Quito. 03.02.95. Más de cuatro años han pasado desde aquel Día
de la Tierra de 1990, ese festival mundial de reuniones,
talleres y extravagancias musicales en el que todos, desde
Paul McCartney hasta Red Hot Chili Peppers levantaron sus
voces para hacer público el compromiso solemne de socorrer
este planeta enfermizo. Más de dos años han pasado desde 1992,
cuando se celebró la Cumbre de la Tierra en Río, donde los
jefes de Estado se comprometieron a tomar medidas contra
peligros como el calentamiento del globo y la destrucción de
la vida silvestre. Y también han pasado dos años desde que los
estadounidenses eligieron a Bill Clinton y a Al Gore, cuya
campaña le daba a los ambientalistas la esperanza de que este
dúo se convirtiera en el primer equipo verde en la Casa Blanca
-y lideraran una cruzada mundial para proteger el aire, la
tierra y los mares.

Aunque nadie albergaba ilusiones de que la humanidad pudiera
limpiar rápidamente el desastre de la polución hecha por el
hombre, desde la basura hasta los gases que provocan el
calentamiento del planeta, desde los CFCs, hasta los PCBs, es
justo pedir un informe de avance. ¿Han dado las naciones
inicio a sus propósitos ecológicos? ¿Han sido los presidentes
y primeros ministros coherentes, en la práctica, con la
retórica expuesta en la cumbre de Río? ¿Han abierto sus arcas
tanto como sus bocas?

Las respuestas no son estimulantes. La esperanza y el sentido
del propósito que caracterizaron la reunión de Río han sido
aplacadas por la decepción y la desilusión. Las burocracias
internacionales encargadas de poner en práctica los acuerdos
logrados en Río han estado trabajando a un ritmo dolorosamente
lento.

La protección ambiental, aunque todavía es popular con los
volantes, está cediendo espacio como prioridad política y está
generando un menor cubrimiento de la prensa del que tenía hace
apenas unos años. Gran parte del dinero donado por las
naciones ricas para ayudar a que los países más pobres logren
sus metas ambientales aún tienen que concretarse.

Maurice Strong, diplomático y empresario canadiense, que
organizó La Cumbre de la Tierra afirma: "Si se quieren juzgar
los efectos de Río únicamente sobre la base de la acción
gubernamental, entonces se encontrarán unos resultados muy
pobres. Los cambios fundamentales a nivel de gobierno no han
ocurrido". James Gustave Speth, administrador del Programa de
las Naciones Unidas para el Desarrollo, comenta: "El momentum
que fue generado en Río está teniendo serios tropiezos". Y
mientras los gobiernos vacilen en sus propósitos, la población
mundial continúa creciendo aceleradamente, inyectándole más
contaminantes a la atmósfera acumulando más basuras y atacando
a las especies en vía de extinción.

Con todo esto aún queda la fe de la Cumbre de la Tierra sea un
punto de cambio, y que con el tiempo deje dividendos. "La
conciencia del mundo sobre los asuntos ambientales se aumentó
dramáticamente por lo sucedido en Río", observa Timothy Wirth,
subsecretario de Estado para Asuntos Globales de Estados
Unidos. Sin ir más allá, la cumbre entronizó el concepto de
"desarrollo sostenible" -el principio de que el actual
progreso económico no debe poner en peligro los prospectos de
las futuras generaciones.

Aunque se ha logrado un avance relativamente pequeño en la
puesta en práctica de tratados internacionales, los países -y
los estados y ciudades que lo conforman- han mostrado la
tendencia a tomar sus propias medidas y establecer sus propios
estándares. Al mismo tiempo, los empresarios y las grandes y
pequeñas compañías del mundo están dedicadas a desarrollar las
tecnologías de limpieza que impone el futuro. Están motivados
no sólo por el temor de que con el tiempo todas las naciones
plantearán restricciones ambientales más fuertes, sino por el
conocimiento de que el movimiento de salvar el planeta ofrece
enormes oportunidades para producir dinero. Jonathan Lash,
presidente del Instituto de Recursos Mundiales con sede en
Washington comenta: "Las compañías más activas y visionarias
saben que sus intereses económicos están fuertemente
relacionados con sus actitudes ambientales". Una
encuesta de Time entre altos ejecutivos asiáticos y europeos
muestra que muchos de ellos ya no encuentran un conflicto
entre la ecología y economía. Mientras 51% consideró la
protección ambiental como una "traba costosa pero necesaria en
el desarrollo económico", 31% está de acuerdo en que esta
protección "ofrece oportunidades a las compañías para obtener
ganancias y ayuda a aumentar el desarrollo económico".

Los resultados de la Cumbre de la Tierra fueron calificados
como decepcionantes debido a que el alcance de las propuestas
hechas en Río eran demasiado ambiciosas. En una extraña
muestra de unanimidad, los delegados aprobaron la Agenda 21,
una estrategia global para el desarrollo sostenible, diseñada
para empezar ahora mismo y llevarla al Siglo 21. El
documento de 800 páginas establece un curso de acción en todos
los aspectos, desde el control de plagas y sequías hasta la
eficiencia y el reciclaje.

Pero, más importante aún es que los participantes en la cumbre
declararon un nuevo acuerdo entre los países ricos del "norte"
-Europa, Norteamérica y Japón- y las naciones menos
privilegiadas del "sur" -la mayor parte de Asia, Africa y
América Latina. El norte, que consume una parte excesiva de
los recursos mundiales, fue encargado de reducir el uso de
energía, la polución y la generación de desechos. A su turno,
el sur haría más por proteger sus enormes extensiones de
bosques y otras aéreas vírgenes. La parte clave del acuerdo
era el compromiso del norte de suministrar dinero y tecnología
para ayudar al sur a sacar adelante su Agenda 21 y desarrollar
sus economías sin destruir el medio ambiente.

Muchas cosas se quedaron en promesas. El documento de Río
estableció un límite específico de la ayuda que el norte le
daría al sur: los países desarrollados deberían dar 0.7% de su
Producto Nacional Bruto combinado. De hecho, la cantidad de
ayuda ofrecida por el norte realmente ha disminuido desde la
Cumbre de Río, de US$61.000 millones en 1992 a US $55.000
millones en el 93, o de 0.33% a 0.29% de su PNB combinado. La
recesión en muchos de los países industrializados fue la
principal responsable de esta reducción, pero el sur no
muestra mucha simpatía frente a esta excusa. "Los fondos
provenientes del norte se disminuyeron, pero la polución
aumentó, dice Camal Nath, ministro de Ambiente de India.

Los temores hacen pensar que sin una acción decidida y un
verdadero compromiso oficial de las naciones ricas, la
condición del planeta empeorará antes de empezar a mejorar.

Las preocupaciones se concentran en cuatro problemas:

Cambio climático

Más allá de adoptar la Agenda 21, los delegados de Río
forjaron una convención separada, diseñada para detener quizá
la más preocupante de todas las amenazas ambientales, la
posibilidad de que la formación de bióxido de carbono y otros
gases en la atmósfera calentaran gradualmente le Globo. El
resultado, según el concepto de muchos científicos, podrían
ser fuertes sequías, descongelamiento de las capas de hielo,
aumento de los niveles de mares, inundaciones costeras,
tormentas severas y otras calamidades climáticas. Para tratar
de evitar esa pesadilla, los participantes de la Cumbre
acordaron que las naciones deberán detener las emisiones de
gases, para llegar al año 2.000 con los niveles de 1990. El
problema está en que el acuerdo no contiene mecanismos
efectivos para lograr el objetivo de hecho, el propósito es
descrito como voluntario- y no dice nada específico sobre las
metas para el próximo siglo que empezará en sólo seis años.

Diferentes países europeos están tomado las riendas en la
implementación de este tema y han adoptado propósitos y reglas
más específicas, anticipándose a la conferencia de las
Naciones Unidas que se desarrollará en Berlín en el presente
año, la cual evaluará el cumplimiento del acuerdo climático.
Alemania se propone reducir una tercera parte de sus emisiones
de dióxido de carbono para el 2005. Dinamarca, Holanda y Gran
Bretaña han establecido nuevos impuestos a la gasolina para
estimular la conservación de la energía, pero una propuesta
para promulgar un impuesto a la energía en toda la Unión
Europea no ha tenido mucha acogida. Los expertos predicen que
Europa entera no llegará a cumplir el propósito de la
reducción de emisiones de gases aprobado en la reunión de Río.
No obstante, el Ministro del Medio Ambiente de Alemania, KLaus
T"pfer, afirma: "No es el momento de resignarse ni de
desesperarse. Lo que necesitamos es trabajar con empeño".

En Estados Unidos el panorama es más incierto. La
Administración Clinton abandonó la noción de los impuestos
adicionales sobre el consumo de energía, después de una enorme
pelea en el congreso para lograr la aprobación de un
incremento de un centavo por litro en el impuesto a la
gasolina, propuesto para ayudar a recortar el déficit
presupuestal estadounidense. La Casa Blanca ha develado un
plan para reducir la emisión de dióxido de carbono, pero es
tan ambicioso que ni siquiera los funcionarios del gobierno
están seguros de que el país pueda lograr sus metas para el
año 2000. Una acción más comprometida está siendo tomada por
varios estados de la Unión Americana, donde los legisladores
están preocupados más por el smog que por el calentamiento del
globo. California, por ejemplo, ha establecido estándares
severos de emisión y ha decretado que para 1998, el 2% de los
carros vendidos en el estado no deben producir contaminantes.

Japón, por su parte, está resignada a no poder cumplir con
los propósitos impuestos en Río: se espera que las emisiones
de dióxido de carbono aumenten 3% para el año 2000. Esto
sería, por lo menos, un mejoramiento, ya que estas emisiones
sólo entre 1989 y 1990 llegaron a casi 4%. De mayor
preocupación es la situación de China, con toda su población y
su afán de desarrollo. Pekín ha diseñado su propia versión de
la Agenda 21, al reconocer la necesidad de un crecimiento
sostenible, pero al mismo tiempo los gobiernos han trazado
planes para un incremento rápido de la autoproducción.

Destrucción de la vida silvestre

Un segundo acuerdo al que se llegó en Río está centrado en
impedir la pérdida de la biodiversidad, la irremplazable
variedad de la vida animal y vegetal del globo. Cada año se
extinguen 20 mil especies debido, en su mayor parte, a que la
humanidad está destruyendo sus hábitat. El acuerdo pide a los
países que identifiquen las especies en peligro y preserven
los lugares en que viven. Sobre la teoría de que los países en
desarrollo protegerán los bosques y otras áreas silvestres si
cuentan con un incentivo financiero para hacerlo, el acuerdo
declara que cuando una compañía fabrique una medicina a partir
de ingredientes obtenidos de una planta o animal raros,
debería compartir sus ganancias con el país donde fue hecho el
descubrimiento. El acuerdo no contempla ningún mecanismo para
detener el avance inexorable de las compañías depredadoras,
los colonos y los especuladores de tierra que están devastando
los bosques tropicales antes de que todos sus tesoros
biológicos sean descubiertos.

Además, el acuerdo cuenta con muy poco apoyo de Estados
Unidos, donde la protección de especies en vías de extinción
es vista como una amenaza a la libre utilización de la
propiedad privada. El ex presidente Bush fue esquivo al
tratado de biodiversidad de Río; Clinton lo firmó, pero ahora
el Senado de Estados Unidos se rehúsa a ratificarlo. La
oposición del Congreso también ha obstaculizado la
reautorización de la ley de especies en vía de extinción y ha
mellado los esfuerzos de Clinton para promover el uso
cuidadoso de la tierra, con el aumento de los derechos de
explotaciones mineras y el uso de pastos. Michael McCloskey,
presidente de Sierra Club, algo contrariado, comenta: "No
vemos que la administración esté peleando fuertemente por
algunos de los frentes ambientales".

Sobrepoblación

Entre casi todas las enfermedades ambientales se destaca el
implacable crecimiento demográfico en todo el mundo. Para el
año 2050, el globo tendrá que acomodar a 10.000 millones de
personas, 4.300 millones más que la población actual. El
fracaso del control de las tasas de natalidad podría socavar
los esfuerzos en cualquier otro frente: si las emisiones de
dióxido de carbono percápita se reducen a 10% por ejemplo, un
incremento de 10% en la población prácticamente acabará con
los logros alcanzados. En la Cumbre de Río, este tema tuvo un
carácter secundario, pero fue destacado en septiembre del año
pasado, cuando las Naciones Unidas citaron a la Cumbre sobre
Población que se realizó en El Cairo.

A pesar de la negativa de los representantes del Vaticano y de
algunos países musulmanes, que argumentaban que la agenda de
la conferencia estaba promoviendo el aborto y el control
artificial del embarazo, los delegados lograron un consenso
sorprendentemente fuerte en el hecho de que se les debe dar a
las mujeres un mayor control sobre la reproducción y un mayor
acceso a los servicios de planificación familiar. La
declaración de la CVonferencia convocó a los gobiernos del
mundo a poder US$17.000 millones anuales para desacelerar el
crecimiento de la población.

AGOTAMIENTO DE LA CAPA DE OZONO

La respuesta internacional a la amenaza del desgaste de la
capa de ozono es un claro ejemplo de cómo los acuerdos
globales pueden ser efectivos. En 1987, antes de las reuniones
de Río y de El Cairo, 27 países firmaron el Protocolo de
Montreal, un acuerdo para detener el uso de
clorofluorocarbonos y otros químicos que acaban con la
capa de ozono de la atmósfera, que se encarga de proteger a
los seres vivos del daño de los rayos ultravioleta. El pacto
ha sido sistemáticamente fortalecido, y ahora exige, para
1996, una eliminación acelerada del uso de CFCs, que son
utilizados en los refrigeradores y aires acondicionados.

Algunas naciones industrializadas ya han detenido la
producción de CFC, y otros cumplirán fácilmente con la meta
establecida. A los países en desarrollo se les está dando un
período de 10 años de gracia. El norte ha creado un fondo para
ayudar al sur a cambiarse a las tecnologías que no utilizan
CFC, pero el dinero ha llegado muy lentamente. Elizabeth
Dowdeswell, directora ejecutiva del Programa Ambiental de las
Naciones Unidas, señala que de los US$510 millones prometidos
para los años 1994-1996, sólo han sido entregados US$31
millones, y las reservas en efectivo de este fondo están por
debajo de los US$8 millones. Dowdeswell teme que el recorte
financiero pueda socavar un acuerdo que ha funcionado a la
perfección. Dowdewsell afirma: "No queremos que se piense que
no finalizamos lo que emprendemos. Si percibimos ahora una
disminución en el compromiso del Protocolo de Montreal, no
quiere decir que vaya a pasar lo mismo con otros acuerdos".

Es claro que las prioridades del sur no se pueden comparar con
las del norte. Es difícil que los países en desarrollo se
preocupen por el cambio climático y la destrucción de la capa
de ozono cuando sus pueblos enfrentan peligros mucho más
inmediatos: pobreza, enfermedad y contaminación del aire y del
agua. Cada día, en el mundo en desarrollo, mueren 10.000 niños
por beber agua contaminada. Ashok Khiosla, presidente de una
organización no gubernamental de la India planteó alternativas
de desarrollo: "Así como el norte se concentra en temas que
le interesan, nosotros tenemos que dedicarnos a erradicar la
pobreza y a crear fuentes de trabajo, porque eso es lo que nos
interesa". Pero si los países no tienen cuidado, más trabajos
podrían significar una degradación ambiental mayor.

Un tema similar está presente en los países del antiguo bloque
oriental, donde las dificultades económicas han dejado de lado
los intereses ambientales. Mark Borozin editor de Green World,
un periódico ambiental de Moscú, anota: "¿Qué le pasó al
movimiento verde de Rusia? La gente está pidiendo ahora más
pan, más vivienda y más ropa- luego pensaremos en los
problemas ecológicos". Casi nadie argumenta que el medio
ambiente debe protegerse impidiendo el progreso económico.
Mientras más pobres son los países, más esencial es el
desarrollo, que puede aportar mejoras en la educación y la
salud. Pero el desarrollo necesita ser sostenible; es decir,
no puede estar basado en tecnologías del pasado. Si los países
con alta población como China e India escogen el mismo camino
de la prosperidad que eligieron Estados Unidos y Europa, el
planeta está definitivamente perdido.

Actualmente, los tacaños países del norte están siendo
fuertemente presionados para limpiar su propia tecnología, que
no respalda para nada un nuevo estilo de desarrollo en el sur.
Pero, de todos modos, la tecnología verde está arraigándose,
con pequeñas manifestaciones, y expandiéndose lentamente. Las
cocinas portátiles solares, utilizadas en lugar de los fogones
de leña, pueden encontrarse en países desde Afganistán hasta
Zimbabwe. Un refrigerador sin clorofluorocarbonatos,
desarrollado en Alemania, tiene un amplio mercado en Europa y
muy pronto llegará a la India. El Fondo de Defensa Ambiental
ha ayudado a crear un nuevo tipo de planta de tratamientos
residuales en Tijuana, México, de bajo costo y muy efectiva.

Con la mirada puesta en el futuro, muchas grandes compañías
ven muy productiva la venta de la tecnología verde. La Siemens
de Alemania es un fabricante líder de celdas foto voltaicas,
que producen electricidad. La Mitsubishi de Japón es un
importante distribuidor de equipos de control de la polución y
está en el proceso de fabricación de una planta de energía con
baja emisión de gas, en el estado de Virginia, Estados Unidos.

Los líderes tecnológicos están encontrando una gran cantidad
de clientes entre las compañías que no sólo están urgidas de
cumplir con la regulaciones ambientales, sino de reducir los
desechos, mejorar su eficiencia y disminuir costos. Francesco
di Castri, director de investigación del Centro Nacional de
Investigación Científica de Francia, señala: "Más y más
compañías están comprendiendo que tienen un interés básico en
hacer de la protección ambiental una parte de sus operaciones
como empresas, y por eso se proponen un margen competitivo
sobre sus rivales".

Sin embargo, ninguna compañía regala la tecnología. Esa es la
principal razón por la que el sur está demandando un
incremento en la ayuda proveniente del norte. Pero este dinero
no tiene que ser todo en forma de donaciones que hacen que los
contribuyentes se sobresalten. En lugar de eso, el trato
pudiera ofrecer un estímulo económico que beneficie a ambos
países. Si tiene sentido que Estados Unidos financie las
exportaciones de aviones de la Boeing y si tiene sentido que
Europa subsidie las ventas de Airbus, ¿por qué no aplicar el
mismo razonamiento en la transferencia de la tecnología verde?

Está claro que la Cumbre de la Tierra no producirá resultados
contundentes tan rápido como algunos podrían esperar. Los
malestares del globo, que se han estado multiplicando durante
décadas, no se curarán sólo porque los líderes mundiales
firmen pedazos de papel. Pero, la memorable reunión en Río sí
iluminó el reto ambiental, aumentó la conciencia del pueblo y
alerta a las compañías sobre la oportunidades que se les
presentan. Todos para todos, no es un mal comienzo.

(TEXTO TOMADO DE: REVISTA CASH INTERNACIONAL No.46) (PP. 16-
23)
EXPLORED
en Ciudad N/D

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