AIRE LIBRE.Por Tania Laurini


QUITO. 03.03.92. En bici por Amsterdam

Después que casi me pisa el auto negro en el barrio de los
obreros y casi me estampo contra el tren en la plaza Dam, se
supone que ya no me quedarían más ganas...

"Ese cartel es el equivalente a: ­Peligro, turista en
bicicleta!", me dijo. Los 12 millones de turistas que visitan
Amsterdam cada año tienen una serie de ventajas. La gente es
el colmo de amable y Amsterdam... maravillosa.


FEBRERO, INVIERNO, AMSTERDAM.- Por 12 florines me armé de una
vieja y hermosa bicicleta. Sería mía por un día entero. Salí a
las angostas calles de Amsterdam, como quien sale a tremenda
aventura, a formar parte del 30 por ciento de pobladores
amsterdameses, de los 700 mil que viven en la ciudad, que se
trasladan cada día en este gracioso móvil.
El panorama se veía feo para una recién subida del Ecuador.
Pero, al rato ...caminos y semáforos exclusivos para
bicicletas, a la disposición "El plano para ciclistas en
Amsterdam", timbres en los postes para que el semáforo dé más
chance a los ciclistas que a los motorizados, y así.
­No cambio una bici en los callejones de la Edad Media (una
gran parte de las construcciones de Amsterdam son del siglo
XIX y se conservan muchos monumentos de hace tres, cuatro y
más siglos), por una barca en los ingeniosos canales de
Amsterdam (casi la cuarta parte de la ciudad es agua, de
puertos, canales, lagos y ríos)!
Esta ciudad está llena de bicicletas que vienen y van;
aparentan ser viejas, pero en realidad son maltratadas por las
cuatro estaciones, como este loco invierno que mantiene a los
barcos encapuchados. Arriba de las bicis, pilotos de todo
tipo, más jóvenes que nada, unos melenudos, otros pinta de
ejecutivos. Pero, además, muchos veteranos, madres que llevan
a sus hijos en la canasta de la bici, y parejas. Ir al cine en
el asiento trasero de la bici de un amigo, no está nada mal.

De la zona roja
al pequeño pueblo

El paseo es largo. Los 12 millones de turistas que visitan
Amsterdam cada año tienen oportunidad de ver muchas cosas,
aunque todas no pueden alcanzar jamás. Hay 40 museos, más de
70 teatros y salas de conciertos, y 250 salas de
representaciones en total. Anualmente se celebran en Amsterdam
19 mil representaciones teatrales, musicales, de ballet,
ópera, teatro satírico, baile, mimo, títeres, films y demás.
Pero, además de lo prolífero en lo artístico formal, en la
industria de congresos y en el comercio de arte internacional,
las calles de esta ciudad son una exhibición permanente de
culturas diferentes. A orillas de la Estación Central de tren,
un jovenzuelo se desgañita con una batería; en uno de los
pequeños puentes del canal, otro toca una guitarra y canta
mientras su compañera pide dinero con una gorra negra; la
jovencita silenciosa de ojos agua toca la flauta sentada en la
vereda, al frente de ese lugar donde venden comida barata. En
la calle peatonal del Damrak, que comienza en la estación y
termina en la plaza Dam -que fue en la Edad Media el primer
dique de la ciudad- un veterano recordando tiempos remotos,
cascabelea una caja de lata al ritmo que su enorme carromato
musical canta. Y en la noche en el barrio de los bares, donde
está ese localcito de música y baile brasilero, uno se puede
encontrar con un acalorado partido de jockey sobre hielo.
Y hasta por la turística zona roja de Amsterdam se puede
pasear en bicicleta, por Burgwallen y el barrio de Pijp. Así
es más fácil no percatarse de las miradas tristes de las
prostitutas que se exhiben en vitrinas, y no empalagarse de
tantos objetos sexuales que se exhiben en los sexshop.
Después, cuando anochece, uno puede ir por esa callecita
olvidada que une la estación con el río, y -mientras encima de
nuestras cabezas pasan los trenes-gritar y gritar, haciendo
tono con el bibrar de las rieles.
Y para terminar la locura, ir en bici también a algunos
pequeños pueblos cercanos a la ciudad. Fui, sus nombres
prefiero no acordarme, pues lágrimas me sacaron los
condenados. A la ida bien; pero al regreso, con el atardecer
encima, los 14 kilómetros esperando y las ventiscas invernales
en contra, casi no les cuento el cuento.

Los yonquis callejeros a la caza

- ¿Qué le dijiste?
- Que no quiero comprar su bici y que no intente tocar las
nuestras.
- ¿Por qué tanta bronca?
Amsterdam tiene 7.000 drogadictos; de ellos 1.500 arman el
relajo, no tienen casa, alimentación, ni empleo fijo, y una de
sus más fáciles fuentes de ingresos es el robo de bicicletas.
Las bicicletas normalmente cuestan de 150 a 200 florines, pero
estos ñatos las venden por 20. Nadie se salva, ni del robo, ni
de la tentación de recuperarla a tan bajo precio, ni de que
anden soplándote a cada rato en la oreja el versito
"Hachissss, cooocaaa, haacchiss". Entonces, la bronca porque
ese era un ladrón de bicicletas.
Pero, al fin, no me tocó ser víctima de la sed de droga de los
yonquis. Sino, talvez hubiera preferido ser uno de los 3 de
cada 10 pasajeros de tranvía que viajan gratis, sin ser
percatados. Los secretos los holandeses ya me los enseñaron,
son muy divertidos.
Bueno, ahora, a devolver la bici. La alquilé por un día y me
la retuve tres. Después, la nostalgia anticipada de tener que
dejarla. Yo, como un niño sin su juguete preciado, caminando,
recordando las casi recontramatadas. Recordando a mi amigo
Gastón, un periodista holandés buena nota, que me insistía
"No, no es suerte. Esas bicicletas tienen adelante el
cartelito de alquiler equivalente a: Peligro, turista suelto
en bicicleta". Recordando las pepas de lágrimas que me sacó el
chistecito del viaje al pueblo.
Ahaa... Amsterdam en bicicleta.
EXPLORED
en Ciudad N/D

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