Quito. 07.03.93. A las 9 de la noche del 17 de febrero, el
presidente de Estados Unidos, William Clinton, accedió a los
hogares norteamericanos a través de la televisión. Para entonces
la mayoría de la población advertía ya el contenido del discurso
presidencial en el Congreso: la crisis económica del país y la
propuesta de la nueva administración para intentar superarla.

En Estados Unidos, la comparecencia del Ejecutivo ante el
Congreso es un acto permitido por las reglas del juego político
norteamericano, empero, en los últimos 12 años, debido la
hegemonía política de los republicanos, este ejercicio de poder
se convirtió en una práctica más o menos repetitiva, sin mayores
alternativas, según lo reconocen varios analistas políticos
locales.

Sin embargo, esta vez, cuando Clinton llegó al Congreso, la
expectativa de la población fue inusualmente grande si recordamos
la clásica apatía política que caracteriza al norteamericano
medio. Esta conducta social se explica no solo porque un
demócrata volvía a dirigirse al país como presidente, sino --y
sobretodo-- porque cada vez más norteamericanos sienten el peso
de la crisis económica sobre sus espaldas --y bolsillos-- y
demandan por lo mismo planteamientos frescos que apunten a
revertir la situación.

En efecto, con solo transitar por las calles de sus principales
ciudades, por ejemplo Nueva York, es fácil hacerse una idea de la
crisis económica de Estados Unidos. Allí las manifestaciones
externas de la crisis son evidentes: elevado desempleo (7,6%),
mucha inseguridad (Nueva York, junto con Washington y Los
Angeles, tienen los niveles de criminalidad más altos de EEUU),
liquidación de muchos negocios y en general baja en los niveles
de consumo, reducción de la producción industrial a pesar de la
relativa recuperación de la productividad de los trabajadores en
los últimos 20 años, ofertas de productos a menos de la mitad del
precio normal, etc.

"Nuestra nación necesita una nueva orientación. Esta noche les
presento a ustedes nuestro plan para poner a nuestra nación en
ese nuevo rumbo", fue una de las primeras frases de Clinton
aquella noche. El reto, no obstante, parece ser más grande que el
optimismo en virtud de los múltiples escollos diseminados en el
camino.

Según Clinton, la superación de la crisis económica de EEUU
trasciende los problemas partidistas internos, por lo que resulta
necesario encontrar una "nueva orientación en los valores básicos
que nos trajeron hasta aquí en los últimos dos siglos: la
consagración a la oportunidad, a la responsabilidad del
individuo, a la comunidad, al trabajo, a la familia e incluso a
la fe. Necesitamos romper con los hábitos de los dos partidos
políticos y decir que ya no puede existir algo a cambio de nada;
debemos admitir con toda franqueza que todos estamos juntos en
esto".

Su mensaje a la nación le permitió también hacer gala de
habilidad política al recordar lo mal que ha caminado la economía
del país especialmente durante las tres administraciones
republicanas que le precedieron, por eso remarcó que "las
condiciones que nos trajeron hasta donde estamos son muy
conocidas: dos décadas de baja productividad y de salarios
congelados; desempleo y subempleo persistentes; muchos años con
inmensos déficits fiscales; niveles de inversión pública en
descenso; escasa cobertura social, especialmente en el área de
salud, a cambio de elevados costos; grandes masas de niños
pobres; pocas e inadecuadas oportunidades en educación y
adiestramiento laboral para la población en función de las
demandas de la exigente economía mundial".

Desde luego, la mención clintoniana de la "exigente economía
mundial" llegó cargada del dramatismo que impone la peor crisis
económica del país en los últimos 40 años.

En efecto, las paradojas de la historia no parecen favorecer del
todo a los intereses de EEUU, pues, justo cuando se piensa
liquidado el comunismo, resurge otro "enemigo" no menos peligroso
para la Unión: la competencia económico-comercial de los países
asiáticos y Alemania, en un momento muy sensible en que la
capacidad de inversión de EEUU cede terreno a los gigantescos
capitales japoneses. Este último fenómeno fue señalado con
claridad en un reciente informe del Banco Mundial, según el cual,
en la zona del Asia, Japón comenzó ya a desplazar a EEUU como
fuente de financiamiento e inversiones productivas.

Por eso --y por lo que se anota enseguida-- Clinton dijo lo que
dijo:

- EEUU soporta un inaguantable déficit comercial con Japón;

- enfrente el desafío de un rápido surgimiento de la economía
china;

- está acosado permanente por los "tigres asiáticos" y Alemania;

- en dos décadas no ha podido controlar el creciente desempleo;

- a pesar de haber logrado la más alta productividad laboral
desde la década del 70, la competitividad de la industria
norteamericana sigue rezagada en relación con la sus
competidores;

- no es fácil safarse del peso de la deuda externa más grande del
mundo, que si se apilaría en billete uno sobre otro "llegaría a
267 millas de altura", al decir del propio Clinton...

En este marco de profundos cambios, reordenamientos y acomodos de
la economía mundial, la administración demócrata enfrenta el reto
de mantener la hegemonía norteamericana sobre el mundo al tiempo
de resolver sus problemas internos, cuya máxima expresión
contemporánea es el creciente desempleo y la desprotección social
en la que viven millones de norteamericanos.

Por lo pronto, el señor Gorbachov ya ha aconsejado a los líderes
demócratas que el señor Clinton no puede --ni debe-- transitar
solo por el espinoso camino de la crisis económica. La crisis es
de todos y todos deben compartir sus responsabilidades, dijo el
ex presidente de la ex URSS en un artículo publicado en las
principales capitales del mundo desarrollado. (2A)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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