "oportuno" apoyo de un liberal que
descabezó algunos colegas para ubicarse en la línea de
partida, Blasco Peñaherrera.

¿Pudo ser un enemigo, candidato a Vicepresidente? Tal vez.
Desde el exilio de Buenos Aires, Velasco Ibarra le dijo a
Pablo Cuvi que él no había escogido a Carlos Julio Arosemena
para compañero de fórmula.

"Al contrario, yo le temblaba a Arosemena: hombre de un
orgullo y de una fatuidad sin límites, imponente, orgulloso.
En ese tiempo era amante de los obreros, hoy sé que es un gran
millonario (...) el señor Arosemena al cabo de un año, menos
de un año, me provocaba huelgas de obreros y socavaba el
Congreso y hacía escándalos y medio en el Congreso; simulaban
balazos ahí dados, en las paredes, para hacer creer que era el
pueblo velasquista que ha dado bala al doctor Arosemena. Una
serie de farsas ¿para qué? Para terminar con esto: sin
llamarme a juicio, oiga usted eso, esto si debe usted tomarlo
en cuenta, sin llamarme a juicio, estando yo de Presidente
real y efectivo y habiendo una Constitución positiva vigente,
el Congreso en masa, con excepción de dos o tres, declara que
el único presidente de la República es el señor doctor Carlos
Julio Arosemena."

UN LUGAR PARA EL PLANIFICADOR

A partir del retorno constitucional, el Vicepresidente se
quedó sin banco en el Congreso. Le encargaron la
planificación, ese ejercicio de retórica que se cumple cada
cuatro años y que tiene, en la crisis eléctrica de estos días,
una demostración de su inutilidad.

¿Se quedaron contentos los vicepresidentes en el ejercicio de
la teoría?

Ninguno.

Si el régimen de Jaime Roldós se fundaba en una alianza de
partidos -por desigual que ésta fuera-, la Democracia Popular
exigió su cuota de poder, para hacerse responsable de lo que
ocurriera. Algunos prominentes demopopulares integraron esa
cuota... Carlos Vallejo por ejemplo.

En el gobierno de Febres Cordero, Blasco Peñaherrera era,
realmente, harina de otro costal. Quizá nunca consiguió entrar
al círculo íntimo del poder y tejió sus propios sueños...
Quiso pasar a la historia como el desburocratizador del Estado
ecuatoriano, y acabó como el archienemigo de Febres Cordero,
pasando por el episodio del secuestro el presidente en Taura.
Solo en su intimidad sabrá Peñaherrera las locas ideas de
poder que pudieron habérsele cruzado por la mente en esas
horas de vacío de poder...

Rodrigo Borja, mientras tanto, luego de ver a su compañero de
fórmula de 1984, convertirse en ministro de su enemigo Febres
Cordero, optó por algo seguro: un tecnócrata de perfil medio y
de indudable fidelidad, Luis Parodi. pero tampoco Parodi quiso
ser un planificador y una ficha de recambio y tomó a su cargo
la política eléctrica, para acuñar en su provecho y
conjuntamente con sus colaboradores, el mote de "politroncha".

Hasta que llegamos al régimen de Sixto Durán y con él, al
climax de la crisis de los vicepresidentes: la nostalgia del
poder. Y allí está, Alberto Dahik, centro de una encarnizada
oposición que no es el resultado de otra cosa que el de haber
sido durante tres años "el que gobierna".

EL VICEPRESIDENTE EN LA ESTRUCTURA DEL ESTADO

Desde 1830, año en que se fundó el Estado del Ecuador, han
regido nuestra vida republicana 17 Constituciones Políticas.
En cada una de ellas se fijaron las "atribuciones y deberes
del Poder Ejecutivo", ejercido por el Presidente de la
República. Doce de aquellas Constituciones crearon la figura
del "Vicepresidente de la República", pues sólo en 5 de ellas
(1851, 188, 1906, 19219 y 1945) se suprimió tal figura.

Prácticamente durante toda la vida republicana, el
Vicepresidente tuvo un puesto simbólico, limitándose a
reemplazar al Presidente en los casos de muerte, dimisión o
renuncia, destitución, incapacidad física o moral, o por
cualquier impedimento temporal. La única función de relativa
"importancia" que frecuentemente se le asignó fue la de
presidir o integrar como miembro el "Consejo de Estado" (o
"Consejo de Gobierno"), que fuera un órgano auxiliar del
Ejecutivo. En consecuencia y en medio de nuestra azarosa
historia política, el Vicepresidente y en un gran conspirador,
a fin de conquistar la Presidencia de la República, para lo
cual buscaba alianzas caudillistas, acuerdos partidistas o
apoyos del ejército.

Según la Constitución de 1843 el Vicepresidente podía
encargarse temporalmente de uno de los tres ministerios
existentes (Gobierno y Relaciones Exteriores; Hacienda; Guerra
y Marina). La de 1946 le reconoció como Presidente nato del
Senado y la de 1967 la posibilidad de "desempeñar cualquier
función pública o privada, con la excepción de legislador".

Unicamente con la Constitución de 1978, aprobada mediante
referéndum, se otorgan funciones relevantes al Vicepresidente
de la República, quien es reconocido como "presidente nato del
Consejo Nacional de Desarrollo", institución "que fija las
políticas generales económicas y sociales del Estado y elabora
los correspondientes planes de desarrollo, que son aprobados
por el Presidente de la República, para su ejecución",
conforme señaló dicha Constitución. Así, el Vicepresidente,
por primera vez en nuestra historia, pasó a manejar las
riendas de las decisiones más significativas en materia de la
economía pública. Y, por lo que ahora sucede con el actual
Vicepresidente de la República, se conoce que sus atribuciones
se extendieron al manejo de "fondos reservados", pero todo
ello con un estilo inédito en nuestra historia republicana.

Hay que añadir la ideología "antiestatista" manejada en
contraposición con el amor por los principios "neoliberales" y
tener con ello el cuadro del descalabro mismo de las
instituciones del Estado, otra de las situaciones sin
antecedente en la historia del Ecuador contemporáneo y que nos
recuerda los tiempos del inicio de la conformación del
Estado-nacional en el siglo XIX. (Política) (Diario HOY) (8A)
EXPLORED
en Ciudad Quito (Ecuador)

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