Quito. 14.10.90. Desde tempranas horas de la mañana buses y
automóviles llegaron desde varios lugares. Las banderas del
PRE habían sido distribuidas. El comentario era sobre el
retorno de Abdalá. Para muchos, un circo, una payasada
indigna de la política nacional. Para otros, tal vez un
espectáculo, tal vez una esperanza, o tal vez la promesa de
recompensas materiales por asistir al evento roldosista. El
PRE había preparado el terreno. La ciudad estaba empapelada
de propaganda y pintadas de bienvenida al líder populista:
"Abdalá el Ecuador te extraña"
"Abdalá sácanos de la miseria"
"Abdalá volverá".

El "loco" llega en helicóptero

El domingo 7 de octubre, una multitud de varios miles de
personas esperaba a Abdalá en una explanada del suburbio de
Guayaquil. Se había colocado una tarima para los discursos.
Un buen sistema de sonido transmitía música del PRE y
consignas pro Abdalá. En el centro de la explanada se había
construido una pista de aterrizaje para el helicóptero.
Comités del PRE de varias regiones del país y de Guayaquil
llenaban la explanada y marchaban con pitos, camisetas y
pancartas que identificaban su procedencia. Otros más
recatados se contentaban con lucir camisetas de Batman,
símbolo de Abdalá. A pesar de que la mayoría de los símbolos
fueron diseñados por los directivos del partido, no dejaron de
verse las expresiones espontáneas: carros alegóricos, gente
pintada y disfrazada, danzantes de la Sierra a los que se
unían entusiastas que bailaban y gozaban de la fiesta, del
carnaval en honor de Abdalá.

La expectativa por la llegada del helicóptero fue inmensa.
Los retornos de Abdalá en helicóptero se van convirtiendo en
rituales, ceremonias que al repetirse no pierden su efecto de
espontaneidad sino que recrean solidaridades y un lenguaje que
identifica al líder y sus seguidores con cierto estilo de
hacer política. ­El loco llega nada menos que en helicóptero!
Las muchedumbres se exaltaron al ver a lo lejos el helicóptero
de Abdalá. Y aún más, al ver su brazo saludándoles desde la
ventanilla del helicóptero. Luego de dar varias vueltas
alrededor, Abdalá descendió. La euforia de la gente que
gritaba: "­Viva Abdalá!" "­Abdalá presidente!" seguía
creciendo conforme Abdalá recorría varias cuadras desde el
lugar donde descendió hasta el podio de los discursos. La
gente quería tocarlo, por lo que sus guardaespaldas con
pistolas de electricidad nerviosamente mantuvieron alejados
del líder a sus seguidores.

LA ORACION DE ABDALA

Luego de que Abdalá trabajosamente llegó a la tarima,
empezaron los discursos cortos de los líderes roldosistas. El
anunciador identificó como verdaderos ecuatorianos y
demócratas a los tres personajes que hablaron por muy pocos
minutos. Estos se refirieron a Abdalá en tonos mesiánicos y
religiosos. Abdalá es el redentor, "el enviado de Dios para
salvar este país", la solución a todas las miserias e
injusticias provocadas por las oligarquías egoístas e injustas
de las que son víctimas tanto el líder, como sus seguidores.
El terreno quedó preparado para el "mesías", para el
"presidente de los pobres y humildes".

Abdalá, vestido de pantalón negro y camisa blanca, empezó su
oración. Formó un doble diálogo -consigo mismo y con el
público- en el que predominaron los elementos emocionales
sobre la exposición racional de ideas políticas. Fustigó con
gritos, manotazos y palabras fuertes a la oligarquía. Se
refirió al pueblo con un tono suave, dulce y melancólico. Se
manifestaron las dos facetas de Abdalá. El castigador de los
malos e injustos oligarcas contrastaba con el buen Abdalá, el
Abdalá que sufre, que fue perseguido por luchar por los
pobres, a quien las oligarquías quieren destruir pero que ha
vuelto para por fin dar la felicidad y la justicia que merece
el pueblo. Así en tono lloroso Abdalá preguntó que quién le
recompensará por sus sacrificios y penas en el exilio, por los
sufrimientos de "vivir lejos de su patria adorada", por las
bestialidades policiales que tuvieron que presenciar sus hijos
y en tono fúrico prometió terminar con el dominio de los
malos gobernantes de la oligarquía. "Abdalá es el látigo
popular para castigar al gobierno nacional, para castigar al
gobierno hambreador del pueblo".

El discurso de Abdalá transformó lo político en lo moral. La
guerra entre el mal y el bien no tiene cuartel, los buenos y
auténticos están con él, los malos, oligarcas y poco
ecuatorianos son sus enemigos. De ahí que la democracia como
diálogo que presupone la existencia y no la destrucción del
otro es poco valorada. El otro es construido como el enemigo,
encarnación del mal. Por esto hay que acabar con el
adversario. Y él, Abdalá, por haber compartido el sufrimiento
del pueblo, es el único que los entiende y que los puede
liderar. El encarna la solución y alternativa que los puede
redimir de la injusticia, miseria y explotación en que viven.
En sus palabras, "Abdalá ha regresado para terminar con todos
estos problemas, porque Abdalá trae la fe, esperanza y el
látigo popular para castigar". De esta visión maniqueísta de
lo político como lucha del bien y del mal surge una de las
principales paradojas del populismo de Abdalá. Por un lado,
es un movimiento democratizante, pues toma en consideración y
pone en el centro del debate político y del discurso a los
olvidados, los explotados, en fin a los marginados. Pero a la
vez por su carácter moral-religioso que ve la política como la
lucha entre el mal y el bien, valora poco la práctica política
y las instituciones del convivir democrático.

Abdalá entabló un diálogo con su audiencia. Antes de su
discurso se oía la canción de José Luis Perales "Y volverá..."
Abdalá interrumpió la canción gritando "paren esa música, no
ven que ya volví, ya estoy aquí". Preguntó también a la
audiencia si tenían pan, arroz, yuca, huevos, leche, a lo
que la muchedumbre respondía "­noo!". Cuando Abdalá preguntó
qué tienen respondió "­naada!, haambre!" El dominio de Abdalá
sobre las muchedumbres también se manifestó cuando este les
pidió silencio y afirmó "bueno, o habla el loco, el loco".
Luego preguntó a alguien: "Tú, qué tienes que decir", a lo que
esta persona respondió: "Bajar al Borja" "¿ Para qué quieres
bajarlo?" dijo Abdalá. "Para que suba el loco", fue la
respuesta. "Loco de corazón no de cabeza", agregó Abdalá.
El aire de familiaridad entre el líder y la audiencia en parte
venía por el uso de un lenguaje popular. Empezó su discurso
diciendo "vengo a hablar con los bolsillos virados por que el
pueblo está chiro". Comparó el sufrimiento popular al de
"Pablo Pueblo" en clara alusión a la letra de la salsa de
Blades y Colón: "lo que hay es hambre popular... Pablo Pueblo,
tú tienes que levantarte a coger el carro a las seis de la
mañana para llegar a tu trabajo a las ocho y tu patrón te
desprecia". Hizo chistes burlándose de sus opositores cuando
manifestó que la diferencia entre Abdalá y los otros políticos
es que mientras estos van al "Club de La Unión", al "Tenis
Club", al "no sé qué club", al "club club club", Abdalá va al
suburbio. La gente le interrumpía pidiéndole que salte sobre
la muchedumbre como en la ocasión anterior. Abdalá se negó
pues dijo que por eso lo habían criticado.

Abdalá realzó las virtudes de los habitantes del suburbio, de
"la chusma", como verdaderos y auténticos ecuatorianos.
Manifestó: "Me siento profundamente feliz de ver a mi querida
ciudad y de llegar a este lugar donde están las lavanderas,
albañiles, el pueblo y la chusma". Su oratoria dignificó a
los que tienen poco, a los oprimidos. Se refirió al
sufrimiento del negro. A los derechos de los indígenas a
preservar su identidad nacional con dignidad (punto que lo
recalcó al tener en el podio principal a un grupo de
indígenas). "Vengo a redimir al indio de la patria, al
campesino, al negro, al cholo ecuatoriano, para decirle que
mañana podrás caminar sin temor ni desconfianza, pues ésta es
la hora del gran cambio nacional. Abdalá vuelve para decirte
que hoy se inicia la segunda gran revolución del pueblo
ecuatoriano".

¿QUIEN ES EL PUEBLO?

El 7 de octubre reflejó el carácter multiclasista del
movimiento populista de Abdalá. El simple hecho de estar
presentes en el suburbio nos transformó a todos en pueblo, sin
que importen las diferencias de clase o etnia.

El pueblo es una categoría que incluye a individuos de varios
estratos sociales pero que tienen en común el ser víctimas de
las injusticias del sistema social y de la indiferencia
estatal. El pueblo son los pobres que tienen derechos frente
a la riqueza injusta de la oligarquía. Es así que no se
cuestiona al capitalismo, sino la riqueza desmedida producto
de una falta de caridad cristiana, compasión con los demás y
falta de asistencia estatal. Pero si no se impugnan las
relaciones sociales de producción, esto no significa que se
acepte el orden social vigente tal y como es, pues el pueblo
tiene derechos sustanciales de justicia social que tienen que
ser atendidos por el Estado.

Hay un consenso en los medios de comunicación social y en el
discurso de los llamados partidos ideológicos y modernos en
reducir el populismo a la ignorancia e irracionalidad de las
masas y a los poderes manipulativos del líder demagógico. Se
asocia el suburbio con la irracionalidad de seres humanos
explotados y que no tienen nada, menos cultura. El líder
viene a ser en palabras del Dr. Rodrigo Borja un "hechicero
del siglo XX" que engatuza con falsas promesas a sus
seguidores. El regionalismo de estas visiones asigna a la
Sierra, a Quito en particular, una visión ideológica -léase
racional- de la política y a Guayaquil formas irracionales de
hacer política. Para ir más allá de esta visión elitista y
falsa, es necesario reconstruir la racionalidad de la acción
colectiva en las concentraciones populistas.

A diferencia de visiones que entienden a los seguidores de
líderes populistas como masas irracionales, científicos
sociales, como Amparo Menéndez Carrión, han demostrado que la
irracionalidad política de los marginales es un mito. Mas
bien, las preferencias electorales de los marginales están
guiadas por una racionalidad instrumental que busca el
intercambio de votos por bienes y servicios. A pesar de no
poder demostrar si las motivaciones de los participantes
fueron clientelistas, ni que la mayoría votará por Abdalá, el
7 de octubre demostró la gran capacidad de movilización del
PRE no sólo a nivel local sino nacional.

Además de motivaciones utilitaristas, sin entrevistas, no
podemos saber cómo los participantes entendieron el evento del
7 de octubre. No se puede imputar sus motivaciones. Tampoco
asumir que todos los que asistieron son seguidores de Abdalá.
Tal vez muchos fuimos por curiosidad. Es más, para los
habitantes de los barrios pobres de la ciudad, el hecho de que
un político de importancia nacional vaya al suburbio, motiva
en sí a ir a verlo. Como no sabemos lo que los participantes
piensan sobre Abdalá, no podemos asumir que son presa fácil de
la manipulación. Tal vez la importancia del 7 de octubre
reside en el evento, en lo que Abdalá llama el "show".

El acontecimiento del 7 de octubre transformó lo cotidiano y
representó el mundo al revés. El político no fue a los clubes
de la oligarquía, ni a los barrios de los ricos, sino al
suburbio, al temido bario de muchos de los asistentes. Los
excluidos, al menos por unas horas, fueron el centro y el alma
de la verdadera ecuatorianidad, los protagonistas de la
política nacional que aparecieron en primera plana en la
televisión y la prensa. Y los ricos, los oligarcas que
siempre están en el centro de la política, representaron lo
antinacional, lo extranjero y lo malo.

Después del evento, el mundo sigue su curso normal. Pablo
Pueblo sigue con hambre, los políticos buscando una mejor
tajada de la torta estatal y los ricos siempre ricos. Pero al
menos por unas horas, que tal vez se repitan en la próxima
concentración política, se vivió un mundo al revés. (C-3).

(*) Investigadores visitantes de FLACSO-Quito.
Los autores agradecen por su apoyo al señor Alcides Montilla.
EXPLORED
en Ciudad N/D

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