La mujer de Carlos Omene no dejaba de llorar. No se consolaba ni conseguía marido. Diez años después de que él fuera muerto por una lanza tagairi, ella seguía sufriendo.

Su llanto recordaba a los guerreros del clan Babeiri lo que pasó en 1993, cuando los huaorani fueron por los tagairi y robaron a una muchacha, Omatuki. Al intentar devolverla, Carlos Omene fue atacado. Murió en el hospital de Coca, luego que le extrajeran la lanza que llevaba en el vientre. Esa muerte nunca fue vengada. Ni olvidada.

Al día siguiente de la noticia de la "matanza a 30 tagairis", difundida por la Onhae (Organización de Nacionalidades Huaorani de la Amazonia Ecuatoriana), el padre Juan Carlos Andueza, que estaba en Quito, llegó a Coca. En el comedor de la casa de la misión capuchina lo esperaba Tihue, uno de los guerreros del Tigüino. Quería contarle el ataque e ir con él a Tigüino para mostrarle la cabeza del guerrero muerto. ¿Por qué a la misión capuchina?: Andueza es uno de los "cohuoris" (extraños) que más contacto tiene con el grupo, se ha preocupado por ellos y está al tanto de las amenazas de lo rodean: el petróleo, la madera, la violencia entre los clanes.

Ya en la casa de Omene, un curtido guerrero del Tigüino, quien sin levantar la cabeza pulía con el machete la punta de una lanza, Tihue rompió el silencio y ambos comenzaron a contar el hecho: "toda muerte debe ser vengada".

El ataque fue pensado con tiempo. Se juntaron nueve guerreros con cuatro o cinco lanzas cada uno. Todos, unidos por alianzas familiares y con alguna razón para "vengar" a sus muertos. Entre ellos están un hermano y un cuñado de Carlos Omene y el padre de una mujer que murió en el accidente con los madereros en noviembre del 2002.

La expedición duró una semana. Los guerreros bajaron por el río Tigüino, surcaron el río Cuchiyacu hasta encontrar un camino tagairi. Escondieron la canoa en un pequeño estero y siguieron la búsqueda hasta arribar a una casa abandonada. Ahí durmieron.

Al día siguiente se cruzaron varios caminos: uno muy ancho que lleva a una casa y otro más estrecho, por el cual fueron. Después de varias horas de atravesar pantanos y caminar con el agua hasta la cintura llegaron hasta la casa del ataque.

La vivienda era grande y tenía dos entradas. Los huaorani la rodearon. Llovía.

Al notar la presencia extraña los hombres de la casa salieron. En ese momento, los huaorani mataron a algunos hombres (hablan de cuatro adultos), a mujeres, jóvenes y niños que estaban al interior.

Los guerreros dijeron que no entendían las palabras del grupo. Entre lo poco que comprendieron: Baihua, el tagairi que se encontró con Tihue en el monte, a la altura del km 36 de la vía a Dicaro, hace algún tiempo, habría muerto. Según Andueza, eso significaría la muerte de los Tagairi o su extinción en manos de otro grupo, los taromenani, venidos del sur por los entre ríos.

En el ataque no todo fue coordinado. Dos guerreros no pudieron caminar tan a prisa y se retrasaron. La aventura finalizó con el saqueo de lanzas, cerbatanas, hamacas, loras...

Por el camino, los huaorani abandonaron parte del botín por el peso y porque fueron atacados en tres o cuatro ocasiones por los sobrevivientes de la casa. Estos ataques dispersaron al grupo.

Ahí, los huaorani dispararon las escopetas para encontrarse. Las últimas dos noches pasaron junto a los ríos Cuchiyacu y Tigüino.

Los huao mataron con lanzas. No con escopetas. Las escopetas son para la cacería, para los pájaros y los animales del monte.

"La escopeta no vale, solo sirve para asustar", dijo el guerrero Omene.

Los guerreros llevaron la cabeza de una de las víctimas a la comunidad. La prensa sensacionalista hizo fotos de ella y de los huao desnudos, simulando algún ritual. ¿Para qué la llevaron? Por un lado, para mostrar que liquidaron a un jefe. Por otro, para señalar las diferencias: no ha sido un grupo Tagairi sino un grupo de Taromenani, un pueblo que se creía inexistente, casi míticos.

¿Cómo describen a los taromenani? Son de piernas cortas y fuertes, cuerpo grande, de contextura gruesa, de piel blanca, pelo corto, orejas con huecos pequeños, de ojos rasgados. Los guerreros hallaron también diferencias en el lenguaje, en las terminaciones de la bodoquera, en las estrías de las lanzas, en las medidas de la hamaca.

Ayer se hallaron los cuerpos sin vida de siete mujeres y cinco niños de la comunidad Taromenani, confirmando los hechos. Un operativo conjunto entre la Policía y el Ejército permitió que las autoridades llegasen hasta el sitio de la matanza, en las inmediaciones de Tigüino, en un helicóptero Superpuma, que partió desde el aeropuerto de Shell.

Según datos de los dirigentes huaorani, la matanza se habría producido el pasado lunes 26 de mayo, por lo que los cuerpos encontrados ya estaban en completo estado de descomposición.

La masacre que se presenció fue terrible: todos los cadáveres tenían incrustadas hasta diez lanzas de chonta. Los hombres de esta comuna "no tuvieron confianza en sus enemigos y por esta razón se internaron en la selva", dijo Juan Enomegna, huaorani. Al parecer, las mujeres quisieron dialogar pero no lo consiguieron. La violencia crece en la región del olvido, entre esos pueblos amenazados e ignorados.

La madera, el discurso político

Desde hace tiempo extraen ilegalmente madera en el Tigüino. Los tablones de cedro están ahí, a pesar de que su extracción es prohibida, más aún, en la zona intangible del Parque Nacional Yasuní.

Pese a que la Onhae ha hecho las denuncias sobre el tema, nadie ha hecho nada por ello. Esta última muerte da lugar a la dirigencia a insistir en su discurso político: "los madereros son los culpables".

José Miguel Goldáraz, en un artículo titulado "Yasuní y la leyenda del pajarito Caraxue", da cuenta de ello. "Los huaorani y comunidades naporuna, shuaras y secoyas están integradas en la industria petrolera, turística y maderera, dan permisos de entrada y se unen a las compañías. Los dos grupos de madereros muertos en meses pasados entraron con el visto bueno del poblado huaorani, para sacar madera a cambio de especies y dinero".

Los pueblos amenazados

A Miguel Ángel Cabodevilla, misionero capuchino y uno de los más entendidos en el tema le preocupa las lecciones, que pueden quedar en la sociedad ecuatoriana luego de esta matanza.

Esta historia, como en tiempos remotos, es la historia del fin de los pueblos: los tagairi son acabados por los taromenani y estos, a su vez, por los babeiri. Y nadie hace nada: ni el Estado ni las organizaciones indígenas ni las organizaciones no gubernamentales, dice Cabodevilla. Esos pueblos están asediados. Y las zonas intangibles no se respetan. ¿Qué se ha hecho mal? se pregunta Cabodevilla, incluyendo a la misión de la que es parte.

Alejandro Labaca, el obispo lanceado en 1987, creía en el contacto con esos pueblos. A Cabodevilla le preocupa que Ecuador no reconozca la riqueza cultural de los habitantes de la Amazonia y todo lo que puede significar el fin de los pueblos desnudos.
EXPLORED
en Ciudad Quito

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