Olga Imbaquingo

Quito. 15 sep 97. La sociedad está sometida a vertiginosos
cambios. Las ONGs son parte de esa sociedad civil más exigente
y consciente de sus derechos. ¿Cuál es su papel dentro de
estos nuevos contextos, sobre todo el de un mundo globalizado?

Tal vez uno de los aportes del libro (El mito al debate, las
ONG en Ecuador) es detectar el fuerte proceso de innovación
que están enfrentando las Organizaciones no gubernamentales.
En ese sentido hay algunos ejes. El primero es hacia un
concepto más pragmático de desarrollo. La globalización
también tiene oportunidades para los pobres. El tema central
es ver cómo las ONGs pueden apoyarlos a insertarse en
condiciones ventajosas en el proceso de competencia de
mercados abiertos. Eso implica discutir el concepto de cambio
institucional.

Lo segundo es pasar del voluntarismo a la profesionalización
de los recursos humanos, hay que trabajar con un concepto más
gerencial. Quizá necesitamos más gerentes del desarrollo. Y un
tercer tema es el dejar de ver al mercado como algo malo.

La época del asistencialismo se acabó. Es cierto que las ONGs
han devuelto la confianza a sus favorecidos de que sí tienen
capacidades, pero en algunos casos lo han hecho a cuentagotas.
El paternalismo, a veces, ha sido parecido al del Estado. ¿En
esta nueva dinámica cómo entienden la participación de la
sociedad civil?

Los ecuatorianos, en general, hemos dependido en exceso para
satisfacer la demanda de servicios. Una sociedad organizada
debe tener una capacidad de incidir en la calidad de los
servicios. Por ejemplo, ahora se crean barreras insalvables
cuando se habla de la descentralización y de la incapacidad
municipal para administrar la educación. ¿Por qué no pensar
que los padres de familia pueden organizar sus escuelas, a
través de fundaciones que manejen como un centro privado pero
sin afanes de lucro? La decisión de devolver el poder a la
comunidad es un acto de fortalecer y democratizar sus
derechos.

La relación ONGs-Estado ha sido distante. No han podido borrar
la desconfianza para fusionar experiencia, recursos y
logística con poder y respaldo político. ¿En una época donde
es imperativo la coordinación de esfuerzos, las ONGs tienen
abierta la posibilidad de cooperar con el Estado?

El Estado y las ONGs son organizaciones distintas y de ese
real distanciamiento hay responsabilidades -de parte y parte-.
No existen líneas generales que digan lo que el país espera de
ellas y eso no tiene que ver con un Estado burocrático, sino
con marcos conceptuales, con la cancha donde el Estado diseña
lo que quiere de nosotros.

En el Estado hay una concepción centralista, no hay una
voluntad de compartir experiencias. El mismo cuestionamiento
va para las ONGs. Hay de dónde aprender, no estamos en cero
pero debemos saber qué esperamos de los dos lados. Eso implica
una crítica al centralismo. No se concibe que un patrón tenga
más de 100 mil maestros en su planilla. Eso es imposible de
manejar.

En su última publicación ya se habla del fin del
asistencialismo. Ahora se apuesta a un debate conceptual y
pragmático de lo que quieren hacer las ONGs, pero esta vez sin
las generosas donaciones del exterior. ¿Cómo van a empatar con
estas realidades?

Hay que reconocer que Latinoamérica ya no tiene la prioridad
de años atrás, pero al interior del mundo de las ONGs hay poca
información de cómo están las exigencias técnicas y las
capacidades para presentar proyectos confiables y realizables.
El financiamiento va a ser un tema complejo. Creo que muchas
van a sucumbir.

Las que aceleren su proceso institucional y logren recursos
propios, quizá a través de alianzas con el sector privado u
otras formas, sobrevivirán. Las que no se adapten al nuevo
proceso van desaparecer.

¿Eso implica una pérdida para el país y sus beneficiarios?

Si desaparecen no es un tema que nos debe preocupar. Hay un
cambio de escenario: de recursos fáciles a uno de más
ingeniosidad y creatividad para obtenerlos.

Hay una respuesta, que en gran parte está en la boca de las
ONGs. ¿Por qué el ejemplo de Salinas, en la provincia de
Bolívar, no ha sido posible multiplicarlo?

Allí hubo un compromiso muy fuerte de un grupo humano, un
pacto de solidaridad y base ética que rebasa el trabajo de
corto plazo. Es un reto que contó con recursos. Pero no es el
único hay muchísimas Salinas pequeñitas. Justamente, el mayor
problema de la relación Estado-ONGs es que esas pequeñas
experiencias no son fuente de conocimiento, de diseño de
políticas para que se generalicen. El Estado es incapaz de
nutrirse de lo que se ha hecho. Este es el ejemplo mayor de la
discontinuidad.

Las instituciones de Gobierno carecen de esa visión para
detectar dónde están los buenos ejemplos que le pueden ser de
utilidad al país, ¿Pero cuál va a ser el aporte de las ONGs
para ayudar a avanzar al Estado?

El compromiso debe ser apoyar los procesos de modernización
con el objetivo de tener un interlocutor válido. Hoy no
tenemos ese interlocutor. Esto es una paradoja histórica. Las
ONGs tienen los vicios de la sociedad ecuatoriana, cada cual
busca cuidar su parcela y eso debilita su impacto. Esa es la
crítica.

¿Cuál es la clave para lograr una relación real entre el
Estado y las ONGs?

Creo que hay que comenzar un proceso de modernización tanto de
las ONGs y del Estado, pero mientras desde el lado del
Gobierno el sinónimo de modernización sea exclusivamente la
privatización, es difícil entenderse. La propuesta del Conam
en el tema social, por ejemplo, es soberanamente franciscana.

Las ONGs tienen que debatir lo que entienden por
modernización. Por qué no pensar en hacer un pacto social para
refundar un nuevo Estado. Mi tesis es la siguiente: por más
que se quintupliquen los recursos no va dar calidad es hora de
repensar el proyecto de país.

¿El camino es hacia unas ONGs con mayor capacidad de
definición política?

Sí. Mientras las ONGs no mejoren su capacidad de aprendizaje
institucional para que en base a su experiencia hagan
propuestas políticas no van a tener un peso decisivo. La
definición de políticas es un punto de debilidad extrema, por
que el Estado no tiene esa herramienta y ellas teniendola 20
años no lo han logrado. Las que sobrevivan van a marcar un
derrotero distinto. Lo más rico es que se tiene que criticar
hacia adentro y no solo hacia afuera y eso hay que hacerlo
ahora.

El mundo de las ONGs también está hecho de verdades no dichas.
No se sabe si al interior funciona un sistema de rendición de
cuentas y de discusiones sobre su papel social. ¿Qué está
pasando?

Sí hay un sistema de rendición de cuentas. Eso de que llegan
recursos y no se sabe a dónde van es falso. El Estado también
está en su derecho de auditarlas. Las entidades que las
financian y los donantes son estrictos. Existen mecanismos
claros acerca de cómo se usan. Y hay algo más: esas
condiciones para otorgarlos se han vuelto más estrictas en los
últimos 10 años.

SOCIOLOGO Y PROFESOR

Otras publicaciones * Carlos Arcos nació en Quito. Tiene un
postgrado en sociología. Entre sus principales trabajos
publicados constan: "El espíritu del progreso: los hacendados
en el Ecuador del novecientos" y "Crisis y desarrollo en el
Ecuador". La publicación sobre las ONGs fue hecha junto con
Edison Palomeque Vallejo. (Texto tomado de El Comercio)





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