Quito. 01.05.93. Agustín Cueva irrumpió en nuestra historia
cultural con una fuerza ética y una profundidad analítica
inusitadas.

Un país aprisionado entre viejos sueños de grandeza y traumáticas
mutilaciones territoriales, amodorrado por una vanidad aldeana
cargada de autoelogios, y embelesado con una vocación cultural
europeísta a ultranza, en el que hasta las antiguas vanguardias
culturales habían optado por "moderarse", vio surgir en los
sesentas una generación iconoclasta y parricida, que hacía de la
crítica al sistema la esencia de su acción y el objetivo de su
existencia.

A la cabeza de esa generación incendiaria, cuyos fuegos quedaban
circunscritos al noble ámbito del papel, estaba la elegante y
gentil figura de Agustín. Delgado, atento, discretamente
nervioso, imberbe en medio de un mar de barbas y melenas largas,
sobresalía entre todos por su extraña inteligencia analítica, que
siempre iba más allá de lo inmediato, más adentro de lo
superficial.

Ese fue el hombre, el amigo que lideró el pensamiento de nuestra
generación, por encima de los diversos y contrapuestos líderes
políticos que buscaban orientar su acción. Un hombre cuyas ideas
nunca estuvieron al servicio de los pequeños apetitos de poder,
de los inacabables y ruines sectarismos locales o
internacionales, sino de los mejores intereses de su nación y de
sus pueblos: la nación latinoamericana, los pueblos de América
Latina. Un hombre que, por lo mismo, enfiló sus ideas y su acción
intelectual contra el enemigo principal de Nuestra América, el
imperialismo, y contra sus cómplices locales, las burguesías
criollas.

SUS IDEAS IMPRESAS

La prensa fue su primer espacio de comunicación pública. A
comienzos de los sesentas, estudiante todavía, colaboró con la
revista Mañana, dirigida por Pedro Jorge Vera. Con Fernando
Tinajero fundó a fines de los sesentas la revista Indoamérica,
publicación de fina estampa que recogió los mejores textos de la
emergente "nueva izquierda" ecuatoriana y en la que publicó uno
de sus más sugerentes textos: "Más allá de las palabras.
Introducción a la mitología velasquista", exitoso ejercicio de
análisis ideológico de uno de los más eficientes mecanismos de la
dominación en el Ecuador, el velasquismo, y de su figura central,
José María Velasco Ibarra.

Colaboró con cuanta nueva publicación lo solicitase, sin
descuidar por ello, su labor intelectual mayor. De esos años es
una de sus obras fundamentales: "Entre la ira y la esperanza",
implacable disección de las realidades de nuestra cultura.

Empero, fue la cátedra su espacio de acción preferido. Nombrado
Director de la flamante Escuela de Sociología y Ciencias
Políticas de la Universidad Central, se preocupó de organizarla
como un centro académico de alto nivel. Poco después, se trasladó
a la Universidad de Concepción, en Chile, donde se desempeñó como
profesor y Director de la Escuela de Sociología. Más tarde emigró
a México, donde se radicó definitivamente. Vinculado a la afamada
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y a su Facultad de
Ciencias Políticas y Sociales, se convirtió prontamente en una de
las más respetadas figuras intelectuales de ese país.

CONTRA EL, LOS CRITICONES

En cuanto a sus criticones -Agustín tuvo también verdaderos
críticos, que rebatieron con profundidad sus ideas-, lo que más
los lastimaba era el notable efecto que la visión totalizadora de
Cueva y sus métodos de interpretación alcanzaban en el mundo
intelectual y fuera de éste. Baste citar el rutilante éxito de su
ensayo "El desarrollo del capitalismo en América Latina", que
ganó el Premio Ensayo de la editorial Siglo XXI, y conquistó un
inusitado y permanente interés del público latinoamericano, al
punto que, ya como libro, ha conocido una quincena de ediciones
regulares y numerosísimas ediciones piratas.

Creo que parte de su éxito autoral se debió a su elegante y
cuidado estilo literario, que atrapa al lector con un texto de
fácil y agradable lectura, y que lo hacía distinto al común de
los sociólogos.

Perspicaz intérprete del presente y de sus tendencias generales,
Agustín gustaba de que el análisis teórico caminara al paso de la
realidad. Surgieron, así, varios de sus más ambiciosos y exitosos
proyectos intelectuales. Una de ellos fue la realización de un
amplio estudio sobre la derechización del mundo occidental y sus
efectos en nuestros países, que requirió de la conformación de un
equipo internacional de investigadores -en el que tuve el honor
de participar- y de una minuciosa labor de coordinación y
edición, que estuvo totalmente a su cargo. El resultado fue un
libro de gran éxito, del que se publicaron ediciones en varios
idiomas y países: "Tiempos conservadores: América Latina en la
derechización de Occidente".

Científico social completo, sus análisis buscaban siempre ser
abarcativos de la totalidad de lo real, negando en la práctica
cualquier reduccionismo. Ello mismo le aproximó a la ciencia
histórica, cuyos métodos hizo plenamente suyos aunque no todas
sus técnicas de investigación llegaran a serle familiares. Y es
que su misma búsqueda de una visión de totalidad, en el tiempo y
en el espacio, no habría sido posible sin el análisis y la
perspectiva de la historia. Así, pese a que su formación original
fue la de politólogo y sociólogo, terminó por convertirse en uno
de los más notables historiadores latinoamericanos.

Consecuente con esa realidad, Agustín contribuyó decisivamente a
la creación de la Asociación de Historiadores Latinoamericanos y
del Caribe (ADHILAC), en 1974, y sería uno de los entusiastas
impulsores de nuestra organización y de los Encuentros de
Historiadores Latinoamericanos.

Hoy, a un año de su muerte, estos recuerdos a vuelapluma nos
permiten intentar una primera evaluación de su paso por la vida y
de su aporte a la historiografía y a la historia
latinoamericanas.
EXPLORED
en Ciudad N/D

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