¿POR QUE DEMORO LA ENTREGA DE ESCOBAR? Por Alfonso López
Michelsen(*)

Bogotá. 20.05.91. Habían transcurrido cuatro horas desde el
día que se había fijado como límite para la entrega de Pablo
Escobar a las autoridades colombianas.

Decenas de periodistas nacionales y extranjeros se agolpaban a
las puertas de la cárcel del Municipio de Envigado para
registrar la entrega voluntaria del más buscado de los capos
de la mafia colombiana a la justicia ordinaria.

La forma de matar las horas no era otra que filmando la celda
a donde iba a pagar su condena el famoso empresario de la
industria coquera. El "Washington Post" habría dicho que el
aposento era tan lujoso que estaba enchapado con placas de
oro. Era el rumor divulgado por los diarios colombianos en su
afán de sobredimensionar el fabuloso episodio del que Colombia
entera estaba pendiente.

El tiempo transcurría y nada de la entrega Escobar.

Dos homicidios

Un episodio que pasó casi inadvertido dentro del sinnúmero de
crímenes que se cometen a diario en Colombia, puede tal vez
darnos la clave.

Pocos días antes de la fecha fijada para la capitulación de
una de las partes en la guerra del narcotráfico, se adelantó
un ciudadano hasta entonces casi anónimo a entregarse a las
autoridades confesando su participación directa y personal en
el criminal negocio de la droga. No habían transcurrido 48
horas cuando el juez encargado de adelantar la investigación
le dio boleta de salida ante la imposibilidad de certificar
que se trataba de un narcotraficante de veras.

¿Qué buscaba entonces el presunto criminal al autoacusarse de
un delito que en apariencia nunca había cometido? No podía
ser la amnistía, puesto que andaba libre sin sindicación
alguna y las pruebas eran tan remotas que el propio
protagonista de la confesión no pudo comprobar ante el juez su
participación en el ilícito.

Una semana más tarde el hombre aparecía asesinado por sicarios
en las calles de Medellín sin que ningún grupo, guerrillero, o
perteneciente al grupo de los extraditables, reivindicara el
hecho.

En el mismo período un hermano suyo también sucumbió, al ser
asesinado en forma semejante cuando al caer de la tarde
regresaba a su casa. ¿Quiénes podían ser los autores de ese
doble crimen? ¿Qué se buscaba por los autores intelectuales
del homicidio al eliminar a los dos hermanos Toro Maya?

Un problema de seguridadValdría la pena comenzar por el
principio y averiguar qué interés podía impulsar el presunto
narcotraficante al hacerse poner preso en momentos en que se
esperaba la entrega del Cartel de Medellín.

Sin duda alguna, trataba de hacerse internar en la misma
penitenciaria en que estaría Pablo Escobar para estar cerca
del célebre contrabandista, a pretexto de ser uno de sus
colegas. Quienes lo asesinaron y dieron cuenta de la vida de
su hermano se proponían vengar algún desafuero que bien pudo
ser una deserción, con su correspondiente denuncia
comprometedora contra el Cartel. O, más sencillamente, se
trataba de compartir la misma prisión con Escobar para tenerlo
a su alcance y hacerle pagar con la vida alguna vieja cuenta
pendiente.

Los asesinos a sueldo, los famosos sicarios, se contratan tan
fácilmente en la capital antioqueña que las pistas que pueden
conducir a la captura de los autores materiales del delito son
relativamente de fácil identificación. La nuez del problema
reside en el autor o los autores intelectuales de los dos
homicidios perpetrados contra los hermanos Toro Maya, y, en
cierta manera, en la validez de las garantías que venían
reclamando los extraditables a fin de no contar con huéspedes
indeseables que pusieran en peligro sus vidas en la prisión
misma.

Es quizá lo que explica la demora en la entrega de Pablo
Escobar, que había dejado a los periodistas nacionales y
extranjeros con los crespos hechos a las puertas de la cárcel
de seguridad recientemente construida para los ciudadanos
comprometidos en la producción, distribución y exportación de
la droga.

La crisis colombiana es tan aguda y tan propia de las novelas
del realismo mágico que, si el capo del Cartel de Medellín no
había cumplido con su promesa de entregarse o había dilatado
su rendición por días o por semanas, no sería por desconfianza
en la palabra del gobierno nacional, que se ha comprometido a
no extraditar a quienes se sometan voluntariamente a la
justicia, sino por el temor de que las precauciones adoptadas
en la cárcel misma contra las venganzas de sus propios
congéneres no sean suficientes.* Alfonso López Michelsen, ex
presidente de Colombia. (7-A).
EXPLORED
en Ciudad N/D

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