Quito. 19.06.93. En el interior de Brasil, aún es frecuente el
hecho de que candidatos paguen con zapatos por el sufragio de sus
electores. El político entrega uno de los dos zapatos antes de
la votación y, si gana, regala el otro después.

El pago en calzado, comida o bebidas todavía garantiza preciosos
votos para caciques políticos en zonas rurales, pero la era de
los trueques ya es puro folclor. Ahora, en el continente, el
sufragio se ha transformado en una mercancía muy cara y en el
móvil de negocios multimillonarios.

Las propuestas de gobierno ceden cada vez más espacio a las
"estrategias de mercado", y la televisión sustituye a los mitines
en el proceso de búsqueda de votos.

La crisis de las ideologías y la pérdida de identidad de los
partidos inducen a que, en vez de conquistar votos, se pase a
"comprarlos" con una publicidad cada vez más elaborada.

Como los políticos realmente no pagan a los electores, el costo
de un voto se calcula dividiendo el dinero gastado por un
candidato entre el número de sufragios que obtuvo.

Una encuesta hecha por los corresponsales latinoamericanos reveló
que el precio promedial de un voto es de 13 dólares: solo un
cálculo, porque la contabilidad electoral es uno de los secretos
más celosamente guardados por los partidos.

En las estadísticas oficiales, basadas en las subvenciones
legales de gobiernos a partidos, el costo de un voto oscila en
torno de los 50 centavos de dólar. Pero este monto está a años
luz de distancia de la realidad en América Latina.

En México, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) gastó 80
dólares por voto en las últimas elecciones en el Estado de
Michoacán, según el Instituto Mexicano de Opinión Pública (IMOP),
una organización privada.

De lejos, México es el "recordista" latinoamericano en gastos
electorales. Solo el PRI debe invertir, en la campaña para las
elecciones presidenciales de agosto de 994, la asombrosa suma de
1.500 millones de dólares, según el IMOP.

Esa suma es 13,6 veces superior a lo permitido por las leyes
electorales de Estados Unidos, país donde los dos candidatos
presidenciales no pueden gastar legalmente más de 55 millones de
dólares cada uno.

En realidad, Bill Clinton y George Bush gastaron más en las
elecciones de 1992. Diarios norteamericanos como "The New York
Times" suponen que la campaña de Clinton costó unos 700 millones
de dólares: casi la mitad de lo que gastaría el PRI para intentar
continuar en el poder, según el IMOP.

Panamá es un caso curioso. Es un país pequeño y pobre, pero
proyecciones de gastos para las elecciones presidenciales de 1994
apuntan hacia los 50 millones de dólares, lo que daría un costo
de 38 dólares por voto.

Los partidos gastarían más que los argentinos en los comicios de
1989. Cada papeleta que depositara el 1,3 millones de panameños
en mayo próximo costará más que cada voto de las últimas
elecciones presidenciales de Brasil, de diciembre de 1989.

Costa Rica, Honduras y Bolivia están en el extremo opuesto en
cuanto a costos electorales en América Latina. Sus promedios
nacionales solo llegan a 10 dólares por voto.

En Honduras y Costa Rica, cada candidato presidencial en las
respectivas elecciones de noviembre próximo y febrero de 1994,
deberá gastar por lo menos 10 millones de dólares.

En Bolivia, candidato más votado el 6 de junio, Gonzalo Sánchez
de Lozada, admitió haber gastado 5 millones de dólares, pero
analistas políticos consideran que invirtió ocho millones.

"Un candidato cualquiera, a la presidencia o a una alcaldía, debe
preocuparse primero de la chequera y después de las ideas",
afirma el científico político Edelberto Torres, de la Facultad
Latinoamericana de Ciencias Sociales. "Es una desvirtuación del
ritual democrático y un fenómeno endémico", añade.

El caso de Collor de Mello, en Brasil, es quizá el ejemplo más
completo de como el "maquillaje" de un candidato pasó a ser más
importante que sus propuestas.

"Es una tendencia generalizada el preocuparse más sobre cómo el
candidato parece, que como es", observa, a su vez, Marco Antonio
Aguiar, un experto brasileño en opinión pública.

Agrega que la diferencia que hay entre imagen y programa es casi
sinónima de la existencia entre mucho y poco dinero. Crear una
imagen requiere la contratación de expertos cuyos servicios son
carísimos: los conocidos como "creadores de imagen".

"Preparar un programa requiere básicamente masa gris, cuya
cotización en el mercado electoral está bastante baja", ironiza
Aguiar, ex director de uno de los más importantes institutos de
sondeo de opinión de Brasil.

Aguiar está convencido de que la importancia de la imagen es
consecuencia de la aguda crisis de ideas nuevas en el continente.
"La mayoría de las plataformas son muy similares. Lo que
distingue los candidatos es si son más o menos neoliberales, y
los electores no logran alcanzar sutilezas teóricas. Así la
gente vota por lo que parece y no por lo que es", agrega.

Collor empezó a perder imagen luego de que asumiera el cargo de
presidente, tras haber gastado 770 millones de dólares en su
campaña.

En diciembre de 1992, el gastador presidente salió por la puerta
trasera del gobierno, acusado de corrupción, lo que dio el toque
final al más grande desperdicio de recursos electorales ocurrido
en América Latina. (IPS) (4A)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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